René Avilés Fabila (1940-2016), intelectual destacado y amigo de excepción. “Culturalmente incorrecto”

Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com

 

Nada me hubiera gustado más que ser quarterback en Estados Unidos, cowboy o guitarrista de rock. El futbol americano lo jugué hasta que el alcohol se interpuso entre nosotros, jamás he tenido una guitarra y no me gusta montar a caballo; me encanta, eso sí, acariciarlos, lo que significa que no tenía más remedio que ser escritor.[1]

 

René Avilés Fabila en una de las fuentes de Villa de Cortés, Ciudad de México, 6 de junio de 2012. Foto: Martha Fernández.
 

CONOCÍ A RENÉ AVILÉS FABILA[2] gracias a Alberto Dallal, quien me invitó a colaborar en la sección cultural del periódico Excélsior, que el propio René bautizó como “La cultura al día”. Al principio, le entregaba mis colaboraciones a Alberto, quien se las hacía llegar junto con las suyas, sin acercarme a conocer personalmente al director de la sección.  De ello dio cuenta René en un artículo que publicó, tiempo después, en el suplemento cultural El Búho, que también fundó y dirigió durante catorce años: “por meses –comentó– fue una enigmática escritora cuyas colaboraciones leía interesado”.[3] Así fue hasta que, un día, nuestro amigo Alberto dejó el periódico, lo que yo misma pensaba hacer en solidaridad con él, pero no sin antes agradecerle al desconocido editor su generosidad, pues no es frecuente que alguien publique sin conocer al autor. Lo visité en la entonces Dirección de Difusión Cultural de la UNAM, que encabezaba en aquel tiempo. Me recibió con una amplia sonrisa y una conversación que, de inmediato, me hicieron conocer su sensibilidad, su vasta cultura y su inteligente sentido del humor. No me permitió dejar el periódico y continué colaborando con él por varios años, incluso en El Búho, con el que obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en 1990.

Sin embargo, nuestra amistad, que sólo se vio interrumpida por su lamentable fallecimiento la lluviosa mañana del 9 de octubre pasado, nació en un hermoso palacio del siglo XVIII que había pertenecido a los condes de Heras Soto, ubicado en la esquina de las actuales calles de Donceles y Chile, en el Centro Histórico. Coincidimos porque en ese lugar se encuentra el Archivo del Ayuntamiento de la Ciudad de México, donde yo consultaba las Actas de Cabildo del siglo XVII, y él, por su parte, comandaba la Dirección de Publicaciones del entonces Departamento del Distrito Federal. En esa dependencia me publicó los primeros libros que escribí fuera del ámbito universitario, como René lo contó, en el artículo citado, con las siguientes palabras:
 

fui su editor con un trabajo magnífico: La Ciudad de México, de gran Tenochtitlan a mancha urbana, en donde también había fragmentos que publicaba en la sección cultural de este diario. Allí mismo condujo una nueva edición, trabajo de rescate, de la Crónica gráfica de la Ciudad de México en el Centenario de la Independencia, trabajo al que le añadió un largo prólogo para valorar tanto la obra fotográfica como las obras de arte, algunas de ellas desaparecidas o ruinosas.
 

En el primero, el prólogo es del propio René, pero debo añadir que además me editó un pequeño libro que titulé: La arquitectura de la Ciudad de México en el siglo XVII.

Cuando ocurrió el sismo de 1985, con sus trágicas consecuencias, yo decidí dedicar mis colaboraciones en El Búho a los edificios del Centro Histórico. Tuve que visitarlos todos. René, que algunas veces me acompañó, escribió al respecto: “me enseñó sin mayores comentarios, las pruebas eran visibles, el deterioro de algunos de los espléndidos edificios de la ciudad capital”. De esos recorridos surgió otro libro publicado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, que titulé: Ciudad rota. La Ciudad de México después del sismo, y que dediqué a mis dos amigos que me habían iniciado en la tarea periodística: René Avilés Fabila y Alberto Dallal.
 

Casa donde pasó su infancia y juventud René Avilés Fabila, Villa de Cortés, Ciudad de México, 29 de julio de 2012. Foto: Martha Fernández.
 

René fue pronto un escritor de fama internacional; perteneció a una generación que Margo Glantz bautizó de “la Onda”, calificativo que rechazaron sus integrantes, entre los que estaban, además de René, José Agustín, Alejandro Aura, Gerardo de la Torre, Gustavo Sáenz y Parménides García Saldaña. René prefería “Generación Mester”, nombre de una revista fundada y dirigida por Juan José Arreola, donde publicaron sus primeros trabajos literarios.[4]

Sus libros incluyen temas de toda índole, como el político, el amoroso y el fantástico. Escribió novelas de gran importancia, aunque él prefería el cuento. Entre sus obras más relevantes se encuentra Los juegos, una novela que tuvo que ser editada por primera vez por él mismo en 1967. Se trata de una divertida pero cruda y cáustica crítica al monopolio de la cultura que poseían unos cuantos –casi los mismo que ahora, salvo por el fallecimiento de algunos de ellos– al amparo del poder político; “intelectuales orgánicos”, los llamaba. En su “Autobiografía procaz” comentó que la publicación de esa obra “fue una salida exitosa y plena de escándalo. Unos me insultaron y otros me defendieron con igual vehemencia. Era una obra contracultural y puesto que nada ha cambiado en el país culturalmente hablando, sigue siendo tan válida como cuando apareció”.[5] En sus páginas encontramos personajes reconocidos, con nombres cambiados y muy sarcásticos, lo que le atrajo el rechazo de muchos de ellos y del mismo “sistema”, que casi siempre le negó su apoyo.

Otra novela de Avilés Fabila que tiene especial importancia y que ha tenido un éxito enorme es El gran solitario de palacio, obra que se refiere a la matanza de Tlatelolco de 1968, que él vivió con su esposa (entonces novia) Rosario y de la que salieron ilesos gracias a la ayuda de los vecinos. También tuvo que ser publicada fuera del ámbito editorial mexicano, en este caso, en Argentina, con el sello de la Compañía General Fabril, en 1971. Es, sin duda, la mejor novela que se ha escrito sobre el movimiento estudiantil, y aunque la desarrolló desde su papel de protagonista, rebasó el carácter testimonial “para convertirse en un análisis del contexto histórico, político e ideológico que gestaron ese movimiento y sus ulteriores consecuencias”, como tuve ocasión de comentar en el homenaje que la Universidad Autónoma Metropolitana le rindió el 30 de mayo de 2013.[6] A esas novelas se agregan otras de carácter político como Nueva utopía (y los guerrilleros) y Memorias de un comunista. Maquinuscrito encontrado en un basurero de Perisur, que es también autobiográfica.
 

Fuente principal de Villa de Cortés, “Ciudad Jardín” en la novela El reino vencido de René Avilés Fabila, 29 de julio de 2012. Foto: Martha Fernández.
 

Su literatura amorosa es amplia; la mujer, el amor-pasión y su contraparte, el desamor, ocuparon un lugar muy especial en la literatura de René. Entre sus novelas más renombradas se encuentran Tantadel, La canción de Odette y El amor intangible, aunque no podemos olvidar sus libros de cuentos como Todo el amor y Cuentos de hadas amorosas y otros relatos. En una entrevista para el INBA, admitió que en los últimos años escribía con mayor “frialdad” sobre ese tema, “creo que el término es adecuado –dijo–. Me refiero concretamente a la literatura amorosa. Un aspecto que ya no me produce la pasión arrolladora que experimentaba cuando era joven”[7] y que se ve reflejada en las obras citadas.

Sin embargo, el género que le producía mayor placer y que nunca abandonó fue el del cuento fantástico. Su talento y su imaginación permitieron que sus obras en esa materia hayan sido numerosas: Los animales prodigiosos, Bestiario de seres prodigiosos, De sirenas a sirenas, por citar sólo tres. En esas obras, se hace presente su erudición sobre la cultura y la mitología clásicas grecolatina y cristiana, aunque es preciso aclarar que él era ateo: “nunca creí en Santa Claus y menos en los Reyes Magos, tampoco en Dios… De ello estoy orgulloso”, escribió.[8] En sus obras aparecen entonces entes como el Ave Fénix, las sirenas, la Hidra de Lerna y los dragones. Sobre estos últimos escribió también un hermoso artículo para la Revista de la Universidad de México que tituló “Matar al débil dragón”, en el que afirmaba –con razón– que la iconografía cristiana había sido muy injusta con las representaciones de los dragones, pues mientras san Jorge y san Miguel aparecían como figuras de descomunal tamaño, “montando un brioso corcel”, el dragón es “modesto o muy joven, no mayor que un perro común, al que hunden la mortífera lanza”. Afirmó entonces que “lo menos que los artistas católicos pudieron hacer para convencernos de sus dogmas fue pintar descomunales dragones y débiles caballeros sólo guiados por su fe”.[9]

Aunque uno de sus valores más importantes fue haber tomado en cuenta y rescatado también las mitologías y las tradiciones del México prehispánico, algunas de las cuales subsisten todavía; de hecho, El bosque de los prodigios lleva por subtítulo Bestiario prehispánico y algunas aberraciones, lo que anuncia el contenido del libro: la reconstrucción “de esa fauna milagrosa producto de la imaginería de pueblos fabulosos que apenas pudieron desarrollarse un tanto antes de que Europa los cortara de tajo”, como afirma el autor en su nota preliminar.[10] En el libro entonces aparecen seres como “la tortuga serpiente de fuego”, originaria de Oaxaca, “que vivía en una cueva decorada con caracoles de oro, plumas de quetzal, con el piso de plata y piedras preciosas, las columnas eran de jade con incrustaciones de turquesa”. También, “el pez con alas, patas y pelos”, originario de Tenochtitlan; “las aguas carnívoras” de la zona maya, “el descomunal venado sin cuernos de los toltecas”, “el águila bicéfala de Zempoala” y “el coyote emplumado” del zoológico de Moctezuma. En otro cuento, también se ocupó de los naguales, “seres capaces de transformarse en animales, hombres y aberraciones, con frecuencia híbridos […] eran parte de las quimeras de personas que viven en el campo mexicano […] y que cuando se nos aparecían era para hacernos daño”.
 

Festejo a René Avilés Fabila al tomar posesión como coordinador general de Extensión Universitaria de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, 30 de septiembre de 2013. Foto: cortesía de René Avilés Fabila.
 

René sostenía que en toda obra literaria siempre hay algo de autobiografía, al mismo tiempo que afirmaba que ninguna autobiografía puede ser del todo objetiva; sin embargo, éste fue un género que cultivó y de ello dan cuenta sus Recordanzas, Nuevas recordanzas y El libro de mi madre. Este último lo escribió a la muerte de su mamá, la maestra doña Clemencia Fabila. A esos libros se agregan dos por los que tengo especial predilección: El reino vencido y Antigua grandeza mexicana. El primero es una novela que “mediante los recuerdos de su niñez y de su juventud, de su familia y sus amigos, nos lleva por la historia de la Ciudad de México en los años cuarenta del siglo pasado, adentrándose en la vida de una de sus colonias, que en aquel momento alcanzaba su época de auge”.[11] Me refiero a Villa de Cortés, que en la novela tiene el nombre de Ciudad Jardín. Es una colonia pequeña, todavía muy tranquila, a pesar de encontrarse a un costado de Calzada de Tlalpan. Tuve ocasión de visitarla con René para tomar fotografías del sitio; la idea era que la siguiente edición de la novela la pudiera ilustrar, si así lo deseaba. De manera que con él recorrí sus calles y conocí la casa donde vivió en su infancia; también la de uno de sus amigos más queridos, porque su carácter alegre y su calidad humana le permitieron a René conservar siempre a sus amigos, incluso los de la niñez. También vi la casa de las Garzas (que aparece en su novela), la de su primera novia, la de Lilia Prado (cuando apenas comenzaba en el cine), los antiguos señalamientos de las calles colocados en postes de concreto y dos fuentes art déco muy interesantes.
 


 

La Antigua grandeza mexicana, que tuve el privilegio de prologar, es una crónica del Centro Histórico de la Ciudad de México a la manera de la Grandeza mexicana, escrita por Bernardo de Balbuena en 1603, y de la Nueva grandeza mexicana, que Salvador Novo publicó en 1946. La intención de René fue poner por escrito lo que podríamos denominar “la ruta de los escritores”, esto es, los barrios donde vivían, las cantinas y cafés que frecuentaban, las calles por donde caminaban; asimismo, la Secretaría de Educación Pública, donde se encontraban, pero en realidad resultó una narración de su juventud entre escritores y funcionarios públicos de aquel tiempo –como Jaime Torres Bodet– que conoció gracias a su padre, el maestro, novelista, pedagogo e historiador René Avilés Rojas. Su crónica se aparta de las tradicionales en el sentido de que el hilo conductor son los escritores, lo que le otorga a la Ciudad de México su verdadera grandeza, porque a su belleza edilicia agrega la inteligencia de personajes de renombre que la han habitado. El Centro que describe el autor comienza en la plaza de Santo Domingo y termina en el antiguo Hospital de San Hipólito; era el Centro del arte, de los libros, de la cultura y de la creación, una zona que, como bien comentó el propio René, “respiraba educación, fineza, historia y cultura”.

En ese mismo Centro Histórico surgió otro de sus libros: Los oficios perdidos, relatos en torno a aquellas actividades que existieron o existen todavía, como los organilleros (que últimamente han revivido), los peluqueros (hoy convertidos en estilistas), los piratas y los guajoloteros. Además de ellos, decidió incluir seres que fueron producto de las mitologías de diversas culturas y de su mitología personal, como los científicos locos, los dioses, las musas y los leones que dominan domadores.

Uno de sus libros más originales e interesantes es el que tituló El Evangelio según René Avilés Fabila, en el cual, a partir de un profundo conocimiento de la Biblia, pone en cuestionamiento los textos de los padres de la Iglesia católica occidental. No es un libro de ficción, “sino de análisis y reflexión acerca de temas como la tradición de la Inmaculada Concepción de María, libre del pecado original desde el vientre de su madre Ana; la función histórica de Judas, el diablo como el lado perverso de Dios, el triunfo o los triunfos de Lucifer y algunos inventos medievales como el Purgatorio y el Limbo”.[12] Su intención al reescribir los textos escriturarios fue “salvar asesinos, traidores y rufianes”, hacer la Biblia más lógica y comprensible, y en ese intento no deja de lado temas como el amor, el sexo y la lujuria; por ejemplo, del Cantar de los cantares, del célebre rey Salomón, escribió: “contiene tanto material como para producir una fuente inagotable de orgasmos”.

René utilizó siempre un lenguaje claro, preciso, contundente y actual, sin fórmulas artificiales o artificiosas, y procuró que así fuera especialmente en sus minificciones, como se aprecia en las siguientes: “Y para interpretar con mayor realismo el papel del monstruo de Frankenstein el director del film contrató al mismísimo monstruo”; “En una ciudad actual, la distancia más corta entre dos puntos no es la recta: es el zigzag que nos evita los semáforos”. También creaba frases concretas y elocuentes como: “Si Dios fuera escritor, sería Borges”. Fue un literato lejano a toda solemnidad y con su sentido del humor aderezaba toda obra que escribía, toda frase que ideaba y toda conversación que sostenía.

“Las musas no existen”, afirmaba categórico, como tampoco las recetas con valor universal que se puedan aplicar para crear literatura; él sostenía que cada uno busca su propio método y estilo; aunque para ser escritor se debían tener como requisitos indispensables “una enorme vocación, talento y amor a la literatura”.[13] Asimismo, consideraba que la investigación era esencial en la creación artística, de manera que, por ejemplo, al recibir el nombramiento de Profesor Distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana en 2009, explicó que para escribir su novela Réquiem por un suicida, investigó como lo hace un comunicador o un sociólogo, apoyado por una amplia bibliografía “que incluía historias, tratados científicos sobre el tema, biografías de suicidas, estadísticas, leyes, novelas, diarios y revistas”.[14] Todo lo cual convirtió en una novela documentada. Lo mismo pensaba del periodismo: no concebía a ningún periodista serio que no investigara sus temas.
 

 

Museo del Escritor en el Faro del Saber, Parque Lira, Delegación Miguel Hidalgo, 26 de mayo de 2012. Fotos: Martha Fernández.
 

En su trabajo periodístico fue un crítico severo de las autoridades gubernamentales de cualquier nivel, así como de todos los partidos políticos, mexicanos (principalmente) y extranjeros. Para él, el periodista debería de estar al servicio de la sociedad y no de los poderes políticos. “Estoy por la distancia entre el creador y el poder. Nada de riña. Pero sí la libertad para hacer conciencia crítica”.[15] Defendió siempre la libertad de expresión, misma que se le negó en más de una ocasión; así, por ejemplo, fue expulsado del Partido Comunista por su posición crítica y, en otra ocasión, tuvo que renunciar a Excélsior por un acto de censura a uno de sus artículos. Fue también un muy generoso crítico literario y periodístico, “si un artículo le gustaba, no tenía empacho en decirlo. Un gesto inusitado en un entorno que suele ser una hoguera de vanidades”, como bien escribió Juan Manuel Asai.[16] Con sus amigos su generosidad era aún mayor; yo misma gocé de ella y tengo testimonios invaluables que hizo públicos en diversas ocasiones.

El talento y la creatividad de René lo hicieron merecedor de diversos premios y reconocimientos. Además de los mencionados, se pueden recordar el Premio Colima a la mejor obra narrativa por Los animales prodigiosos (1997), el Doctorado Honoris Causa en Master y Dirección Educativa por el Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa, con sede en Lima, Perú (2006); la Medalla Bellas Artes de Literatura 2014; el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (2014), y la Medalla al Mérito en Artes 2014, otorgada por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Desde 2015, una colección de obras literarias escritas por jóvenes y publicada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla lleva su nombre. Asimismo, recibió innumerables homenajes en México y en el extranjero.

René Avilés Fabila fue igualmente un incansable promotor cultural. Entre sus proyectos personales recuerdo tres de enorme importancia: la Fundación que lleva su nombre, para promover la cultura, especialmente literaria, con cursos, becas y talleres para jóvenes escritores. La revista cultural El Búho,[17] que durante años publicó en papel con un tiraje de cinco mil ejemplares distribuidos gratuitamente; sin embargo, por carecer de apoyos externos, se convirtió en una revista digital que se ha mantenido hasta ahora. El tercero es el Museo del Escritor, un proyecto que comprende la exhibición en sala de objetos de diversos escritores de todo el mundo, así como primeras ediciones firmadas; posee, además, una biblioteca especializada en literatura con quince mil ejemplares. El proyecto del Museo incluye la organización de talleres, cursos, diplomados, presentaciones de libros, etcétera, para impulsar la formación de jóvenes escritores. La idea de René era repetir la experiencia del Centro Mexicano de Escritores, donde él mismo se formó, con maestros como Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde. El Museo estuvo primero en la sede de la Fundación René Avilés Fabila, y de 2011 a 2015, en el Faro del Saber, ubicado en el Parque Lira de la Delegación Miguel Hidalgo. Lamentablemente tuvo que cerrar sus puertas por no haber contado con el favor de las autoridades. Nunca nos hemos podido explicar cómo iniciativas tan nobles e importantes para la cultura y la educación de nuestro país han carecido del interés y el apoyo gubernamental.

René Avilés Fabila fue un hombre cabal, comprometido, honesto, que no admitía injusticias ni actos de corrupción; leal y generoso, sin límites, con sus amigos; cordial y educado. Un caballero asistido por un gran sentido del humor con el que salvaba cualquier situación difícil y, gracias al cual, según decía, se había “librado de la locura”. Sirvan estas líneas como un tributo a mi inteligente, talentoso y entrañable amigo. René querido, gracias: a todos nos queda tu magnífica obra y a mí, además, los maravillosos recuerdos de nuestra hermosa amistad. I
 

 

*Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 03.11.16.

Imagen de portal: Homenaje a René Avilés Fabila por 50 Años de Literatura, Sala Hermilo Novelo del Centro Cultural Ollin Yoliztli, 30 de noviembre de 2010. Foto tomada de <www.reneavilesfabila.com.mx>.

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[1] Elda García, “Semblanza de René Avilés Fabila”, Coordinación Nacional de Literatura, INBA,

<http://www.literatura.bellasartes.gob.mx/acervos/index.php/recursos/articulos/semblanzas/1651-aviles-fabila-rene-semblanza?/showall=1>. Consulta: 12 de octubre de 2016.

[2] A propósito del título del presente texto, cabe señalar que Culturalmente incorrecto es el nombre del programa de Radio UAM que Avilés Fabila fundó y dirigió hasta el día de su fallecimiento. Él mismo así lo tituló.

[3] René Avilés Fabila, “El periodismo como creador de cultura: el caso de Martha Fernández”, Drmatis personae, en El Búho, suplemento cultural, domingo 25 de noviembre de 1990.

[4] Elda García, op. cit.

[5] René Avilés Fabila, “Autobiografía procaz”, René Avilés Fabila. Escritor, página oficial, <www.reneavilesfabila.com.mx>. Consulta: 12 de octubre de 2016.

[6] Martha Fernández, “René Avilés Fabila. La literatura como historia, creación y fantasía”, en Casa del Tiempo, Universidad Autónoma Metropolitana, vol. VI, núm. 71, septiembre de 2013, p. 63.

[7] Elda García, op. cit.

[8] René Avilés Fabila, “Autobiografía procaz”.

[9] René Avilés Fabila, “Matar al débil dragón”, en Revista de la Universidad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, nueva época, núm. 84, febrero de 2011, pp. 78-79.

[10] René Avilés Fabila, El bosque de los prodigios, 2ª ed., México, Laberinto Ediciones, 2015, p. 13.

[11] Martha Fernández,“René Avilés Fabila: la literatura como historia, creación y fantasía”, p. 63.

[12] Martha Fernández, “René Avilés Fabila: la literatura como historia, creación y fantasía”, p. 64.

[13] Elda García, op. cit.

[14] René Avilés Fabila, “La investigación ¿sólo es científica o puede ser artística?”, en Casa del tiempo, UAM, vol. III, núm.32, junio de 2010, pp. 8-11.

[15] Elda García, op. cit.

[16] Juan Manuel Asai, “René Avilés Fabila, Trending Topic”, en La Crónica de Hoy, <http://www.cronica.com.mx/notas/2016/988770.html>. Consulta: 10 de octubre de 2016.

[17] Al principio se llamó El universo de El Búho.