Amor y dedicación a escena: el Teatro de Maravillas de Martha Fernández

Ana Lorenia García*
ana_lorenia@yahoo.com.mx

 

                                                Todos los días del pobre son malos,
                                                para el corazón dichoso banquetes sin fin.

Biblia, Proverbios, cap. 15, vers. 15

 

MARTHA FERNÁNDEZ: TEATRO de maravillas. La vida en la Ciudad de México durante la época virreinal, México, UNAM, Coordinación de Humanidades (Cátedra Universitaria, 5), 2018.
 

Catedral de México. Foto: Martha Fernández.
 

I

El pasado otoño salió a escena la más reciente obra de Martha Fernández: Teatro de maravillas. La vida en la Ciudad de México durante la época virreinal. Se trata de su decimotercer libro; el quinto de la nueva colección de la Coordinación de Humanidades de la UNAM: Cátedra Universitaria, y el tercero que publica bajo el sello de esta dependencia.

El trabajo de edición de las obras de la doctora Fernández ha sido siempre minucioso; este libro continúa la tradición. Es un volumen atractivo. El color de la portada, la composición de la imagen que la ilustra; los interiores, el tamaño de letra y la caja; todo muy lucido y de agradabilísima lectura. El cuidado editorial estuvo a cargo de Diego García del Gállego, aunque cabe señalar que todos los participantes en la factura del libro lo disfrutaron ampliamente, como lo afirmó Malena Mijares Fernández, directora general de Divulgación de las Humanidades –editora y especialista en literatura virreinal–, durante la presentación de la obra.[1] No era para menos.

Prolija y dedicada como ha sido siempre a lo largo de su carrera, Martha Fernández nos ofrece un compendio extraordinario de la vida cotidiana durante los tres siglos virreinales; en el libro es palpable su amor por la Ciudad de México pero sobre todo el vasto conocimiento del tema que la ocupa. Parece que la autora no deja piedra por mover, parafraseando al autor anónimo del tratado novohispano Architectura mechánica,[2] quien por supuesto forma parte del elenco presente en la obra.

En la introducción se advierte que no se trata de un libro especializado y que su intención “es únicamente proporcionar un panorama general de los usos y costumbres de nuestros antepasados virreinales a través de sus propios testimonios […] con la sola idea de despertar la curiosidad de los lectores por un mundo que parece ya desaparecido, pero que en muchos aspectos todavía conservamos”.[3] Su objetivo es, pues, simple y lo alcanza con holgura. Parece algo muy sencillo. Mas resulta así porque “tras bambalinas” están todos los libros, conferencias, artículos y seminarios de la doctora Fernández; sus años de trabajo y numerosos amores que aparecen en un solo acto. Una obra como ésta es consecuencia de más de cuatro décadas consagradas al estudio y la investigación.

A lo largo de las páginas del libro, el lector podrá percibir el gozo que provocó en su autora escribirlo; Fernández, ora destaca el sentido del humor de los cronistas, ora se divierte con los títulos barrocos de los libros o con los larguísimos nombres de los hijos de los virreyes. Contagiados, nos atrevemos incluso a sugerir un título alternativo: “Teatro de maravillas, aurora novohispana. Que a instancias de un amigo compuso la Dra. Martha Fernández, natural de esta Ciudad de México, para goce de sus vecinos y enseñanza de propios y extraños. Lo dio a la luz el Año del Señor de 2018, bajo el sello de la Universidad Nacional Autónoma de México, llegando así la antedicha doctora al decimotercer libro que de su dichosa pluma sale.” El título es muy cercano al de la Breve y compendiosa narración de Juan de Viera,[4] quien realizó la obra a sugerencia de un amigo. El caso que nos ocupa es semejante. El amigo que incitó a escribir Teatro de maravillas fue un eterno amante y conocedor de la Ciudad de México, René Avilés Fabila, a quien Martha le dedicó cariñosamente la obra. Con él compartió muchos momentos de andanzas –y recordanzas– por el Centro Histórico, a manera de textos, primero, y como parte de una gran amistad, después.[5] Cual cómplice que fue, René habría disfrutado mejor que nadie, entre carcajadas y quizá un dejo de nostalgia, este Teatro de maravillas.
 

Según la tradición, primera sede de la Real y Pontificia Universidad de México, en la actualidad Museo UNAMhoy. Foto: Martha Fernández.
 

II

Los apartados de este recorrido son breves; es un texto realmente compendioso, y aunque en la introducción se aclara que faltó incluir algún tema, está reunido todo lo que hacía ser a la capital del virreinato la noble e imperial ciudad que fue.

Empleando términos teatrales, podemos decir que la participación de los veintidós personajes de esta obra está muy bien distribuida. Todos tienen escenas importantes, pues son los que dan el ser a ese gran teatro que es la vida cotidiana. Mencionaremos sólo algunos: “La vida en la casa”, “Los conventos de frailes”, “La educación”, “Las compras”, “El arte”, “La ciencia y la tecnología”, “Zona de desastre”, etcétera. Mas hay un personaje que juega varios papeles, uno con el que Martha Fernández parece querer competir con la Ciudad de las Luces –como hacen algunos cronistas virreinales–; se trata de la fiesta. Ésta aparece en tres actos diferentes: “Fiestas religiosas”, “Fiestas civiles” y “Fiestas y reuniones privadas”.  Así, la antigua idea de que la época virreinal era obscura desaparece cuando Fernández afirma que: “La sociedad novohispana era muy fiestera, de hecho encontraban cualquier pretexto para celebrar de manera pública o privada.”[6] Confirma así –con Hemingway– que también la Nueva España era una fiesta.

La primera escena de esta obra describe el escenario: la magnífica Ciudad de México. En pocas páginas se ofrece una semblanza completa: la traza reticular de sus calles, los primeros edificios, los artífices de los mismos, los tipos de edificaciones, etcétera. En tres líneas nos cuenta la historia del Hospital de Jesús: que fue fundado por Hernán Cortés, que la portada de su iglesia es la de la primitiva catedral del siglo XVI, y que es un hospital todavía en funciones.[7] Inmediatamente entramos con ella al recinto y admiramos los artesones que aún conserva.

Ésta será la dinámica del libro. Invitarnos a seguirla y volver a imaginar, acción tan en desuso en nuestros tiempos. La autora lo hace así, creemos, porque si el primer tratado de arquitectura (uno de sus principales temas de estudio) de que tenemos conocimiento no tenía imágenes, ¿por qué no apelar a la capacidad del lector e ilustrar con las extraordinarias descripciones de los cronistas, viajeros, poetas y vecinos? El resultado de obligarnos a usar la muchas veces ignorada preciosa potencia que es la memoria es el que produce una obra bien montada como ésta: querer saber más sobre la historia, el personaje o la situación.

Dirigido al público en general,[8] el libro puede ser leído desde muchos planos. Algunos podrán quedarse embebidos recordando a los cronistas que se citan; otros, a los autores que se han dedicado a los diferentes temas que desfilan por las páginas de este trabajo, y otros más tendrán la oportunidad de evocar vivencias personales, ocurridas en las múltiples escenografías que se ofrecen.

Quienes, como en mi caso, hemos tenido la fortuna de ser alumnos de la doctora Fernández, podremos evocar sus clases. En ellas siempre contagia su enorme capacidad de asombro, su casi infantil capacidad de asombro. Parada ante la imagen de alguna obra que cuidadosamente ha seleccionado, la explica animada y luego deja que los alumnos observen, analicen y comenten. Así en el Teatro de maravillas. Nos ofrece la descripción de cronistas, poetas e historiadores, para luego dejarnos discurrir. Cuando, por ejemplo, leí en el libro la parte en que hace referencia a las casas de Cortés descritas por Cervantes de Salazar en sus Diálogos, y también al plano del siglo XVI que las incluye,[9] de inmediato volví al momento en que conocí por primera vez esas imágenes, en un pequeño salón de la Facultad de Filosofía y Letras, del ya lejano 1994.[10]
 

Francisco Antonio Guerrero y Torres, Palacio de los condes de Santiago de Calimaya, hoy Museo de la Ciudad de México. Foto: Martha Fernández.

 

La Casa de las Campanas, sede de la primera imprenta de la Nueva España, hoy Centro Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana. Foto: Martha Fernández.
 

Desde la primera página y hasta el final, la investigadora nos mantiene atrapados dándonos a conocer o pemitiendo que reconozcamos nuestro Centro Histórico, pero también sus alrededores. Por ejemplo, para “ilustrar” las características de una celda más bien lujosa, construida por Cristóbal de Medina Vargas en el convento de San Bernardo, en 1692, se vale de un contrato firmado por el propio arquitecto.[11] En él nos enteramos con detalle de cómo sería la celda, pero además de dónde se traerían los materiales: Tenayuca y Xochimilco. Muchos lugares de la hoy megalópolis fueron zonas de canteras, lo que nos permite dimensionar no sólo el tamaño original de la ciudad sino también la trascendencia que diversas zonas aledañas tuvieron en su construcción.

Otro personaje importantísimo a lo largo de la obra es la mujer. Contrario a la idea o leyenda negra que se ha forjado en torno a la mujer como figura casi aislada y reprimida, en el Teatro de maravillas queda claro que la situación fue muy distinta. En efecto, ellas podían estudiar, pintar, actuar (se le llegó a pagar más a una primera actriz que a un primer actor[12]), componer música, editar libros, torear e incluso ser lo que hoy llamamos cronista taurino. Tal fue el caso de María Estrada Medinilla, poetisa y “cronista de toros a mediados del siglo XVII”.[13]

Dentro de este escenario femenino el caso de Sor Juana resulta aún más explicable, pues nuestra prodigiosa monja florece en una sociedad que, como vemos, permite formar genios femeninos de su altura. Es por ello que ante la afirmación de que la Décima Musa “no se liberó del hostigamiento del obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, que la llevó al definitivo silencio dos años antes de su muerte”,[14] hoy podemos alegrarnos al saber que no fue así; que contrario a lo que muchos habían sostenido durante el siglo XX, el obispo no sólo la animó a que siguiera estudiando sino también ¡a que enseñara! Así se lo dice en su contestación a la Respuesta a Sor Filotea, dada a conocer por Alejandro Soriano Vallés en el libro Sor Filotea y Sor Juana.[15] Este dato confirma el elevado papel que tuvo la mujer en la época virreinal.

Otro personaje importante de la obra es el sentido del humor. Éste sazona aquí y allá la vida cotidiana. Al referirse, por ejemplo, al ajuar personal, la historiadora hace un recorrido por la moda, en particular el vestuario de las familias. Destaca el gusto por las joyas y las perlas, plasmado en muchos retratos. La autora cuenta cómo el virrey marqués de Branciforte y su esposa María Antonia Godoy convencieron a las nobles de México de que la moda en España y Nápoles eran los corales. De esta manera consiguieron que les vendieran sus perlas. Y ellos regresaron a España cargados con todas ellas. Es curioso que este suceso coincide con el “Asunto del collar” de la reina María Antonieta, tanto en la fecha como en lo que respecta al nombre de la esposa del virrey.

Una de las fuentes que ha utilizado Martha Fernández es el Diario curioso y cuaderno de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo, del irónico, ingenioso, agudo y a veces genial alabardero José Gómez,[16] quien produjo su obra en la octava década del siglo XVIII. Primer crítico de teatro mexicano, como lo llama Martha Fernández, es también “uno de los cronistas más observadores de la moda”. Gómez no duda en burlarse de “una porción de monos vestidos a la francesa”; de unos sombreros de copa “que estaban muy ridículos”, o de la nueva chaqueta, con la cual “parecían los hombres pastores de noche buena”.[17] Tras citar estas irónicas observaciones, la autora remata diciendo: “cuestión de modas y de gustos”. Detalles como éste, con un sentido del humor fino y sencillo, se encuentran a lo largo del libro.
 

Casimiro Castro, Plaza de Santo Domingo, litografía, siglo XIX. Foto: Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

III

“Tanta particularidad como se deja ver en este Teatro de Maravillas” (Viera dixit) sería digna de ser reseñada una por una, pero con el afán de incitar a su lectura destacaremos sólo tres particularidades más:

Primera: que el escenario principal de esta obra, el Centro Histórico de la Ciudad de México, es uno que la autora ama y conoce perfectamente, pues lo ha estudiado por décadas y lo ha recorrido infinidad de veces, siempre cámara en mano, lista para capturar nuevos detalles que analizar, con los cuales sorprenderse y sorprendernos. Todo esto hace sumamente disfrutable a este Teatro de maravillas.

Segunda: que a lo largo de esta obra nos enteramos de que fuimos pioneros en muchos asuntos. Las manifestaciones que desfilan por sus páginas así lo prueban. Tal es el caso del periodismo; Fernández nos habla de sus inicios en el siglo XVI, de las hojas volantes y las gacetas. Estas últimas destacaban los sucesos importantes y contaban incluso con un “aviso oportuno”, sí, la “sección para venta de inmuebles y objetos, así como de estampas y libros”.[18] Por otro lado, a finales del siglo XVIII, en la Gaceta de literatura de México, de don José Antonio Alzate y Ramírez, el propio Alzate ofrece la primera observación científica en torno a la contaminación de la ciudad y sus posibles soluciones.[19] Entre otros muchos aspectos, la existencia de un periodismo científico, crítico y literario pone de manifiesto el incuestionable adelanto de los novohispanos, “el dinamismo intelectual y cultural” que se vivía. [20]

Como parte de esta misma efervescencia, se da cuenta de la gran cultura musical que existía en México. Por ejemplo, se deja constancia de que en 1711 se estrenó la primera ópera americana, La Parténope, musicalizada por el gran músico oaxaqueño Manuel de Sumaya.[21] Debo destacar que, como bien señala la doctora Fernández, el libreto de la ópera es de Silvio Stampligia (1644-1725) pero nuestro Sumaya es el primero en musicalizarla, incluso antes que Leonardo Vinci, en 1725, Händel, en 1730, y Vivaldi, en 1738. Enterarnos de algo así nos mueve a entender el porqué de nuestra riquísima tradición musical. Una que deberíamos conocer más para recuperar, aunque suene un tanto trillado, el orgullo nacional que alguna vez pregonamos.

Y tercera: que ante la actual proliferación de libros cuyo tema es la Ciudad de México, es un bálsamo encontrarnos con uno salido de la pluma de quien realmente conoce el tema. La doctora Fernández lo ha escrito con el mismo rigor que escribe sus libros, ensayos y artículos académicos: citando fuentes, especialistas de cada tema, nuevos descubrimientos, etcétera. Y ese rigor no le quita un ápice de recreo a la lectura, pues considero que la alegría, la generosidad, la pasión por la Nueva España son cabalmente transmitidas.

Hacemos votos por que se difunda y valore el noble objetivo de Martha Fernández: que para comprender, apreciar y valorar lo que somos ahora, debemos hurgar en nuestro pasado virreinal, en nuestro glorioso pasado virreinal.

¡Enhorabuena, pues, a la autora y a la Coordinación de Humanidades por esta excelente publicación! I
 

 

*Maestra en Historia del Arte por la UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 4 de junio de 2019.

Imagen de portal: Hospital de Jesús, primer hospital de la Nueva España. Foto: Martha Fernández.

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[1] Celebrada el 12 de octubre del 2018, en la Casa de las Humanidades de la UNAM, dentro del programa Viernes de Libros.

[2] Architectura mechánica conforme a la práctica de esta Ciudad de México, tratado anónimo cuyo manuscrito se conserva en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México.

[3] Martha Fernández, Teatro de maravillas, p. 11.

[4] Escrita en 1777 (manuscrito de la Biblioteca Nacional de México) y 1778 (manuscrito de la Biblioteca Nacional de Francia).

[5] Cfr. Martha Fernández, “René Avilés Fabila (1940-2016), intelectual destacado y amigo de excepción. ‘Culturalmente incorrecto’”, Imágenes, revista electrónica del Instituto de Investigaciones Estéticas, noviembre, 2016, www.revistaimagenes.esteticas.unam.mx/rene_aviles_fabila_1940_2016.

[6] Fernández, Teatro de maravillas, p. 183.

[7] Ibid., pp. 24-25.

[8] De hecho, la intención de la colección es acercar los estudios de los catedráticos de la UNAM a los estudiantes y al gran público, de ahí el nombre Cátedra.

[9] Fernández, Teatro de maravillas, pp. 38-39.

[10] Pensé también, debo confesar, en una serie de la televisión española que presenta esas casas como deplorables casuchas. ¡Cuánta falta hace la asesoría de los historiadores en esas producciones!

[11] Fernández, Teatro de maravillas, pp. 84 y 95-96.

[12] Ibid., pp. 247-248.

[13] Ibid., p. 212.

[14] Ibid., p. 292.

[15]  Alejandro Soriano Vallés (ed., introd., estudio liminar y notas), Sor Filotea y Sor Juana. Cartas del obispo de Puebla a Sor Juana Inés de la Cruz, Toluca, Fondo Editorial Estado de México/Secretaría de Educación del Estado de México, 2015.

[16] José Gómez, Diario curioso y cuaderno de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo (1789-1794), versión paleográfica, introd., notas y bibliografía por Ignacio González-Polo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1986 (Serie Fuentes, 5).

[17] Fernández, Teatro de maravillas, p. 58.

[18] Ibid., pp. 306-307.

[19] El tema aparece en el apartado “Zona de desastre”, pp. 400-403.

[20] Ibid., p. 308.

[21] Ibid., p. 339-340.