Acercamientos a un nuevo poemario

 

ELIA ESPINOSA: Acontecer, México, Floricanto, 2015.

 

 

 

 

 

Leer a Elia Espinosa

 

Enrique González Rojo*

 

Comentar el poemario Acontecer de Elia Espinosa me resulta sumamente atractivo por una razón que se podría calificar de paradójica: la evidente diferencia que existe entre el talante desde el cual engendro mis criaturas poemáticas y la estética que le sirve a Elia como plataforma de lanzamiento de su inconfundible voz lirica. Mi preceptiva o, para decirlo de manera menos académica y pedante, mi voluntariosa manera de pergeñar poemas va por el lado de aquella vieja recomendación del clásico: hay que dejar “oscuro el borrador y el verso claro”. Soy, en efecto, un feligrés de la claridad y un amante de la comunicación sin vericuetos laberínticos. Pero soy consciente de que mi posición puede devenir prejuicio y llevarme a un peligroso reductivismo que excluye la ambigüedad, el misterio o la multívoca expresión de lo existente. Elia se interesa no en las veleidades de lo fenoménico o las sombras chinescas de lo aparente, sino en la trabazón interna, invisible, de lo dado. Y este interés la conduce a una concentración depuradora en que brillan por un instante, junto con imágenes luminosas y precisas, la anfibología y la contradicción.

Al menos en apariencia, cuando el significante, como en un matrimonio, tiene incompatibilidad de caracteres con el significado, se engendra lo críptico e indeterminado. Esta vaguedad relativa se presenta en nuestra poeta como una poiesis introvertida, pudorosa.

A Elia, a quien conozco y admiro desde hace años, le preocupa desde siempre la interioridad esencial no sólo de sí misma sino de cuanto la rodea. Su estro no se ocupa, como es habitual en otras y otros poetas, del cascabeleo de la frivolidad o de desplantes eróticos escandalosos cuya finalidad es llamar la atención y conseguir el aplauso fácil. Elia se sitúa en lo que podríamos llamar los linderos de un hermetismo deliberado y relativo. En contra de una primera impresión, su poesía no está, sin embargo, encerrada en sí misma, sino que se torna accesible y luminosa para el lector avispado e intuitivo que no se detiene ante la supuesta dominación de las dificultades que parecen robarse la escena.
 

Ignacio Salazar, Lava, 1993-1994, óleo/placa de cobre, 41.5 x 46 cm.
 

El título de este poemario Acontecer nos coloca ya en el mundo singular, que yo llamaría heraclitiano, de nuestra autora. Acontecer implica la conjunción simultánea de tres elementos: la aparición de algo o alguien en un espacio y un tiempo determinados. Este surgimiento se da en un infinitivo general que cobija las conjugaciones específicas en que se desenvuelven los poemas de las tres partes que constituyen el libro que comento.

No es cierto, por otra parte, que la vaguedad polisémica siente sus reales en todos los textos de nuestra poeta. Leamos por ejemplo este bello poema relacionado con el suicidio de la gran poeta uruguaya Juana de Ibarborou:
 

Entiérrenme desnuda
no quiero ataúd ni mortaja
un poco de luz entre las manos,
que diga el epitafio "Existí".
Subiré a la siembra y
en la magnitud del fruto
            íntima hortaliza,
entraré en los hambrientos.
 

Aquí ya no hay necesidad de una exégesis quirúrgica para desentrañar el sentido. Todo lector, aunque no sea muy perspicaz, advertirá no sólo que se trata de un suicidio –ya que si así fuera estaríamos frente a un drama fundamentalmente individual–, sino de una suerte de suicidio panteísta, ya que la persona que se va a privar de la vida anuncia que, con su muerte, se reintegrará a la naturaleza y, convertida en fruto, devendrá en ayuda de los hambrientos.

Hinco el diente de la hermenéutica en otros dos poemas breves. Dice Elia:
 

Tinta que destruye sus papeles
tramo en que doler
finge emigrar,
la separación nos vuelve pájaros
que anidan entre vidrios.
 

Aquí la separación –supongo amorosa– hace de las suyas: lleva a que el elan de escribir (o sea la tinta) destruya sus escritos posibles (sus papeles), conduce a un momento en que el dolor parece desaparecer (emigrar) y en que –en una imagen tan esplendorosa como cruel– convierte a las víctimas en seres endebles que se hayan torturados (pájaros que anidan entre vidrios).

También quiero interpretar esta joyita poemática donde se hace una descripción florida de ciertas partes del cuerpo:
 

La piel es células que
fueron destinadas a cubrir la vida,
formaron el pliegue,
la tersa extensión con tenue vello
o pelambres y color distintos
que guarecen cúspides
se erizan de sensaciones
           cual capullos que estallan
           en transparentes mariposas.
 

Las células, que conforman la piel, fueron hechas para recubrir la vida, para hacer el pliegue (supongo que el pubis) que contiene vello que se eriza en sensaciones (o se excita) cual capullos que estallan en transparentes mariposas (o, lo que tanto vale, con excitaciones que cual capullos engendran el clímax amoroso).
 

Ignacio Salazar, Adagietto, 1994, óleo/tela, 177 x 207 cm.
 

El libro de Elia trata cuestiones tan dispares como el círculo y su eterno retorno; el equilibrio que se crea a salvo pero puede dar un paso en falso; la muerte próxima –urdida en el matadero– que nos aterra cuando nos hallamos aún bajo las estrellas; el ascenso y la caída; la locura; el rojo que tiñe acciones e instrumentos, etcétera. Pero creo que los temas esenciales de esta poesía son los de siempre, los que no pueden ser corroídos por el tiempo y pasar de moda, como la vida, la muerte, el amor, el erotismo, la ventura y la desventura. No es una poesía que, como el surrealismo ortodoxo postule la existencia de una realidad superior o al menos distinta a la común y corriente. Es un canto que más bien se mueve en un simbolismo que puede ser deliberadamente ambiguo –porque la realidad no es unívoca–, pero que, lejos de desdeñar o borronear la realidad evocada por la intencionalidad del significante, la reafirma dándonos pistas para su interpretación y exigiendo del lector un papel más activo del acostumbrado.

Elia es enemiga de la grandilocuencia. En sus versos la retórica no se adueña del micrófono. Sus poemas nacieron más que para recitarse o declamarse, para secretearse. Una última observación. A nuestra poeta no le es ajena –¡cómo iba a serlo!– una cierta preocupación metafísica que se manifiesta en ciertos versos que le pisan los talones a la blasfemia como cuando le dice a Dios "después de tus mentiras", "no mereces los templos" que te han hecho, o como cuando los muertos "avizoran la Totalidad desde / su cuenco".

Todo lo que he afirmado con anterioridad no tiene la pretensión de adentrarse críticamente en la poesía de mi querida Elia. No poseo manías de valoración, clasificación y dictamen. No ha sido sino una lectura amorosa y atenta (de una poesía tan lucida, profunda e inquietante) llevada a cabo con la intención de invitar a ustedes a hincar el diente en tan delicioso como exótico manjar.

 

*Poeta y filósofo.

 

 

Acontecer de Elia Espinosa

 

Arnulfo Herrera**
arnulfoherrera542@gmail.com

 

El tema de Acontecer tiene una ascendencia noble: proviene de los Rerum vulgarium fragmenta de Petrarca. Claro que, decir esto, suena tan absurdo como aseverar que todos somos hijos de Adán. Pero la afirmación tiene sentido si consideramos detenidamente los tres elementos que se conjuntan en este hermoso y sobrio volumen: el poeta, la realidad y la poesía. Petrarca hizo casi un diario con los fragmentos de una realidad idealizada, consignó los detalles de las cosas que veía o creía ver y amalgamó el “acontecer” de sus andanzas con las vicisitudes de un amor imaginado del que se sirvió para envolver el fantasma de Laura. Se asumió heredero de los clásicos grecolatinos y escribió con las formas y los tópicos de una tradición que hizo suya y legó como una de las más preciadas herencias a Occidente. Al iniciar sus largas caminatas diarias por esta urbe de guerra y paz, llena de la salud que cultiva, Elia Espinosa también nos habla de esa realidad que mira como acontecer y saluda al día con una oración a través de la cual se ofrenda a sí misma:
 

Día único
amo tu luz grandiosamente solitaria,
mi cuerpo dichoso
es tu altísima oración.
 

Los versos de Elia parecen estar muy lejos de Petrarca. Sin embargo, para recuperar el parentesco, debemos asumir que la poesía ha cambiado. Hablando de “altísimos” –como hace la oración de Elia Espinosa–, en sus Notas sobre poesía, José Gorostiza, el “altísimo poeta”, se refería a los cambios que ha sufrido la Historia y, con estos cambios, el estancamiento de nuestras conciencias y la correlativa imposibilidad para alcanzar, entender, aceptar, las transformaciones del fenómeno poético: “La historia marcha cada día hacia el futuro ajena a toda noción de misericordia; no sería nada insensato, así pues, que en lugar de pedir que la poesía sea como fue en el pasado, tratásemos de comprender que puede ser ya tarde para aceptarla como es hoy.”[1]
 

Ignacio Salazar, Chapultepec, 1993, óleo/tela/madera, 180 x 100 cm.
 

Si somos capaces de entender que vamos a la zaga de los poetas y que sus versos escapan a nuestros intelectos antes de que podamos acomodarlos en la conciencia, veremos que no es tan descabellado vincular el Cancionero de Petrarca con el Acontecer de Elia Espinosa, pero los cambios operados en el transcurrir de los siglos han eliminado muchas certezas y suprimido los soportes existenciales. Se han eliminado las sonoridades de las rimas, las reiteraciones de los ritmos que el prolongado manoseo ha hecho vulgares, el vocabulario sonoro, grandilocuente y monótono, la confesión no pedida, la impudicia de los sentimientos; después de esta depuración ha quedado apenas la sugestión de todo lo perdido en la ambigüedad de unas palabras que tienden a convertirse en el silencio, en el espacio en blanco que propuso Mallarmé cuando están impresas, en el guiño inteligente de un lenguaje purificado por el doloroso trabajo del poeta.

Hace casi cien años, Gorostiza señalaba las transformaciones que se estaban operando en la poesía y que hoy vemos rezumadas en los versos de Elia Espinosa: “La poesía ha abandonado una gran parte del territorio que dominó en otros tiempos como suyo. El diálogo, la descripción, el relato, así como otras muchas maneras de poesía, que con tan notoria eficacia se combinaron en libros como –por ejemplo– el del Buen Amor del Arcipreste de Hita, se han ido a engrosar los recursos del teatro y la novela.”[2]

De este modo, a diferencia del Petrarca que sube a la montaña para contemplar la Roma de su tiempo, o cualquier otra ciudad, y revolver su pensamiento en el crepúsculo de las tardes recreándose en el molde del “Superbi colli” o de otros tópicos, Elia Espinosa mira las mismas tardes y balbucea los ecos de numerosos tópicos abigarrados en palabras clarísimas, muy escogidas, depuradas, para sugerir apenas los más encontrados sentimientos:
 

Que la tarde me pierda
en el crepúsculo
eche al viento incertidumbres
           sea efímero emblema del adiós
           tiempo del tiempo
           horizonte.
 

Ni esa tarde, ni toda la historia de la humanidad se le han escapado a Elia. ¿Cuántos días de lecturas y de dolor pasó cortando las palabras inútiles, mutilando los sentimientos, los temores, todo aquello que le sobraba a la poesía que había logrado alambicar? Seguramente “luchó contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad” para no dejar nada, ni siquiera la esperanza de Dios.
 

¿De dónde, Dios
tendrías con qué enfrentarnos?
caverna sin fauna ni hojarasca,
altiva pretensión de eternidad
sábana que vuela sin cubrir a nadie.
Nunca serás garra ni abdomen de tarántula
el océano rehusará tu acogimiento
aunque tengas la estirpe del abismo.
No mereces los templos
o el rayo durmiente del habla
que alumbra el diálogo.
Después de tus mentiras
tu falta de piedad
¿crees aún que originaste
el Tiempo y el Espacio
que nos hiciste a tu indigna semejanza?
 

Con un texto como éste, pareciera que la poesía de Elia Espinosa no pudiese de pronto con tanta pureza y estallara en protesta, y resultara una protesta cósmica y social y personal.
 

Ignacio Salazar, Segundo reflejo, 1994, óleo/tela, 120 x 120 cm.
 

He tenido la suerte de conocer los libros anteriores de Elia Espinosa. De amor y agua (1991), Temblor del tiempo (1991), Poemas de la distancia (2001), y aunque puedo encontrar una “evolución” e ilustrar las rutas que han seguido algunas de sus ideas poéticas, lo que me importa es señalar el largo y sinuoso camino de la depuración. En Acontecer Elia nos ha entregado un libro que está muy cerca de alcanzar la pureza que dan la madurez y el trabajo constante a un poeta consumado. Y esto no es un reproche, sino un elogio. Decían mis maestros de la Universidad que la poesía, como el alcohol, no podían ser puros; la pureza los evaporaría y no podríamos asirlos. En su extrema pureza no dejarían siquiera que sus sustancias aromáticas flotaran en el aire; carecerían de ellas. Sin llegar a esa pureza extrema, la austeridad que consiguió Elia Espinosa es envidiable. Contagia nuestras mentes y nuestros cuerpos y no tenemos ningún otro sentimiento más que agradecer su entrega. Conocemos el costo de su pureza y entendemos que, como al ruiseñor de Wilde, este libro le secó el corazón. Pero, a diferencia de él, la rosa que nos entrega en Acontecer no la mató: por el contrario, nos regaló a la poeta de la que esperamos ansiosamente el próximo libro; si está en blanco, entenderemos que Elia concluyó el camino que inició Petrarca.

 

**Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

 

Convocatoria al secreto

 

Elvia de Angelis***

 

La publicación reciente de Elia Espinosa, Acontecer, no es una entrega sino una invitación, una llamada, una convocatoria a penetrar su ser y su naturaleza, a introducirnos en un conocimiento vital y depurado a través de la lucidez y la conciencia, a visitar aquello que resulta esencial de la experiencia humana, lo que se decantó en la sucesión de los días y los años, lo que se capturó por siempre y se ha vuelto propio en el eterno devenir. Lo único que queda y persiste en el curso de una existencia. La prevalencia de una vida interior, es decir, de la psique, en sentido clásico.

Y la residencia de esa vida interior en la que Elia nos acoge es la poesía. Un lugar pulcro, sin adorno, hecho de pocas palabras, contados objetos y diminutas conspiraciones: fuego, Dios, muerte, soledad, origen, belleza, hojarasca, cetro, sal, memoria, ternura, piel, mariposas, salvación. La propuesta poética de Elia Espinosa es una incitación a reunirnos con ella en su morada secreta. Dice: Ven a mí… conoce el paraje donde me erigí, comparte las emociones que disfruté y padecí, escucha esta voz, este lenguaje, este discurso. Y ¿por qué calificar la casa como “secreta"? Porque, en Acontecer, aparece en plena forma, acendrada y madura, esa vocación hermética ya planteada en libros anteriores, ese afán ascético y sobrio, esa propensión a la incógnita y al misterio, esa norma de abandonar rodeos, descripciones y explicaciones. Esa concreción. La libertad de renunciar a ser comprendido por los demás y abrazar la propia escritura, inherente y sustancial.

Hermetismo y síntesis, Acontecer, espacio donde se suma, combina, concentra y acuerda una diversidad de imágenes e ideas en el ámbito de la fantasía y la realidad. En el campo de la creación. En el regazo entrañable de la poesía. Hay una fuerza y un arrojo en este poemario, una poética de la voluntad en estos versos, una audacia moral. La decisión de rechazar el engaño, así esa invención, se nombre Dios. Y encaminarse a la verdad, escueta, resonante, compleja e insondable.

Porque la verdad no es única ni estática. Se debate en la comarca de los elementos opuestos. Y he aquí que la poesía que Elia formula es ésa cuya tensión poética radica, precisamente, en la contradicción. Que lucha y se sitúa entre el círculo y la fuga, la razón y el desbocamiento, el punto fijo y la inestabilidad, la desheredad del matadero y la bóveda estrellada, la pirotecnia polar y el manto hirviente, la intimidad de ser uno solo versus el desafío de ser dos o ser muchos. Y, gracias a ello, esta poesía se desarrolla y robustece.
 

Ignacio Salazar, Vuelo, 1994-1995, óleo/tela, 120 x 140 cm.
 

Siempre, hacia el interior. Porque otra particularidad de la poesía de Elia Espinosa y que impera en Atardecer es su ineludible carácter introspectivo. Reconocerse, escudriñar, mirar hacia dentro; explorar y desnudar los estados mentales más singulares; develar los deseos más recónditos, los motivos ocultos, los sueños atesorados; desbrozar ese bosque tantas veces enmarañado y ruidoso de los propios sentimientos y las propias ideas. Ahondar y traer a la conciencia. Atrapar en el viaje por los vericuetos del ser aquello que vale e importa, descubrir aquello que es primordial y trascendente. Hacerse de la perla, una sola; del fruto, uno solo; del poema. Florecer en el templo sagrado de la soledad.

Introspección e implosión, porque ese hermetismo, esa reciedumbre, ese crecer adentro, esa condensada revuelta de contrarios, esa introversión, generan un estallido interno que retumba en el incendiario pavimento de Acontecer. La morada resiste, la onda expansiva que produce la detonación no rompe las paredes de la vida interior porque, en el fragor de la batalla, está el equilibrista, el saltimbanqui metafísico, la poetisa. A merced de la violencia interior que produce el hecho mismo de estar en el mundo, experimentar y existir intensamente, el equilibrista opta por hacer de su habilidad de andar sobre la cuerda floja sin caer un arte. Desarrolla el oficio de aventurarse en los asuntos del espíritu sin precipitarse en el vacío, el desorden, el caos, la confusión. Porque, si bien en la experiencia personal lo que predomina es la vorágine, en los sueños despuntan la conciencia y la verdad como remanso del alma. Y la experiencia personal, así como los sueños, de igual manera, forman parte de la psique. En el transcurso de una vida, los incidentes, las circunstancias, los hechos, las bifurcaciones, los imprevistos, las coyunturas, los accidentes, las embestidas que acontecen, diversos e incontables, a pesar de ser componentes necesariamente dispares, acaban por integrar un mismo conjunto una vez que se transforman en la multiplicidad de impresiones, sentimientos, sensaciones, ideas, deseos, emociones, recuerdos que constituyen a un solo y complejo individuo, un singular organismo palpitante y dinámico. Elia Espinosa recorre su camino a lo largo del Acontecer de su biografía poniendo la vida ante todo y elige mecerse en un trapecio perenne a fin de buscar el centro en la vastedad. Y, en caso de caer, ¿sería, quizás, la red matemática la que la recibiera en su suave entramado? También esa opción se vislumbra. Porque esa urdimbre, ese aparejo, es un recurso más del trapecista y está siempre presente en escena. Ha sido previsto para completar el ciclo de la existencia, que consiste en ascender, derrumbarse y recomenzar, en un sentido vertical, debidamente poético.

Tal es la gravedad de la propuesta: hablar de la locura, del monstruo que cambia de piel, de las bestias salvajes que pueblan al ser, del deseo de rendirse a lo ilimitado, traspasar frontera y medida. Pero contenerse y optar por subsistir y aprehender en la razón tales quimeras. Ya que el anhelo de ceder a la Totalidad convive con la certeza de saber que la entrega conduce a la Muerte, Elia, a fin de perdurar, resuelve el dilema en el ámbito del pensamiento, que es donde se accede plenamente al infinito: se configura, experimenta, fallece y renace.
 

Ignacio Salazar, Scherzo, 1994, óleo/tela, 177 x 207 cm.
 

Imaginación y realidad, arrebato y quietud, materialidad e intelecto, orfandad y búsqueda del Otro, sujeto de amor y conquista, aspiraciones y logros. He aquí donde nos lleva Acontecer, de Elia Espinosa, hacia una poesía de la pasión y del pensamiento. Gracias al talento de integrar, en un discurso poético, un conocimiento vital y filosófico.

 

***Poeta.

 

Inserción en Imágenes: 27.11.15.

Imagen de portal: detalle de la portada de Acontecer de Elia Espinosa, Floricanto, 2015. Ilustración de Beatriz González.

Ilustraciones: pinturas de Ignacio Salazar tomadas de revista Universidad de México, núm. 536-537, septiembre-octubre de 1995.

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[1] José Gorostiza, “Notas sobre  poesía”, en Poesía, México, FCE, 1971, p. 20.

[2] Ibid., p. 19.