Consideraciones en torno de Cecilia Lugo y su enorme e indiscutible creatividad

Alberto Dallal*
dallal@unam.mx
 

En memoria de un soliloquio, Contempodanza. Foto: Walter Reuter.
 

CECILIA LUGO (nacida en Tampico, Tamaulipas en 1955) pertenece a esa brillante e incansable generación de bailarines y coreógrafos que surgieron en la segunda mitad del siglo XX y que aportaron y abrieron con su quehacer coreográfico y sus propias disciplinas y propuestas una corriente independiente de la danza contemporánea. Llevaron al escenario nuevas ideas y nuevos conceptos en torno al hacer coreográfico y asimismo propusieron la multiplicación de los escenarios adecuados para “hacer danza”. Muy importantes fueron sus propuestas con el fin de utilizar una amplia diversidad de técnicas dirigidas a la formación de los bailarines, así como sus actitudes novedosas para implementar y hacer surgir coreografías ligeras, algunas de ellas ligadas a la teatralidad, al desenfado, al registro de desencuentros en la vida humana, e incluso a la incorporación de los avatares de la danza a la noción del “cuerpo liberado”.

En febrero de 2016, Contempodanza, la compañía-escuela fundada por Cecilia Lugo, cumple treinta años de trabajos ininterrumpidos, y la coreógrafa y los miembros de su equipo han recibido homenajes (y han realizado funciones de danza) en Tampico y Ciudad Victoria. Los festejos señalan y celebran la fundación de una escuela ad hoc para la profesionalización de los bailarines, al igual que para las búsquedas y hallazgos de Lugo en torno a las danzas mexicanas y su ininterrumpida creatividad registrada en una variadísima coreocronología que incluye encuentros con la literatura mexicana, la música “ligera”, la danza de otros países, la poesía, el misticismo y también un recorrido muy inteligente por los modelos de las danzas folklórica, moderna, popular, clásica y guapachosa.

La versatilidad inteligente de Lugo (iniciada desde que se hizo bailarina) la ha llevado a desarrollar un concepto de danza contemporánea que, incluyendo la salvaguarda de la preparación adecuada del bailarín profesional, ha extendido su creatividad a un mundo, a veces místico, a veces quimérico y poético y en ocasiones y obras con vectores apuntando a las más puras y (en momentos) estrujantes pasiones humanas. En general, el análisis estético de la obra coreográfica de Lugo permite hallar una creadora que conjunta las lucubraciones mentales con la “lírica del cuerpo”, el paisaje remoto con las aproximaciones biográficas, las leyendas en el giro y el ámbito contemporáneos. Etcétera. De ahí que la coreocronología completa de Lugo exprese una bien lograda diversidad y apunte a una madurez esforzadamente adquirida a través de inteligencia, búsqueda ininterrumpida, lirismo y contundencia.

No obstante mis obsesivas persecuciones en torno a la historia y las figuras de la danza mexicana, seguirle la pista a la vida y los hechos de Cecilia Lugo me ha costado mucho trabajo durante un largo periodo de mis inquisiciones. Hace muchos años, cuando la conocí de cerca en su casa, muy bien construida, en el barrio de la Concepción de Coyoacán, se me apareció como una muy frágil y espigadita bailarina suave, fina y a la vez intensa, a la que le gustaba dar instrucciones a la gente que se hallaba cerca, al acecho de sus órdenes y de sus disquisiciones organizativas. Comprendí que podía vanagloriarse de haber transitado por muchos aspectos de la danza mexicana (el folklore, lo clásico, lo moderno y lo contemporáneo y, creo, también lo popular) con ese desparpajo de la gente que “no rompe un plato” y que termina por hacer y lograr todo lo que se propone y emprende. Al terminar la reunión en su casa, en tal ocasión, me dio indicaciones de cómo y por dónde manejar rumbo a mi domicilio; lo hizo sin desatender a los demás invitados a la cena, y, entendí, llevaba en la mente sus nombres completos en la cabeza. Percibí que su destino era la coreografía y la organización de toda una compañía porque este arte exige la concreción y organización de todos los detalles en el escenario, incluidos los bailarines, a quienes el coreógrafo les traza hasta los más mínimos detalles de sus ejercicios malabares.
 

       

Programa de mano, s/f, Teatro de la Danza, Ciudad de México.

 

Programa de mano.
 

Pertenece, entonces, Cecilia, desde muy joven, a esa estirpe de mujeres inquietas, intensas, tremendas, inteligentes y a veces hasta insensatamente obsesivas que han construido a la danza escénica mexicana aun desde la Independencia (recordemos a la Chucha Moctezuma que se negó a bailar para los invasores norteamericanos), pasando por las damas del bataclán y desembocando en las rumberas, o bien en las constructoras de instituciones tan sólidas como la Escuela Nacional de Danza, el Ballet de Coyoacán, el Ballet Folklórico de México, la Academia de la Danza Mexicana, el Ballet Nacional, el Taller Coreográfico y también, en sucesivas etapas, la Compañía Nacional de Danza. Todas ellas han sido dueñas de una energía y de un temple difíciles de describir pero que han dejado huella perenne y que nos obligan a observarlas como las productivas antecesoras de lo que hoy llamamos muy rimbombantemente liberación femenina. Incansables, creativas, fuertes, obsesivas, enojonas e intransigentes han conseguido establecer el contraste con los danzantes de la época prehispánica, cuyas danzas y su organización y trascendencia dependían de y giraban sólo alrededor de los sacerdotes, los semidioses, los guerreros y jugadores de pelota, todos del sexo masculino.

Para Cecilia, los límites y fronteras entre las capacidades de dirección y su creatividad no han sido óbice para realizar danza y coreografías muy notables y premiadas. Estamos celebrando por tanto treinta años de la fundación, en 1986, de Contempodanza, que Cecilia instituyó como una de las compañías consistentes que, mediante obsesiones y reflexiones certeras, juegos, energía, creatividad y algunas broncas ha salido avante mostrando, como pocas, la solidez de la danza contemporánea mexicana actual.
 

En el umbral, Contempodanza. Foto: Roberto Aguilar.
 

A Cecilia no se le va detalle, ni en cuanto a los nombres ni en lo referente a los funcionarios, los bailarines, los maestros, los viajes, las clases, las producciones. Como coreógrafa ha transitado, aprovechado los elementos del folklore, de la literatura (En el umbral, 1989, homenaje a Rosario Castellanos), de la danza mexicana, de la danza mundial. No se ha detenido en las discusiones bizantinas sobre la preparación del bailarín y acabó por utilizar y aprovechar los elementos básicos y los rigores tanto de la danza clásica como de la técnica Graham, reconociendo (como nosotros en el escenario, en sus bailarines) que el cuerpo debe formarse, “elaborarse”, prepararse y “cuidarse” para convertirse en elemento primordial de un arte y un espectáculo, la coreografía, que no perdona disfraces técnicos ni acciones oficiosas ni “salidas” divertidas u oportunistas. Esto lo descubrimos tanto en La casa del Sol (1990), o en Ave de arena (1992), como en los juegos malabares rítmicos en los que a veces se mete de lleno; por ejemplo, en Es… Pérez (1988), que nos hace recordar a Pérez Prado y Tongolele, personajes que el autor de estas líneas y muchos mexicanos más llevan en la sangre. El arte de la danza, lo sabe Cecilia, no le interpone límites a los coreógrafos obsesivos y profesionales, como lo indican sus obras: Tarde de abanicos (1987) y Ruptura: tres personajes y el desierto (1991). Como lo afirmó en su momento Héctor Azar: “Para ella, el ser amado es todo.”

Una coreografía de Cecilia Lugo, De sueños mares (2005), me hizo reflexionar por mucho tiempo sobre las formas en el espacio porque era la reconstrucción de una escena o de algo como un sueño en la playa. Los coreógrafos, muchas veces sin darse cuenta, se convierten en una especie de poetas o de guías en una dimensión desconocida, sobre todo cuando no requieren un escenógrafo con quien compartir el espacio escénico. En lugar de palabras crean imágenes de (con) cuerpos humanos que se van retorciendo o amando o flotando en el escenario, imágenes a las que sólo mediante un acertadísimo juego de luces es llevado de la mano el espectador para percatarse de que “está viviendo la coreografía”. Los bailarines deben entender muy bien este tipo de secuencias y sus planteamientos, movimientos y planos, para no “salirse” de este desempeño de “formas puras”. De sombras o de meros rasgos espaciales. En De sueños mares la secuencia coreográfica termina con un baño de arena que transita desde el cielo hasta el piso del escenario. Esta capacidad creativa de Cecilia me ha llamado siempre la atención: hay argumento, bailarines, danza, desplazamientos, malabares, evaporización de cuerpos. Pero asimismo hay una fina argumentación paralela de ella que nos hace vernos, descubrirnos, tirados o flotando en el escenario, como si ya hubiéramos soñado antes ese sueño o lo hubiéramos vivido tenuemente en otra vida, tal vez subliminal.

Qué bueno. Cecilia se ocupa de todo y convierte cualquier espacio en un escenario. Está llena de obsesiones y detalles. Si comes con ella, se preocupa qué tienes por delante, qué puedes mirar desde tu asiento: una caseta telefónica, la Catedral de Tampico, un muro que ella reconstruyó transparente, el mar, como en sus danzas, cubriéndote o tocándote desde lejos. No se le va nada a Cecilia. De todo hace una coreografía porque estás allí y te pinta con sus palabras y sus actitudes un espacio, una escena. No te deja ser, te convierte en bailarín: ella te guía en el espacio, en su escenario. Tú quieres saber de su niñez, de las escuelas tamaulipecas, de sus viajes de ida y vuelta, de sus enseñanzas e imposiciones, de sus gustos musicales pero ella todo lo convierte, todo, en imágenes sobre un escenario: en sus obras los bailarines te describen a ti y a esos sueños suaves o misteriosos que has tenido para justificar que eres adicto al arte de la danza. Logro primordial de una coreógrafa profesional.
 

Bailarina Evelia K. Beristáin, ganadora de una beca como intérprete otorgada por el FONCA 1990-1991. Foto: Roberto Aguilar.

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas. Coordina la revista electrónica Imágenes.

 

Inserción en Imágenes: 07.03.16.

Imagen de portal: Contempodanza. Foto: Roberto Aguilar.

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