El Caballito: de la gloria al infortunio

Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com

 

          La cultura no es profesión para pocos:
          es una condición para todos, que completa
          la existencia del hombre.

Elio Vittorini

 

Plaza Mayor

Plaza Mayor de México. Grabado de José Joaquín Fabregat sobre un dibujo de Rafael Ximeno y Planes. 1797. Foto: Archivo Fotográfico Manuel Toussaint, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Su historia

El lunes 18 de julio de 1796, por la mañana, se llevó a cabo una ceremonia en la Plaza Mayor de la Ciudad de México, con asistencia del virrey, don Miguel de la Grúa Talamanca, marqués de Branciforte, y los miembros de la Real Audiencia y del Ayuntamiento para colocar una caja que contenía “monedas de oro desde una onza hasta la más pequeña, y otras de plata desde un peso hasta un cuartillo, todas nuevas con el año, mes y día. También se pusieron dos guías de forasteros, una de España y otra de México, y una lámina de bronce con inscripciones conmemorativas”.[1] Era una caja del tiempo que preparaba la colocación de una escultura de madera dorada que representaba al rey Carlos IV montado sobre un brioso corcel. En realidad, la idea del controvertido virrey para mostrar su fidelidad al monarca era realizar una estatua de bronce, pero como no había suficiente material en la Nueva España, el escultor valenciano Manuel Tolsá satisfizo momentáneamente los deseos de Branciforte con una escultura provisional.

Así, el 9 de diciembre de aquel año, día del cumpleaños de la reina María Luisa, se estrenó la estatua del rey. Pese a no ser lo que realmente se ambicionaba, “en Palacio tiraron muchas monedas de medio peso con la cara del rey por un lado y por el otro, el mismo rey a caballo”. Hubo misa pontifical en la Catedral con sermón del canónigo José Mariano Beristáin y, como parte del mismo festejo, en la Plaza de San Lázaro el virrey dio “el primer barretazo” con el que inauguró el nuevo camino a Veracruz. “Hubo besamanos en Palacio, en la tarde paseo y en la noche teatro, baile y cena, con muchos castillos de fuego”; finalmente, se organizaron dos temporadas de toros de tres corridas cada una.[2]
 

Patio de la Universidad

Pedro Gualdi: Patio de la Universidad de México. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

No obstante, las pretensiones del gobernante se mantuvieron firmes en conseguir una escultura de bronce para su rey. En 1799, Manuel Tolsá concluyó el molde de madera que serviría para vaciar en bronce la pieza; pero el material no se reunió sino hasta el año de 1802, ya cuando el virrey era Félix Berenguer de Marquina. Para llevar a cabo la fundición se emplearon dos hornos construidos ex profeso en el colegio de San Gregorio, que se encendieron a las 5 de la tarde del día 2 de agosto y contenían “seiscientos quintales de metal. Ardieron constantemente hasta las seis de la mañana del 4, en que, reconociéndose ya fluido, se abrieron los conductos, y corrió libremente por los tragaderos y demás cañones del molde por el largo espacio de quince minutos”. Hubo temores de que el molde se hubiera deteriorado expuesto a los temblores y al terreno fangoso de la ciudad, por tal motivo, “a costa de imponderable fatiga”, el maestro fundidor Salvador de la Vega (“sujeto muy versado en la fundición de campanas”) se tomó cinco días en retirar el molde, “y se halló que el metal lo había cubierto enteramente, y que por consecuencia estaba logrado el lance; resultando de todo la gloriosa satisfacción de que, siendo ésta la fundición más grandiosa de cuantas se han ejecutado hasta hoy en los Dominios Españoles, saliese de una vez completa y con aquella perfección que se puede desear en obras de igual clase, siempre difíciles y sujetas a contingencias incapaces de preverse”.[3]

La escultura fue colocada mirando al oriente sobre “un magnífico Pedestal, cuyo embasamiento es de planta octagonal de trece y media varas de diámetro, erigido en el centro de la elipse que forma la nueva soberbia Plaza, construida para el efecto dentro de la mayor de esta Capital”,[4] cuyo diseño fue realizado por el arquitecto Antonio González Velázquez, director de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos.

Aunque la pieza fue ubicada en la Plaza Mayor de México desde el año de 1802, el virrey José de Iturrigaray llevó a cabo la inauguración oficial el 9 de de diciembre de 1803, para celebrar nuevamente a la reina María Luisa. En 1823, la escultura de El Caballito se trasladó al patio de la antigua Universidad, que se encontraba en el costado oriente de la Plaza del Volador. En 1852, el arquitecto Lorenzo de la Hidalga se encargó de llevar la escultura a la glorieta de Bucareli y la colocó sobre el pedestal que tiene actualmente; en ese lugar permaneció hasta el año de 1979. En mayo de aquel año El Caballito fue trasladado a su actual ubicación en la Plaza Manuel Tolsá, entre el Museo Nacional de Arte y el Palacio de Minería. En esa ocasión el arquitecto que llevó a cabo la delicada maniobra fue Sergio Zaldívar Guerra. La escultura fue declarada Patrimonio Nacional el 9 de febrero de 1931, por ser una “notable obra de arte”.[5]
 

Glorieta de Bucareli

El Caballito en la Glorieta de Bucareli. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

 

Plaza Manuel Tolsá

El Caballito en la Plaza Manuel Tolsá. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

 

Su artista

Manuel Tolsá, originario de la ciudad de Valencia, España, se avecindó en la Ciudad de México en el año de 1791 para asumir el cargo de director de Escultura de la Real Academia de San Carlos. Entre sus obras más conocidas se encuentran el Palacio de Minería y, por supuesto, El Caballito. “Genio de las Artes”, quien,
 

reuniendo en sí todos los conocimientos de la Escultura y Arquitectura con el buen gusto de que son susceptibles, supo adquirir en pocos años los de la fundición y vaciado a esfuerzos de una vasta lectura y aplicación constante, haciendo su primer ensayo en la mayor obra que puede ofrecerse al Profesor más diestro, y dándonos en ella un precioso inestimable monumento, que perpetuará su nombre en ambos Mundos, igualmente que en esta Capital, a quien sacrificó las primicias de su raro talento y particular inteligencia en este delicado ramo.[6]

 

Sus cualidades

Carlos IV está sentado sobre un paño, vestido “a la Heroica” y coronado de laurel. En la mano derecha, “elevada proporcionalmente, tiene el Cetro, señalando con él a su Real Palacio, situado enfrente, a donde se dirige la pesada marcha del Caballo en el airoso paso que llaman de galanteo”.[7]

Como se ha visto, la escultura fue fundida en una sola pieza y su altura total es de 4.88 metros, que en el siglo XIX equivalían a “cinco varas y veinticuatro pulgadas, que, considerada matemáticamente, corresponde a más de ocho veces el natural”.[8] En la actualidad, solamente se conservan tres esculturas ecuestres en el mundo que fueron vaciadas en bronce en una sola pieza: la estatua del emperador-filósofo Marco Aurelio, ejecutada en el año 176 d. C., hoy conservada en los Museos Capitolinos de Roma; el Gattamelata (Condotiero Erasmo de Narni), realizada por Donatello de 1447 a 1453 y expuesta en la Plaza de la Basílica de San Antonio de Padua, y El Caballito de la Ciudad de México.

Una vez que se tuvo lista la Real Estatua de Carlos IV, “se expuso a la vista del público, y desde entonces concurre diariamente un considerable número de personas de todas clases, que la reconocen y examinan con particular complacencia”.[9]

Representar al rey laureado fue una forma de compararlo con los emperadores romanos y de atribuirle cualidades que imaginaban desde América que debía poseer.
 

Glóriese pues la gran México, fidelísima metrópoli de Nueva España, de haber conseguido aquella felicidad que miró como distante por el largo espacio de cerca de tres siglos, y que fue siempre el suspirado objeto de sus constantes votos. Posee ya la más bella suntuosa Efigie del mayor de los Monarcas, del mejor de los padres, del más amable de los hombres nuestro Augusto Soberano Carlos IV, el Religioso, cuyo carácter se sostiene sobre la noble base de la sensibilidad, principio y alma de las demás virtudes que brillan en su Real semblante. Ríndale pues sus justos homenajes, y dé reverentes gracias al Cielo por tanto beneficio. Así lo hace, y arrebatada de un inexplicable gozo, que sólo puede leerse en la ternura de sus ojos, termina sus dulces sinceros cánticos diciendo: ¡Oh Estatua! ¡Estatua!, ¡digna de los mejores tiempos de Grecia y Roma, destinada a inmortalizar el sagrado nombre del Rey más piadoso, magnífico y liberal que ocupa Trono en la vasta extensión del mundo! Serás admirado de la remota posteridad, que verá en ti la grandeza y prendas del Original: la gratitud, lealtad y generoso amor del Ilustre Vasallo que quiso proporcionar este honor y cansancio a toda la América Septentrional, y la diestra mano del hábil profesor que supo dar movimiento al bronce.[10]
 

Estatua del emperador Marco Aurelio

Estatua del emperador Marco Aurelio, en Roma. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Como es bien sabido, la Historia contradijo las expectativas de los súbditos de Carlos IV y, en cambio, la escultura realizada por Manuel Tolsá, inmortalizó a Tambor, un hermoso caballo que perteneció al marqués de Jaral de Berrio.

 

Su “destrucción”

Desde que salió de los hornos de fundición, El Caballito ha permanecido siempre a la intemperie, sujeto a toda clase de eventualidades climáticas y a una gran cantidad de agentes corrosivos, en especial a partir del siglo XX, cuando se propagaron los vehículos impulsados por motores de gasolina, de manera que en la Glorieta de Bucareli y en la Plaza Manuel Tolsá, la célebre escultura no solamente ha tenido que soportar la polución del medio ambiente, sino también el bióxido de carbono que expiden los automotores. Las patas del caballo, seguramente por ser las más delgadas, se llevaron la peor parte y ya presentaban grietas de relativa consideración. Es verdad que la pieza necesitaba una restauración para garantizar su conservación; para preservar la memoria histórica, artística y patrimonial de México. Sin embargo, habría que haber pensado con detenimiento el tipo de restauración que más convenía a tan notable y excepcional escultura. Probablemente haya varios métodos para intervenir el bronce que se debieron haber consultado. Ante todo, con el fin de llevar a cabo una intervención profesional, se debió haber comenzado por estudiar la pieza desde el punto de vista científico. Claro que eso es labor de especialistas, como en el caso de los que participaron en la restauración de la estatua ecuestre de Marco Aurelio, en Roma.[11]
 

El Caballito, Ciudad de México

El Caballito en la Plaza Manuel Tolsá. Foto: Martha Fernández.

En esa ocasión, lo primero que se hizo fue encomendar la restauración al Instituto Superior de Conservación y Restauración (Istituto Superiore per la Conservazione ed il Restauro) de Roma, una institución especializada con larga experiencia en la restauración de piezas de bronce. Fundado el año de 1939 por Cesare Brandi con el nombre de Instituto Central para la Restauración (Istituto Centrale per il Restauro), acumuló experiencia por lo menos desde la década de 1950, cuando se encargó de rehabilitar las puertas bizantinas de bronce de Troya, Trani, Monte Casino y Santa Sofía, en Estambul. Ya en los años setenta, tuvo a su cargo la restauración de los Caballos de San Marcos de Venecia, y en 1981, el Ayuntamiento de Roma le encomendó la labor de restaurar la escultura de Marco Aurelio. Habría entonces que preguntarse: ¿Qué trayectoria tiene el señor Arturo Javier Marina Othón en ese tipo de trabajos, como para haberle asignado la intervención de una de las mejores esculturas del mundo?[12] ¿Por qué el Gobierno del Distrito Federal no le encargó ese delicado trabajo directamente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)? Para tener las condiciones adecuadas para la restauración de la escultura italiana, se montó un laboratorio en San Miguel de Ripa, con el objeto de aislarlo y contar con un espacio adecuado para llevar a cabo los análisis y los trabajos. ¿Por qué El Caballito se decidió “restaurar” en la plaza, espacio abierto sujeto a toda clase de contingencias?

Antes de intervenir la escultura de Marco Aurelio, se llevó a cabo un complicado proyecto de diagnóstico que incluyó exámenes físicos y químicos, todos ellos “no destructivos”, para garantizar que no se dañara de ninguna manera la obra y no se alterara ni cancelara la información contenida en ella. Lo primero fue evaluar la vulnerabilidad del monumento, expuesto en la Plaza del Capitolio y sujeto al deterioro que provocan los espacios abiertos. Se midió la velocidad de corrosión, el umbral de humedad relativo al ambiente y la condensación de vapor de agua en las pátinas.

Del mismo modo, en Italia recurrieron a la más avanzada tecnología de aquel momento para completar los análisis: radiografías para detectar los defectos originales de la fundición, las reparaciones posteriores y los daños recientes; microscopios metalográficos para analizar la micro estructura; ultrasonido para detectar la presencia de defectos y discontinuidades en la estructura; termografía para medir la temperatura de la escultura y de su basamento; fotogrametría para medir sus diferentes partes y constatar sus distorsiones. La endoscopía se utilizó para buscar elementos que pudieran permitir reconstruir el procedimiento metalúrgico original y los de las posteriores intervenciones de restauración que tuvo el monumento desde el siglo XV. Además, la holografía Speckle y la fotoelasticidad, para medir desplazamientos y esfuerzos de la escultura.

Por supuesto, también se analizó el tipo de productos de limpieza que debían de aplicarse al monumento. Se concluyó que no se podían utilizar productos en estado líquido porque, al penetrar en las capas internas de la pátina, habrían provocado la caída de fragmentos de hoja de oro, de manera que, como en los Caballos de San Marcos, se prefirieron resinas.

Estos estudios previos a la intervención tuvieron una duración de cuatro años. Por si fuera poco, la restauración propiamente de la estatua ecuestre de Marco Aurelio se llevó a cabo durante cinco largos años, a fin de dejarla terminada en 1990. Por su valor y por la necesidad de aislarla del medio ambiente que ya le resultada perjudicial, el gobierno de Italia decidió llevar la escultura a los Museos del Capitolino y realizar una réplica que es la que hoy vemos en la Plaza del Capitolio.
 

Restauración del Caballito

El Caballito después de la “restauración”. Foto: Cecilia Haupt.

En el caso de El Caballito habría que preguntar ¿cuántos estudios de esa naturaleza o de otra semejante se llevaron a cabo antes de intervenir la pieza? Es obvio que ninguno; nadie se tomó la molestia de someterla a un estudio físico y químico que diera luz sobre su estructura, sus aleaciones, su daño en las pátinas y en el bronce; el grado de fragilidad de las patas del caballo y de la pieza en general, la corrosión provocada por la contaminación ambiental, etcétera. Ni siquiera, como ha sido público, investigaron el tipo de productos de limpieza que podían utilizar, se conformaron con emplear un solvente de tlapalería: ácido nítrico al 60%.[13] Para sacar El Caballito del molde tardaron cinco días; para restaurar la estatua de Marco Aurelio se tomaron nueve años, y para dejar con daño irreversible 50% de El Caballito bastaron un par días.[14]

No obstante, es opinión generalizada que se debe tratar de rescatar la obra de Manuel Tolsá. Las preguntas que se pueden plantear en ese sentido son muchas, enumero algunas: ¿qué clase de restauración se piensa llevar a cabo, si los daños irreversibles de la escultura fueron valuados por el INAH en sólo un millón y medio de pesos? ¿Con esa cantidad se podrán llevar a cabo estudios como los efectuados en Italia para intervenir la estatua de Marco Aurelio? ¿O no se piensa realizar una restauración profesional, si ésta todavía es posible? ¿Dónde se restauraría, en la calle? ¿Seguirá exhibiéndose a la intemperie? ¿Seguiremos subvaluando nuestro patrimonio? Si en México pensáramos como Elio Vittorini, El Caballito no hubiera sufrido ningún daño.

Sólo una acotación final: lo ocurrido con nuestra célebre escultura es consecuencia de la falta de intervención del INAH en las acciones emprendidas por el Gobierno del Distrito Federal en el Centro Histórico de la Ciudad de México en los últimos trece años. Desde 1972 existe la Ley federal sobre monumentos y zonas arqueológicos, artísticos e históricos, que el Instituto no ha aplicado a pesar de la destrucción de edificios valiosos que se ha llevado a cabo en esa zona monumental que tiene declaratoria de la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad, desde el año de 1987. Esperemos que no ocurra lo mismo con el muy lamentable caso de El Caballito. Esta pieza bien vale la aplicación puntual e irrestricta de la ley.
 

El Caballito después de la “restauración”. Foto: Cecilia Haupt.

“Restauración” de El Caballito. Foto: Cecilia Haupt.

 

*Doctora en Historia del Arte. Es Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 24.10.13

Imagen de portal: El Caballito en la Plaza Manuel Tolsá. Detalle. Foto: Martha Fernández.

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[1] Diario de sucesos notables del alabardero José Gómez (1776-1798), ed., introd. y apéndices por Ignacio González-Polo y Acosta, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2008, p. 312.

[2] Ibid., pp. 317-318.

[3] Gazeta de México, t. XI, núm. 18, publicada el 17 de septiembre de 1802.

[4] Idem.

[5] Edificios coloniales, artísticos e históricos de la República mexicana que han sido declarados monumentos, México, INAH, Dirección de Monumentos Coloniales, 1939, p. 94.

[6] Gazeta de México, t. XI, núm. 18, publicada el 17 de septiembre de 1802.

[7] Idem.

[8] Idem.

[9] Idem.

[10] Idem.

[11] Toda la información relativa a los estudios realizados en la estatua ecuestre de Marco Aurelio fueron tomados de: <http://jacopo-russo.it/MAE_testi_ITA/A16_Marco_Aurelio_testo_ITA .txt>. Consultada el 11 de octubre de 2013.

[13] Idem.

[14] Idem.