Nuevo viaje por la Ciudad de México

Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com

 

JORGE ALBERTO MANRIQUE (DIR.): La Ciudad de México a través de los siglos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2019.
 

Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria. Foto: Martha Fernández.
 

El proyecto de esta obra monumental lo conocí en los años setenta cuando el maestro Jorge Alberto Manrique era director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Como él mismo explica en el epílogo, la idea era hacer una guía de la Ciudad de México elaborada por los especialistas del propio Instituto y maestros de la Facultad de Filosofía y Letras, lo que presentaba varias virtudes; primero, el acierto académico de que la publicación estaría bien documentada y sería realmente una guía informada de la capital. Tenía, asimismo, la ventaja de ser una obra colectiva que reunía los esfuerzos y los conocimientos de los académicos del Instituto, desde el más encumbrado investigador hasta el más joven de los becarios, lo que igualmente redundaba en una mayor interacción y convivencia entre los académicos de diversas generaciones, algo que, por cierto, al maestro Manrique siempre le preocupó. A los becarios, por supuesto, nos tocaba aprender y hacer lo que podríamos llamar la obra negra de la investigación. Con eso, el maestro cumplía, además, con su eterna labor docente al iniciar a los jóvenes recién egresados de la Facultad en las labores de la investigación y del trabajo de campo. Por haberme inclinado al arte virreinal, tuve la suerte de ocuparme del Centro Histórico y sus edificios coloniales y neocoloniales. Fue entonces una época de ensayos, equivocaciones, algunos aciertos y, en fin, un cúmulo de experiencias de investigación bajo la orientación del maestro Manrique, lo que siempre he considerado un privilegio.

Por diversas razones, la realización de la guía de la ciudad se relegó por varios años; afortunadamente, gracias a la invitación de Manrique, volví a ella en su etapa final para colaborar con el cuadrante de Santo Domingo del Centro Histórico, el itinerario 4 de la obra. Regresar a tomar notas y fotos, reflexionar sobre los edificios, caminar sus calles, registrar sus casas, sus iglesias, sus rincones ya con mejores elementos y mayor conocimiento de causa, fue muy interesante y enriquecedor, pero implicó una mucho mayor responsabilidad de la que tuve cuando era becaria y apenas estaba aprendiendo.
 

Templo mayor. Al fondo se encuentra el Museo del Templo Mayor y a la derecha, el Palacio de la Autonomía de la UNAM. Foto: Martha Fernández.
 

Muchos conocimos el proyecto y recordamos sus orígenes. Sabemos que el libro se estructuró como una guía de la Ciudad de México, como lo había concebido el maestro Manrique en los años setenta, si bien de manera acertada él mismo amplió el proyecto y el concepto para convertirlos en La Ciudad de México a través de los siglos (paráfrasis de la conocida obra de don Vicente Riva Palacio: México a través de los siglos) porque, en realidad, el resultado va mucho más allá de una guía. Ciertamente, el libro está estructurado a partir de itinerarios y mapas de la ciudad con la ubicación de los sitios de interés que se reseñan; además, como en toda guía, en cada uno de los itinerarios podemos encontrar los monumentos, museos, pinturas, relieves, iglesias, capillas, palacios, etcétera, más importantes de la ciudad; de algunos de ellos incluso se incluyeron planos como el del Palacio Nacional, el de la Academia de San Carlos, el de la iglesia de Nuestra Señora de Loreto y el del Museo de Antropología; sin embargo, esta obra sobrepasa con mucho esos límites y permite varios niveles de consulta y de lectura.

Primeramente, es un manual de la historia de la Ciudad de México, desde su fundación hasta los inicios del siglo XXI; desde la época prehispánica y los vestigios arqueológicos que se conservan hasta la conformación de la moderna zona de Santa Fe. Fue muy acertado por parte de Manrique incluir las tres excepciones que menciona en su presentación: “la ruta de Xochimilco y el lago; la ciudad sagrada de Teotihuacán, que pasa por el convento de Acolman; y el colegio de Tepotzotlán, que cruza por San Bartolo Naucalpan y las pirámides de Santa Cecilia y Tenayca” pues esto nos permite hacer un recorrido histórico itinerante de todo el valle de México.
 

Palacio de Bellas Artes. Foto: Martha Fernández.
 

Por su importancia, es lógico que los cinco primeros itinerarios se dedicaran en forma exclusiva al Centro Histórico de la Ciudad de México, la “ciudad antigua”, la llama el maestro Manrique, con sus cuatro barrios indígenas originales: San Pablo (Teopan), San Sebastián (Atzacoalco), Santa María la Redonda (Cuepopan) y San Juan de Letrán (Moyotla). Se puede comenzar por la Plaza de la Constitución o Zócalo, con la Catedral, el Palacio Nacional (originalmente, Palacio Virreinal o Palacio Real, porque así de pretensiosos eran los novohispanos), el Palacio del Ayuntamiento, los portales, y de ahí al Hospital de Jesús, fundado por Hernán Cortés (y todavía en funciones); y seguir por la Plaza de Santo Domingo, el convento de San Francisco, el palacio de los marqueses de Xala, el de los condes de Santiago de Calimaya (hoy Museo de la Ciudad de México), el famoso de Iturbide, el grandioso de Minería, la Alameda (primer paseo que existió en la ciudad) y todos los monumentos que se han podido conservar hasta nuestros días, registrados meticulosamente en la obra objeto de la presente reseña: “casa por casa”, como afirma Manrique.

El México decimonónico y porfirista está presente en el libro a través de la historia y las descripciones no sólo de los conocidos edificios de Correos, el Palacio de Bellas Artes, la antigua Cámara de Diputados (hoy Asamblea Legislativa), el de Comunicaciones (hoy Museo Nacional de Arte) y la columna de la Independencia, sino también de construcciones situadas en el Paseo de la Reforma y en colonias como Guerrero, Santa María la Ribera, Juárez y Roma, mismas que se fundaron en aquella época como producto de la expansión de la ciudad. Imposible no mencionar el célebre Palacio Negro de Lecumberri, hoy Archivo General de la Nación, con su planta panóptica y su aspecto de castillo medieval, que hoy existe gracias, precisamente, a la lucha que dio el maestro Manrique para evitar su demolición.

Del siglo XX podemos conocer y seguir la ruta de su arquitectura nacionalista posrevolucionaria en obras como el edificio de La Nacional, primer rascacielos de la ciudad, el Monumento a la Revolución, el Monumento a Álvaro Obregón y la Suprema Corte de Justicia. De ahí a la arquitectura moderna con la Torre Latinoamericana, unidades habitacionales como Tlatelolco, el multifamiliar Juárez, la colonia del Valle, las Lomas de Chapultepec, Ciudad Satélite y sus célebres torres de Luis Barragán y Mathias Goertiz. Y la historia puede seguir hasta encontrarnos con el edificio de la Hewlett-Packard, mejor conocido como “el pantalón”, de Teodoro González de León, y el Centro Comercial Santa Fe, del arquitecto Javier Sordo Madaleno.
 

Torre Latinoamericana. A la derecha, el edificio de La Nacional. Foto: Martha Fernández.
 

Pero dentro de esta gran historia de la ciudad, existen otras historias que también comienzan en la época prehispánica, las de los barrios, como Xochimilco, Tacubaya, San Ángel, Coyoacán, Churubusco y Azcapotzalco, con sus propios monumentos históricos y artísticos, con sus propios museos y su propia idiosincrasia. Por supuesto, Chapultepec, con la historia de su bosque, sus lagos, su castillo y sus museos. La célebre Zona Rosa, bautizada así, según la leyenda urbana, por José Luis Cuevas, a quien se dedicó el Corredor de Arte que lleva su nombre y que también es conocido como Galería al Aire Libre de la Zona Rosa. Desde luego, dos sitios de especial interés por sus implicaciones en la vida novohispana y del México independiente: los Remedios y el santuario para una virgen que bajaba a la ciudad cada vez que sucedía alguna desgracia que afectaba la vida colectiva de sus habitantes. Ahí mismo, el acueducto con sus dos famosos sifones en forma de caracol. Al otro lado de la ciudad, la Villa de Guadalupe (territorio de La virgen que forjó una patria, como se titula la película que dirigió Julio Bracho en el año de 1942), con los santuarios religiosos más importantes de Latinoamérica: la antigua Basílica, obra del arquitecto Pedro de Arrieta, y la nueva, edificada por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. A tales construcciones se unen dos capillas de enorme importancia: la del Cerrito y la del Pocito, esta última proyectada por el arquitecto Francisco Antonio Guerrero y Torres.
 

Catedral de México y Sagrario Metropolitano. Foto: Martha Fernández.
 

Estas historias y las de cada edificio, plaza, calle o paseo importante que se menciona en el libro se conectan también con la Historia del Arte, por lo que ante nuestra mirada se despliegan los nombres de los artistas que han construido y adornado la Ciudad de México y se explican los valores artísticos, estilísticos, espaciales e iconográficos de cada edificio, de cada pintura, de cada escultura. Por poner un ejemplo, puedo mencionar la Catedral Metropolitana, a la que se dedica un buen número de páginas. Este edificio puede considerarse como un compendio de la historia del arte virreinal, transitó del manierismo al neoclásico, pasando por el barroco tanto en su construcción como en sus retablos, pinturas y esculturas. En el libro se registran los nombres de muchos de sus autores, desde Claudio de Arciniega, con el diseño de la planta, hasta Manuel Tolsá, autor de la cúpula, su elegante linternilla y las esculturas de las Tres Virtudes Teologales que rodeaban el reloj de la fachada hasta que el sismo de 2017 despeñó a la Esperanza. Toda su historia constructiva pero también la historia y la descripción de cada una de sus capillas y de cada uno de los retablos que hay en ellas. El coro con su notable reja traída de Macao y colocada por Jerónimo de Balbás, autor del magnífico Retablo de los Reyes. La reconstrucción de los sitiales y del Retablo del Perdón, después del incendio que sufrió la Catedral en 1967; asimismo, la restauración de sus órganos. Las pinturas perdidas y también las rescatadas. La Capilla de las Ánimas, casi siempre cerrada, y el Ánima sola que se representa entre llamas en la “estampa” que se abre sobre la calle de Guatemala. Por supuesto, el magnífico Sagrario Metropolitano, que provocó tantas críticas a don Lorenzo Rodríguez, autor de esta edificación de la que se destacan, entre otros aspectos, sus portadas estípites, sus fachadas con el tezontle aparente, su planta de cruz griega y sus retablos neoclásicos. Así de minucioso y cuidado fue el registro de este monumento en el libro que nos ocupa.

Sin embargo, de acuerdo con el interés de cada uno, pueden encontrarse también todos los movimientos artísticos que han tenido vigencia en la Ciudad de México desde el siglo XIX, como el art nouveau de la Colonia Roma o el déco del antiguo edificio de bomberos, hoy Museo Nacional de las Culturas Populares; asimismo, el muy apreciado y lujoso colonial californiano de las Lomas y Polanco. Por supuesto, se pone de relieve el muralismo mexicano al hacer referencia a cada uno de los edificios que fueron intervenidos por Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Juan O’Gorman, Rufino Tamayo y otros más, de manera que al entrar –guiados por alguno de los itinerarios del libro– a lugares como la sede de la Secretaría de Educación Pública, no sólo nos enteramos de que el edificio fue un antiguo claustro para las monjas del Convento de la Encarnación, atribuido al ingeniero militar Miguel Constansó, sino también de que fue adaptado por el arquitecto Federico Méndez Rivas, siguiendo las instrucciones de José Vasconcelos, para cumplir con la función que todavía tiene, y que en los muros del primer patio, dedicado al Trabajo, Diego Rivera representó básicamente la explotación del obrero y del campesino, mientras que en el segundo patio, dedicado a las Fiestas, presentó las alegrías y tristezas del pueblo mexicano. Y este registro también comprende el Palacio Nacional, la Suprema Corte de Justicia de la Nación y los patios de la antigua Escuela Nacional Preparatoria, el célebre Colegio de San Ildefonso.
 

Antigua Cámara de Diputados, hoy Asamblea Legislativa de la Ciudad de México. Foto: Martha Fernández.

 

Antiguo Palacio de Comunicaciones, hoy Museo Nacional de Arte. Foto: Martha Fernández.
 

Es de resaltarse el espacio que se dedica en el libro La Ciudad de México a través de los siglos a la Ruta de la Amistad, proyectada por Mathias Goeritz. La Ruta seguía un trayecto que cubría parte del Anillo Periférico, desde la Unidad Independencia hasta el Canal de Cuemanco, a lo largo del cual se erigieron esculturas de artistas de los diversos países que participaron en las Olimpiadas que se celebraron en México en el año 1968. Esta serie de esculturas formaba parte de la Olimpiada Cultural que se proyectó de manera paralela al acontecimiento deportivo  internacional. Era un museo al aire libre, hoy, desgraciadamente, destruido como ruta y con el riesgo de perder también algunas de sus esculturas.

Pero ya que menciono los museos, en la publicación también se incluyen reseñas de los otros museos que hay en la ciudad, como el Franz Mayer, el Museo Nacional de Arte (que fundó y dirigió el propio maestro Manrique), el Museo de Arte Moderno (que también dirigió Manrique), el Museo Rufino Tamayo, el Museo Nacional de Antropología e Historia, el Museo Nacional del Virreinato de Tepotzotlán, el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, el Alvar y Carmen Carrillo Gil, el Museo Soumaya, el Jumex, el Museo Casa León Trotsky, el Museo Nacional de las Intervenciones, la casa-estudio de Luis Barragán (declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad) y muchos más; recordemos que México es la ciudad con el mayor número de museos en el mundo.

Como era lógico, en el libro se dedica un espacio considerable a la Ciudad Universitaria, comenzando por su campus central, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad. Este complejo arquitectónico fue inaugurado en el año de 1952; se realizó a partir de un proyecto elaborado por los entonces alumnos Teodoro González de León, Armando Franco y Enrique Molinar, bajo la coordinación de Carlos Lazo, Carlos Novoa, Mario Pani y Enrique del Moral. Con precisión y cuidado se registra la historia de su construcción, desde sus antecedentes en 1928 hasta que los estudiantes ocuparon las instalaciones en 1954; además –y esto de manera principal–, se van describiendo los edificios antiguos de las facultades e institutos, si bien la obra va más allá y se refieren también las características de las edificaciones más recientes de la Ciudad de la Investigación en Humanidades. Igualmente, se reseñan las historias constructivas y se describen los edificios del Centro Cultural Universitario, incluidos los teatros, foros y museos. Asimismo, todos los murales, esculto-murales y esculturas que se fueron agregando al conjunto de la Ciudad Universitaria hasta el año 2014, desde la Biblioteca Central y el Estadio Olímpico hasta el Espacio Escultórico y el Paseo de las Esculturas.
 

Sebastián, Búho, Ciudad de las Humanidades, Ciudad Universitaria. Foto: Martha Fernández.
 

Pero no sólo eso, a la UNAM se le dedican muchas más páginas, de manera que si tenemos curiosidad o interés, nos encontraremos con el rico patrimonio de nuestra institución disperso por la ciudad, como la Casa del Libro, en la colonia Roma, el Museo Universitario del Chopo y el de Geología, en Santa María la Ribera, la Casa del Lago, en Chapultepec, el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el Museo Experimental El Eco, en la colonia San Rafael, el Palacio de Mascarones, en la antigua Ribera de San Cosme. De igual modo, todos los edificios que posee en el Centro Histórico, como, por ejemplo, la que fuera iglesia de San Agustín, que pasó a ser por un tiempo la Biblioteca Nacional; el antiguo Palacio de la Inquisición, que, paradójicamente, hoy es Museo de Medicina; el antiguo templo de San Pedro y San Pablo, que hoy es el Museo de las Constituciones; el Palacio de la Autonomía, que antes fue la Preparatoria 2 y luego la 7; la antigua Academia de San Carlos, que conserva su misma vocación como academia de arte aunque con la categoría de Facultad; las antiguas escuelas de Economía y Jurisprudencia, así como el antiguo Colegio de San Ildefonso y el notable Palacio de Minería que mencioné antes. Finalmente, la casa que, según la tradición, fue la primera sede de la Real y Pontificia Universidad de México, en la esquina de Moneda y Seminario, una construcción que durante un tiempo albergó también la famosa cantina El Nivel. En tono académico, en la guía se menciona que la importancia de este establecimiento radicaba en que obtuvo “el primer permiso para el expendio de licor, otorgado por Sebastián Lerdo de Tejada en 1872 (su nombre se debe a la cercanía con el Monumento Hipsográfico que ahí se ubicaba y señalaba la altura de la Ciudad de México con respecto al mar)”. Sin embargo, su importancia histórica, en especial para la Universidad, consiste en realidad en haber sido un centro de reunión de autoridades, académicos y estudiantes de las diversas escuelas que se encontraban dispersas en el Centro; fue un lugar de convivencia real entre universitarios de las más variadas categorías políticas y académicas. Por tal motivo, desde mi punto de vista, tanto El Nivel como el cine Goya (cuyo nombre dio origen a la muy conocida y entrañable porra universitaria) debieron haberse conservado y haber pasado a formar parte del patrimonio de la UNAM, aunque su uso (por lo menos el de la cantina) se hubiera modificado.

Cuántas cosas más pueden decirse de este extraordinario libro que hacía tanta falta para conocer de veras la Ciudad de México, su historia y su arte. No obstante, concluyo diciendo que quien quiera consultarlo en el orden que le dio el maestro Manrique, sin mis disgregaciones, tendrá el placer de recorrer cada uno de los 19 itinerarios que propone, y entonces podrá darse cuenta de que en cada paseo se mezclan los diversos periodos de la historia y de las historias de la ciudad, y podrá disfrutar de los muy diversos estilos artísticos que se entrelazan en sus calles, plazas y monumentos, porque este libro también es una guía, una guía fundamental para conocer los innumerables tesoros que la Ciudad de México ha acumulado a través de los siglos. I
 

 

*Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 17 de octubre de 2019.

Imagen de portal: Antiguo Palacio de la Inquisición, hoy Museo de Medicina de la UNAM. Foto: Martha Fernández.

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