Deslizantes aves, insistentes visiones

Alberto Dallal*
dallal@unam.mx
 

Coreografía Appleton. F: BH

Compañía Contradanza, La danza de los cisnes, coreografía de Cecilia e Yseye Appleton. Foto: Brenda Hernández.

La experimentada compañía Contradanza que trabaja con ahínco y profesionalidad desde 1983, y desde 1985 bajo la dirección de Cecilia Appleton, ofreció en el Palacio de Bellas Artes una nueva producción coreográfica titulada La danza de los cisnes, estructurada a la par por Cecilia e Yseye Appleton. Como ocurre en la ya suelta, resuelta y heterogénea, siempre productiva trayectoria de Appleton, un concepto fundamental se hace presente en toda la obra: los movimientos de los cuerpos surgen, se desarrollan y se establecen en la visión y en el espacio gracias a los mecanismos, juegos y rejuegos de los miembros y partes de cada uno de los cuerpos participantes: brazos y piernas que suben, bajan, se enrollan en el tórax, a su vez se reproducen (en ocasiones sólo virtualmente) entre las luces y las sombras de los cuerpos de uno, dos, tres o más bailarines en el escenario. El fenómeno se lleva a cabo en espacios bien delimitados por la coreógrafa, en que aparecen y desaparecen los grupos, tríos, dúos o los bailarines aislados. Estos “diseños” que hacen al (y en el) cuerpo humano su propio “campo de batalla” resultan ya una sugerente caracterización del “estilo” Appleton: tres décadas de búsquedas y encuentros, de episodios y experimentos con el espacio y la música.
 

La danza de los cisnes. Foto: Brenda Hernández.

Las experiencias de Appleton la han conducido asimismo al manejo de los escenarios según las características y cualidades de los variados espacios escénicos en los que le toca trabajar, y la experiencia la ha enseñado a echar a andar las secuencias de cada “episodio” en combinación con los efectos de la música, las luces y, podríamos adivinar, los estados de ánimo que produce la “trama” propuesta y finalmente trazada por la coreógrafa; una trama que Appleton, afortunadamente, maneja con ideas sintéticas, claras, accesibles. Es éste un gran mérito de la ya ahora sabia Appleton, que reconoce que el arte de la coreografía supone un “manejo” operativo y sugerente de los espacios y los cuerpos, los trayectos, los estados de ánimo, los movimientos (experiencias, aunque no exclusivas, de cada bailarín o bailarina) y, disuelta o volando en el éter coloreado del escenario, la idea o trama o tema que el coreógrafo, en cada caso, debe haber poseído, establecido desde el principio del montaje, muy claramente, en su cabeza.
 
Los rigores de la profesionalización de la bien compacta compañía Contradanza conducen al circunstancial y a veces efímero dominio de cada movimiento, de cada secuencia. Los espectadores no apartan la vista ni la mente de esas imágenes que, en la danza contemporánea, se vuelven cálidas o vivas, compactas, fuertes, singulares, aparentemente interminables o efímeras, cortas o extensas, según los casos, porque el diseño coreográfico, en consonancia con música y luces y los dominios del espacio, resulta a la vez libre y exacto: de esta manera clara se hacen presentes y “dominan” lo que la misma Appleton califica de “lógicas expresivas”: ideas, mitos, leyendas, deseos, sensaciones, dualidades, “pulsiones del deseo”. Las bailarinas, en línea, pueden establecer los lineamientos de una nueva danza y a la vez parodiar a las bailarinas de ballet, en una línea incierta y tenebrosa que remite al Lago de los cisnes. La danza contemporánea nació mediante la aplicación de estos avances no narrativos ni “evidentes” que, sin embargo, permiten la expresividad trazada por y ante y gracias a los cuerpos de los bailarines, naturalmente en relación con los espacios y las superficies del “foro”. La gran aportación de la danza contemporánea como género universalizador de ideas, conceptos, culturas del cuerpo, situaciones y actitudes creativas queda entonces manifiesta en una coreografía compuesta de varias partes o “episodios” bien forjados y realizados, delimitados: los interjuegos entre las aptitudes de movimiento que posee cada bailarín o bailarina, la fuerza y los demás elementos de “dominio” de los ejecutantes responden a esta “danza de los cisnes”. Las imágenes logradas en esta obra de Appleton van desnudando deseos, a veces míticos, a veces carnales, a la vista de un espectador de sus deseos, o sea, de sí mismo (conducido por un “guía” asaz vertiginoso, a veces hasta violento y salvaje, felizmente “interpretado” por un excelente bailarín), que parece contemplar recónditas pero específicas tramas que le dan nombre a la obra.

 

Contradanza, La danza de los cisnes. F: BH

La danza de los cisnes. Foto: Brenda Hernández.

 

Foto: Brenda Hernández

Contradanza, La danza de los cisnes. Foto: Brenda Hernández.

Los “dibujos” que va paulatinamente conformando el coro de bailarinas resultan a veces meros juegos elásticos, a veces movimientos de una sombría retórica, a veces malabares que individualmente se van transmitiendo en cada fila o en varios conjuntos o parejas. Sobreviene, al principio y al finalizar la obra, una sugerente superposición de planos escenográficos y visuales muy bien lograda por Arturo Marruenda, que “enmarca” el principio y el final de la obra. Hay también juegos de luces, personajes antitéticos, voces, sonidos clave, provocaciones de esas bailarinas que de cisnes pasan a ser elásticas o volátiles visiones, o estatuas con los miembros del cuerpo doblados o multiplicados, en ocasiones suspensos, efímeros pas de deux; las bailarinas, en compacta solidaridad, hacen, de sus caricias, sacudimientos. Y parecen burlarse en actitudes, poses, movimientos. Sorprende en cada secuencia la exactitud de las manipulaciones de Appleton para “hacer danza” dentro y a través de un solo cuerpo, una danza que se instala en cada cuerpo como si se tratara de un escenario que se va desdoblando a la vista de los espectadores. ¿Podríamos hablar ya de una aportación o de un estilo Appleton?
 

Contradanza. Foto: B. Hernández

La danza de los cisnes. Foto: Ricardo Ramírez.

Las básicas consecuencias de la coreografía, ya sea en sombras, imágenes, sueños o secuencias, resultan así netamente femeninas: el protagonista masculino, casi estático, con la guía de un “indicador” desbordado por las “circunstancias”, dirige, indica y a la vez resulta seducido por una pléyade, juguetona y terrible, de excelentes bailarinas que “cristalizan” una seductora ¿e interminable? danza de deseos, deslizantes aves, insistentes visiones…

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM. Coordina la revista electrónica Imágenes.

 

Inserción en Imágenes: 12.08.13.

Imagen de portal: La danza de los cisnes, detalle. Foto:  Brenda Hernández.

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