Teatro de los Insurgentes

Alberto Dallal*
dallal@unam.mx
 

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Puesta en escena de Yo Colón en la inauguración del Teatro de los Insurgentes. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys Arenas.

El caótico crecimiento de una de las más grandes urbes del mundo, la Ciudad de México, trajo consigo la pérdida de los puntos de referencia tradicionales para sus habitantes, sus funcionarios, sus visitantes y sus autoridades urbanas. Estos verdaderos elementos de apoyo visual, social y urbano (naturales o artificiales) se fueron extinguiendo paulatinamente del “paisaje” de la gran metrópoli, y no obstante sucesivos esfuerzos conscientes para recuperarlos o crear, racionalmente, otros nuevos, la gran masa desorganizada y poco armónica de edificios, calles, avenidas y monumentos (las superficies de áreas verdes se contrajeron escandalosamente), vino a “seccionalizar”, por así llamar a su paulatina desorganización, un espacio urbano que acabó por constituir un verdadero conglomerado de ciudades (por lo menos una por cada una de las “delegaciones”).
 

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Mario Moreno Cantinflas en Yo Colón, Teatro de los Insurgentes. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys Arenas.

Uno de los más notables puntos de referencia de la urbe surgió hace precisamente sesenta años: el Teatro de los Insurgentes. El edificio, a la vista de la entonces bella y anchísima avenida del mismo nombre, resultaba notable y paradigmático en su momento pues además de su enorme mural de mosaicos diseñado por Diego Rivera, su diseño arquitectónico venía a ser uno de los más estudiados y cuidados de la arquitectura teatral en México hasta ese momento. En efecto, las investigaciones previas a su diseño y construcción fueron realizadas por el arquitecto Alejandro Prieto y asesoradas por su hermano, el primero de los precursores de los estudios relativos al diseño escenográfico en México: Julio Prieto. Alejandro llevó a cabo numerosas pesquisas técnicas acerca de la visibilidad, la congruencia funcional y la armonía espacial en las salas de espectáculos en el mundo.
 

Guillermo Keys Arenas y Mati Huitrón. Ensayo de la obra Yo Colón, Teatro de los Insurgentes. Foto: Navarrete, 1953. Archivo Keys Arenas.

El Teatro de los Insurgentes se convirtió además en punto de referencia entre la recién inaugurada Ciudad Universitaria y El Caballito, histórico punto urbano clave para los habitantes de la Ciudad de México, sobre el cruce del Paseo de la Reforma y Bucareli. Podían “medirse” y “memorizarse” los extremos de la “avenida más larga de la ciudad”. Nadie podía perder el paso o la orientación si realizaba el trayecto seguro entre estos tres puntos clave de una urbe que ya expresaba sus afanes de crecimiento desmedido (como muchos de los proyectos de los sucesivos “regentes” del Distrito Federal) precisamente en dirección del sur, hacia la carretera de Cuernavaca y Acapulco: surgía un eje metropolitano, limpio y evidente en aquellos años: Caballito-Teatro de los Insurgentes-CU. Este “eje” resultaba un conocimiento básico para peatones y choferes de vehículos, para habitantes asegurados y aparentemente seguros de una Ciudad que aún podía “caminarse” y que para muchos de los visitantes que preferían recorrerla “a pie” seguía siendo la “Ciudad de los Palacios”.
 

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Bailarinas y Guillermo Keys Arenas en el ensayo de Yo Colón. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys Arenas.

 

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Número de Yo Colón, Teatro de los Insurgentes. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys Arenas.

Lejos de alejarse de ofrecer siempre un buen funcionamiento vital para las representaciones comerciales, el Teatro de los Insurgentes actual, con sesenta años de realizar sus tareas en forma ininterrumpida, cumple ampliamente con todos los requisitos del caso. Cuando el edificio llegó a sus cuarenta años, en 1993, su arquitecto-diseñador, Alejandro Prieto (a la sazón con 67 años de edad), le describía al escritor Vicente Leñero cómo se había puesto a realizar las investigaciones del caso:

     Con Julio (Castellanos) y con Seki (Sano) habíamos hablado de un teatro mixto, que cubriera los requerimientos del teatro comercial de alta calidad y que tuviera en cuenta las necesidades del teatro mexicano. Para proyectarlo consulté toda la información disponible sobre construcción teatral, sobre acústica e isóptica. Me puse a investigar serio estos temas que me interesaban desde antes. En esos años se estaba imponiendo el funcionalismo en arquitectura, y aunque a mí me interesó lo que hacían en Suecia y Finlandia en ese terreno, no tuve una influencia particular. Consulté todo lo que puede sobre construcción teatral de la época y el resultado fue un teatro con características propias, sumamente singular.[1]
 

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Número de Yo Colón, en la inauguración del Teatro de los Insurgentes. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys Arenas.

El hecho de hallarse sobre la Avenida de los Insurgentes indicó el tema que aprovechó, para variar, el muralista Diego Rivera, a fin de realizar un mural con mosaicos italianos en el que aparece en su parte central el actor Mario Moreno Cantinflas como eje para el tránsito del dinero y la riqueza de las manos de los ricos a los pobres y necesitados que extienden los brazos. Aún ahora es posible observar los autobuses llenos de turistas que se detienen frente a esta singular construcción teatral (en pleno funcionamiento) para que el guía explique y describa los pormenores del mural, no obstante que la construcción ha quedado prisionera entre los edificios altos que la rodean.

La actividad plena y efectiva que durante sesenta años ha desarrollado el Teatro de los Insurgentes indica las bondades de su magnífica “solución” arquitectónica. Cabe recordar que Julio Prieto, asesor del arquitecto Prieto, además de destacado escenógrafo, fue el iniciador de la primera escuela para técnicos teatrales en México. Como era de esperarse, el Teatro se convirtió en lugar idóneo para realizar puestas en escena “de gran formato” y reunir a numerosos asistentes como público, sentados cómodamente en butacas desde las cuales podían admirarse eventos teatrales de apreciables dimensiones y, por tanto, escenografías de calado mayor.
 

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Bailarinas en Yo Colón. Foto: Navarrete, 1953. Archivo Keys Arenas.

 

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Yo Colón, Teatro de los Insurgentes. Foto: Navarrete, 1953. Archivo Keys Arenas.

La gran “puesta en espectáculo” que inauguró las instalaciones del Teatro de los Insurgentes fue Yo Colón, comedia musical en dos actos, libro de Alfredo Robledo, diálogos de Robledo y de Carlos León, música de Federico Ruiz, dividida en 16 cuadros surrealistas (sic). La obra está inspirada en el descubrimiento de América e islas adyacentes. Además de la actuación estelar de Mario Moreno Cantinflas, participaron muchos bailarines y bailarinas, actores, músicos, cantantes, etcétera. La coreografía fue montada por Guillermo Keys Arenas, destacado artista del Movimiento Mexicano de la Danza Moderna que posteriormente iría a residir a Sidney, Australia, y a dirigir en esa ciudad el más grande Festival de Danza Folklórica del mundo.

El enorme y gozoso espectáculo contuvo todas las características de las representaciones carperas, con albures, crítica política y hasta social al por mayor. Los bailables y los “cantables” (las letras aludían a la historia del descubrimiento del Continente y a la política mexicana de la época de la inauguración del Teatro) también se idearon y realizaron como parte de una gran producción.

Así se pusieron en servicio unas instalaciones teatrales que por sus características habrían de “cubrir” con creces las necesidades de un cierto tipo de teatro comercial que durante sesenta años ha sido parte sustancial de los variados géneros de un arte que en México florece en todos sus aspectos y modalidades.
 

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Puesta en escena de Yo Colón, actuación estelar de Cantinflas, Teatro de los Insurgentes. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys Arenas.

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM. Coordina la revista electrónica Imágenes.

 

Inserción en Imágenes: 25.06.13

Imagen de portal: Puesta en escena de Yo Colón, Teatro de los Insurgentes. Foto: Jorge Gutiérrez, 1953. Archivo Keys-Arenas.

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[1] El Teatro de los Insurgentes, 1953-1993, textos de Vicente Leñero, Introducción de Carlos Monsiváis, Ediciones El Milagro, 1993.