Palacios del Albaicín

Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com

 

                                                           pasear el Albaicín
                                                           con la vista de la Alhambra,
                                                           recitando a Federico,
                                                           soñando Manuel de Falla.

                                                                José Manuel Soto:
                                                                "Poema para el Día de la Hispanidad"
 

Barrio del Albaicín desde la torre del palacio Dar al-Horra. Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.
 

EL ALBAICÍN O ALBAYZÍN ES el barrio más antiguo de Granada, un lugar en la ribera del río Darro que ahora nos parece pintoresco por sus edificaciones blancas con techos de teja roja y sus mil callejuelas empedradas que suben serpenteando por la colina de San Miguel que se erige frente a otra, la Al Sabika (o la Sabika), donde se levantan los dos edificios monumentales más famosos de la ciudad: la alcazaba o ciudadela de la Alhambra y el palacio que construyó Carlos V en el patio de los Arrayanes del palacio nazarí.

Acerca de su nombre se han bordado algunas leyendas. Unas cuentan que poblaron el lugar “moros de Baeza, expulsados de su patria por san Fernando en 1227 y que de ellos tomó su nombre, aunque la ortografía de éste y el haber otros barrios así llamados en varios pueblos […] inclinan a creer que su exacta etimología es arrabal de los Alconeros [sic]”.[1] Otras versiones apuntan a que el nombre significa simplemente “barrio en pendiente o cuesta”.[2]

De acuerdo con Rafael López Guzmán, los orígenes del Albaicín se remontan a época fenicia o romana, “pero será en el siglo VIII cuando Asad ben Abderrahaman al-Saybaní, gobernador árabe del distrito de Ilbira, mande construir una fortaleza en la parte más elevada de la colina, cuyo cerro se hallaba, aproximadamente, en la plaza de San Nicolás”. Esta fortaleza recibirá, “posteriormente, el nombre de Alcazaba Cadima”.[3] La plaza de San Nicolás es un mirador desde el que hoy se pueden admirar la Alhambra, el palacio de Carlos V y la Sierra Nevada, de manera que, como fortaleza, debió de haber funcionado muy bien.

Lógicamente, a su alrededor se formaron barrios que ocuparon las laderas occidental y meridional, aunque, como afirma López Guzmán, probablemente hacia el siglo XI se comenzó a formar el núcleo de población que más tarde se conocería como arrabal del Albayzín, al norte y fuera de la muralla que defendía la alcazaba, constituido por la reunión de varios barrios y arrabales.
 

Calle del Albaicín. Al fondo, una torre de la muralla de la Alhambra. Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.
 

La época en que tuvo su mayor esplendor fue la nazarí, cuando se convirtió en “el barrio más populoso, rico y laborioso de la ciudad […] su centro vital giraba en torno a la mezquita mayor (hoy iglesia de El Salvador), baños públicos y Plaza larga (Rabbat al-Ziyada). A su alrededor se agrupaban los distintos oficios: tejedores, cerrajeros, tintoreros, torcedores de seda, alfareros […]; así como las carnicerías y alhóndiga de la cal.” El Albaicín se constituye, por tanto, en “la primera acrópolis palatina, anterior a las construcciones de la Alhambra”.[4]

El Albaicín de aquel tiempo seguramente respondía a la estructura de una ciudad musulmana, la cual, de acuerdo con Leopoldo Torres Balbás, tenía
 

un núcleo central murado, la medina, en el que solían estar la mezquita mayor, la alcaicería y el comercio principal, y una serie de arrabales relativamente autónomos y apenas coordinados con aquella. Protegía casi siempre a estos últimos una cerca, independiente de la medina. Medina y arrabales formábanse por la agrupación de barrios, de muy desigual extensión, a veces reducidísimos, no más grandes que una calle, con puertas en sus extremos para cerrarla de noche.[5]
 

La decadencia del Albaicín, como barrio habitacional y comercial, comenzó en 1492, cuando los cristianos tomaron la ciudad de Granada. Si bien la intención de los hispanos no fue conservarla como un reducto moro, según lo explica Rafael López Guzmán, “la estructura urbana responde a los conceptos propios de una ciudad musulmana. Arquitectura de interior con muros de separación, más que fachadas, conformando un verdadero laberinto callejero, con alineaciones sinuosas, callejones sin salida que, en ocasiones, se invaden por cobertizos, ajimeces o saledizos. Todo esto […] se potencia por los desniveles orográficos de las laderas de la colina.”[6] Este barrio granadino se erigió así en uno de los más entrañables de la ciudad, por lo que nunca fue abandonado; por el contrario, en el siglo XX se procuró su rescate como bien patrimonial, lo que llevó a que en el año de 1984 fuera declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Gracias a la preocupación por conservar ese antiguo barrio, fueron rescatadas varias edificaciones de origen moro, entre ellas algunos palacios que revisten gran interés. Podemos decir que, en general, todos responden al mismo patrón arquitectónico: dos niveles dispuestos alrededor de un patio central que tiene una fuente o un estanque en el medio y dos caras o testeros del patio, uno frente al otro, forman verdaderas fachadas que varían en riqueza ornamental.
 

 

Patio del palacio Dar al-Horra, barrio del Albaicín, Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.
 

En la parte alta del Albaicín se encuentra el palacio Dar al-Horra, que fuera residencia de la sultana Aixa o Aisha al-Hurra, llamada también Fátima la Horra (la Honesta), madre de Boabdil, el rey moro que perdió Granada en la reconquista cristiana. De acuerdo con Manuel Gómez Moreno, la casa pudo haberse construido en el siglo XV. Después de la caída de Granada, la reina Isabel la Católica cedió el palacio al convento de Santa Isabel la Real y no fue hasta principios del siglo XX cuando el gobierno español se hizo cargo de él. Declarado monumento histórico artístico en el año de 1922, el palacio de Aixa tiene una fuente rectangular en el patio, dos galerías con sus fachadas y dos muros donde se abren habitaciones. Los dos niveles de las galerías tienen arcos de medio punto limitados por alfices y se encuentran apoyados en columnas de mármol cuyos capiteles cuadrados están decorados con motivos florales. Los alfices del primer nivel sólo se marcan con un pequeño rehundimiento del muro, porque su ornamentación se perdió, pero los del segundo piso están totalmente decorados con motivos geométricos realizados con yesería, como el resto de los arcos, nichos y frisos de las habitaciones del palacio. La sala principal de la crujía sur sirvió como capilla cuando se estableció el monasterio católico, de manera que constituye un área alargada como si fuera una nave que culmina con un presbiterio de forma cuadrada. En el siglo XIX Manuel Gómez Moreno tradujo fragmentos de leyendas inscritas en yeso en algunas habitaciones, que hacen referencia básicamente a Boabdil: “La protección de Dios y una espléndida victoria anuncia a los creyentes”, “La dicha, la felicidad y el cumplimiento de los deseos”, “La gloria eterna y el reino duradero” y, en los nichos: “Salvación perpetua”.[7] Tanto el alero del patio como los diversos recintos del edificio estuvieron cubiertos con artesones y alfarjes de madera; todavía se conserva un número de éstos policromados y otros, ya restaurados, recobraron su esplendor. En algunas piezas fueron repuestas también las celosías de madera que cubrían las ventanas, lo que provoca un ambiente cálido y recuerda la costumbre de la cultura ancestral de utilizar las ventanas (como ahora) para que las mujeres pudieran mirar al exterior e impedir que las vieran. A un costado, el palacio tiene una torre-mirador desde la cual se logran vistas impresionantes del barrio del Albaicín.
 

Patio del palacio Zafra. Al fondo, la muralla de la Alhambra. El Albaicín, Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.
 

Para bajar a los otros palacios se puede tomar la ruta del mirador de San Nicolás, un lugar privilegiado constituido por una plaza arbolada, un aljibe árabe y una iglesia del siglo XVI reconstruida en el XX después del incendio que sufrió durante la Guerra Civil. A un lado se erigió, no hace mucho tiempo, la Gran Mezquita de Granada. El sitio posee un valor especial porque desde ahí se tiene la mejor vista panorámica de la Alhambra con el Palacio de Carlos V, limitados al fondo por la Sierra Nevada.

El palacio Zafra lleva ese nombre porque después de la reconquista los reyes católicos le otorgaron el edificio a Hernando de Zafra y a su esposa Leonor de Torres, en agradecimiento por los servicios que él realizó durante las negociaciones de rendición del rey Boabdil. Se piensa que esa casa también data del siglo XV. Originalmente sólo tenía una planta, lo que puede apreciarse en los elementos y características de su construcción. Aunque es menos rico y vistoso que otros palacios, se cree que debió pertenecer a una familia nazarí importante. En el año de 1507, Hernando de Zafra donó la casa al convento de Santa Catalina que ahí había fundado la reina Isabel la Católica; todavía como parte del conjunto religioso, fue declarada monumento histórico artístico en el año de 1931, y en 1946 el Ayuntamiento de Granada la segregó finalmente del monasterio. Su aspecto actual se debe a la restauración llevada a cabo en 1991, como se informa en la cédula que se encuentra en la propia casa. Su portada presenta características del arte gótico; su acceso lo forma un arco conopial sobre el que se abren un mascarón con cuernos de la abundancia y dos escudos heráldicos que corresponden a Hernando de Zafra y a su esposa.[8] En su interior, como todas, tiene un patio central con su estanque, alrededor del cual se abren las habitaciones; de acuerdo con Gómez Moreno, su piso fue de mármol y su fuente dodecagonal.[9] Las galerías tienen sus dos niveles, pero con diferente arquitectura. En el primero se abren los tradicionales arcos apoyados sobre columnas de mármol y en su alfiz se pueden ver estrellas y rosetas, además de alguna decoración de lazos. El segundo nivel, en cambio, es arquitrabado y su techumbre de madera está soportada por sencillas columnas del mismo material. Sus habitaciones son sobrias y sólo conservan restos muy pequeños de la pintura mural que cubrió sus paredes.
 

Artesón del palacio Horno de Oro, el Albaicín, Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.

La Casa Horno de Oro fue una residencia palatina construida a finales del siglo XV y ampliada después de la reconquista cuando se le añadió el segundo nivel. Su ingreso constituye un arco apuntado de ladrillo, limitado por un alfiz decorado con lazos. La casa también fue restaurada para hacer lucir su patio con estanque; como es costumbre, las galerías se desplantan en el primer nivel sobre columnas de mármol que sostienen arcos de medio punto enmarcados por un alfiz en el que vemos decoración geométrica, estrellas y lazos. El segundo nivel es arquitrabado y su cubierta y las columnas que la sostienen son de madera. En este nivel se rescataron los arcos ornamentados con yeserías, así como la armadura que cubre la sala sur, misma que es policroma.

La casa se encuentra ya muy cerca de la Carrera del Darro, por lo que, antes de salir del Albaicín, vale la pena visitar El Bañuelo. Aunque no es un palacio, la importancia y el interés de este edificio radican en que se trata del baño árabe mejor conservado de España, como afirman los conocedores. Según Manuel Gómez Moreno, en un documento de 1494 se le llamaba de Chauze, que significa nogal, por eso fue conocido también como Baño de Nogal y, de acuerdo con el autor citado, en algún momento se convirtió en lavadero.[10] No se sabe exactamente cuándo fue construido; algunos, como Ignacio Henares Cuéllar y Rafael López Guzmán, lo suponen del siglo XI, “tratándose del edificio más antiguo de la ciudad”.[11] Sus muros son de hormigón y sus bóvedas de ladrillo horadadas con vanos octagonales y en forma de estrella para iluminar las estancias. Está constituido por tres salas con diferentes temperaturas (como se acostumbraba también en los baños romanos) donde pudo haber pilas para bañarse: una con agua fría, otra con agua templada y una más con caliente, todo precedido por un pequeño patio con un aljibe y una casa que fue edificada tiempo después de la reconquista y que hoy sirve de acceso a los baños, si bien en su momento debió existir alguna habitación en ese mismo lugar destinada al guarda. En la parte posterior debieron encontrarse la zona de calderas y los servicios. La sala más amplia es la de temperatura templada. De cualquier manera, todas están constituidas por arcos de ladrillo en forma de herradura, apoyados sobre columnas cuyos capiteles adoptan formas diversas, entre geométricas y florales, pues se reaprovecharon de otros edificios romanos, visigodos y musulmanes. Antiguamente, todo su pavimento era de barro y en sus muros se conservaban restos de la pintura que los decoraba, como en el caso de “las dovelas de los arcos, y adornos de hojas y tallos en las enjutas”; también había arcos fingidos que completaban la decoración. Obviamente también hubo inscripciones alusivas a Alá, como las que da a conocer Gómez Moreno: “En el nombre de Dios clemente y misericordioso. No hay fuerza sino en Dios el excelso. La dicha y la felicidad. La defensa del poder de Dios.”[12] El Bañuelo fue declarado monumento nacional en 1918.
 

Vista de la Alhambra y el palacio de Carlos V desde el mirador de San Nicolás, Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.
 

Todos estos edificios fueron rescatados y restaurados en diversos momentos. Algunos son sede de pequeños museos; por ejemplo, el Dar al-Horra está dedicado a las ciencias en tiempos de la dinastía nazarí, y el Zafra, a la casa Nazarí. El resto de los edificios simplemente exhibe su belleza y valor histórico y artístico. Pasear por los callejones del Albaicín y visitar sus monumentos con la vista de la Alhambra y el palacio de Carlos V es viajar por la historia de la cultura árabe, su contacto con la cultura occidental y el rico acervo que entre ambas lograron crear y que se mantiene hasta nuestros días. Testigos y protagonistas de ello fueron el poeta Federico García Lorca y el compositor Manuel de Falla. I
 

Sala de agua templada de El Bañuelo, barrio del Albaicín, Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.

 

*Es investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 24 de abril de 2020.

Imagen de portal: Patio del palacio Horno de Oro, barrio del Albaicín, Granada, España, 2019. Foto: Martha Fernández.

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[1] Manuel Gómez Moreno, Guía de Granada, Granada, Universidad de Granada, 1994 [1ª ed. 1892], p. 476.

[2] Rafael López Guzmán, Tradición y clasicismo en la Granada del siglo XVI. Arquitectura civil y urbanismo, Granada, Diputación Provincial de Granada, 1987, p. 59.

[3] Ibid., p. 60. Las alcazabas eran recintos fortificados.

[4] Ibid., p. 61.

[5] Leopoldo Torres Balbás, “Estructura de las ciudades hispanomusulmanas: la medina, los arrabales y los barrios”, en Al-andaluz, XVIII (1953), p. 149. Citado por Juan Manuel Martín García, “Elementos de transformación cultural y religiosa en un barrio histórico de Granada: las cruces del Albaicín”, en Cuad. Art. Gr., 38, 2007, p. 272.

[6] Ibid., p. 62.

[7] Gómez Moreno, op. cit., pp. 446-447.

[8] López Guzmán, op. cit., pp. 392-394.

[9] Ibid., p. 421.

[10] Gómez Moreno, op. cit., pp. 415-418.

[11] Ignacio Henares Cuéllar y Rafael López Guzmán, Guía del Albayzín, Granada, Editorial Comares, 2001, p. 122.

[12] Ibid., p. 417.