Los memoriales de Alberto Durero

Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com

 

Alberto Durero, Victoria por haber vencido a los campesinos, en De la medida, libro III. Detalle.
 

COMO CONSECUENCIA DE LA REFORMA religiosa impulsada por Martín Lutero en 1517, se produjo el levantamiento de campesinos alemanes que tuvo lugar entre 1524 y 1525. Su violencia y la derrota de los sediciosos inspiraron a Alberto Durero (1471-1528) para proyectar dos monumentos: uno dedicado a los campesinos rebeldes, y el otro, un memorial para ser colocado sobre la tumba de un borracho. Ambos proyectos los publicó en su tratado De la medida y tienen fecha de 1525.

Los dos diseños se han prestado a múltiples interpretaciones de especialistas y biógrafos de Durero, no solamente por el tipo de imágenes que el artista dibujó, sino también por los textos que las acompañan. Jeanne Peiffer se ha ocupado de estas interpretaciones en el estudio introductorio del tratado que he mencionado, en la versión publicada por Akal en el año 2000. En síntesis consisten en lo siguiente: respecto al monumento dedicado a los campesinos, existen tres versiones: una que afirma que Durero se mofa de los rebeldes, otra que sostiene que el proyecto sería más bien una ironía del artista en contra de los vencedores, y la más reciente y conciliadora que sostiene que el monumento de Durero es una expresión de la necesidad que tenía la ciudad de “pactar con las exigencias de los campesinos, aislarlos de los sediciosos y guardarse de los que se habían sublevado”.[1]

En relación con el memorial para ser colocado en la tumba de un borracho, una interpretación que surge de la traducción al latín afirma que sería un monumento con el fin de distraer, es decir, como un divertimento, pero otra se inclina por la idea de que el artista quería sugerir a sus compañeros artesanos que no esperaran a recibir encargos para trabajar, sino que ellos mismos “idearan y ofrecieran al mercado formas de monumentos reunidas a partir de objetos de la vida cotidiana de los poderosos (armas), de los campesinos, de los borrachos, etcétera”. Sin embargo, como ambos monumentos son irrealizables, ya que desafían todas las reglas de la estática, también se ha pensado que quizá se trata en los dos casos de una expresión irónica, “una burla para sus compañeros de oficio que inventan cualquier cosa a la espera de hipotéticos encargos”.[2]

Y, en efecto, los proyectos no están exentos de ironía. Resulta irónico que Durero los incluyera en el capítulo dedicado a la construcción de columnas, soportes por naturaleza; que aconseja levantarlos con elementos y materiales muy lejanos a la arquitectura, y también que proporciona un explicación para construir los monumentos, con medidas precisas, que nadie podría respetar, como se muestra en las siguientes transcripciones.[3] Comienzo, como lo hace él mismo, por el dedicado a los campesinos:
 

Quien quiera levantar una victoria por haber vencido a los campesinos insurrectos, podrá utilizar los materiales que le voy a indicar a continuación. Pon en primer lugar una piedra cuadrada de diez pies de lado y cuatro de alto, que se asienta sobre una plataforma cuadrada de veinte pies de lado y uno de alto, situada en una colina. En sus cuatro extremos pon vacas, ovejas, cerdos y otros animales atados con cuerdas. En las cuatro esquinas de la piedra cuadrada superior coloca cuatro cestas con queso, mantequilla, huevos, cebollas, hortalizas o lo que se te ocurra. En medio de esta piedra pon luego otra cuadrada de siete pies de lado y uno de alto, y, encima, un arca de avena de cuatro pies de alto y, de lado, seis pies y medio en la base, seis a la altura de la cerradura y cuatro en la tapa. Sobre ella coloca boca abajo un caldero de cuatro pies y medio de ancho, mas sólo tres en el fondo. En medio de éste, pon una escudilla de queso de medio pie de alto, dos de ancho en la parte alta y no más de uno y medio en la base, y cúbrela con un plato grueso que sobresalga bastante. En medio del plato pon una mantequera de tres pies de alto, uno y medio de ancho en la base y uno en la parte alta, aunque el pico que se vierte debe resaltar. En medio de esta mantequera pon un cántaro de leche bien conformado de tres pies y medio de alto, uno de ancho en la panza, medio en la boca y algo más en el pie. Levanta en el cántaro cuatro rastrillos con los que se recoge el estiércol, haciéndolos de cinco pies y medio de alto. Ata alrededor una gavilla de cinco pies de alto, de modo que los rastrillos sobresalgan medio, y cuelga en ella útiles de los campesinos como azadas, palas, azadones, horquillas para estiércol, mayales y similares. En lo más alto, encima de los rastrillos, pon una jaula con gallinas y, sobre ella, una olla de manteca boca abajo en la que está sentado un campesino afligido atravesado con una espada. Como lo he dibujado a continuación.[4]
 

Alberto Durero, Victoria por haber vencido a los campesinos, en De la medida, libro III.
 

La explicación a la lámina del Memorial en la tumba de un borracho es la siguiente:
 

Item quien quiera erigir un memorial en la tumba de un borracho, puede utilizar un parecer como el dibujado a continuación. Primero hay que poner en su sepulcro un epitafio que haga un irónico encomio de su vida de placer. Encima del sepulcro se coloca un barril de cerveza cubierto con un tablero de juego y, sobre éste, dos fuentes, una de ellas boca abajo, con las que se aludirá a la glotonería. A continuación, puesta sobre el fondo de la fuente de arriba, habrá una jarra de cerveza de dos asas ancha y burda. Cúbrela con un plato y, encima de éste, coloca un vaso alto de cerveza puesto al revés. Sobre el pie del vaso pon una cesta con pan, queso y mantequilla. Asimismo, con otros elementos se puede decorar de muy diversa forma la tumba de cada cual según haya sido su vida. Esto lo he querido mostrar por quienes trabajan a la ventura, dibujándolo con las demás columnas.[5]
 

Alberto Durero fue uno de los artistas más importantes del Renacimiento alemán; autor de grabados, pinturas, dibujos y tratados que ejercieron una gran influencia incluso entre los artistas italianos de su tiempo. Además De la medida, escribió el Tratado de arquitectura y urbanismo militar, así como Los cuatro libros de la simetría de las partes del cuerpo humano. Entre sus grabados más famosos se encuentra Melancolía, que ha sido considerado como un pequeño tratado de alquimia debido a que contiene todos los símbolos de “la gran obra”. Su talento fue incuestionable, al igual que sus métodos científicos apegados a la geometría y las matemáticas, de manera que sean cuales hayan sido sus intenciones para crear los monumentos a los que me he referido en esta nota, nos muestran a un hombre que, más allá de sus inmensas cualidades como artista y como teórico, se hallaba inmerso en su momento histórico, en el que se libraba una lucha ideológica de gran trascendencia. Los dos proyectos de monumentos nos dejan ver al ser humano detrás de su obra o, como bien expresara Erwin Panofsky –refiriéndose al artista–, “una puerta que gira entre el templo de las matemáticas y la plaza del mercado”. Alberto Durero no estuvo ajeno al movimiento reformista, ni como ciudadano ni como miembro del Gran Consejo de Nuremberg (del que formó parte desde 1509), ni tampoco como artista. Manifestó su adhesión a Martín Lutero, pero tomó una postura más bien mediadora entre el humanismo y el evangelio luterano, aunque se mantuvo a distancia de los iconoclastas.[6] Una postura prudente que, sin embargo, no lo limitó para mostrar con sus dibujos una crítica a los acontecimientos históricos de su tiempo y, de alguna manera, a los usos y costumbres de la sociedad de la cual formaba parte. I
 

Alberto Durero, Memorial en la tumba de un borracho, De la medida, libro III.

 

*Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 02.09.16.

Imagen de portal: Alberto Durero, Autorretrato con venda, entre 1491 y 1492, dibujo a lápiz sobre papel. Biblioteca Universitaria de Erlangen-Núremberg, Alemania.

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[1] Jeanne Peiffer, “Durero geómetra”, en Alberto Durero, De la medida, Madrid, Ediciones Akal, 2000, pp. 25-26.

[2] Idem.

[3] Desde luego, copio la traducción que llevó a cabo Jesús Espino Nuño del tratado De la medida para la edición de Akal que he citado.

[4] Durero, De la medida, libro III, pp. 246-247.

[5] Ibid., p. 247.

[6] Peiffer, op. cit., pp. 23-25.