Vestigios del tiempo: degradación, materia y memoria en los ensambles de Arturo Valencia

Maricela González Cruz Manjarrez*
mgcm2@hotmail.com

 

A la memoria de Tere del Conde

 

Me interesan el objeto perdido y las minorías, lo olvidado. Siento que en el olvido del objeto hay una clave del ser humano para entenderse a sí mismo. Hay un abandono […] cuando ya un objeto no te sirve, uno desecha objetos, sentimientos, personas y pienso que esta recuperación es clave para comprender un poquito al mundo.

Arturo Valencia

 

El artista trabajando en su taller, San José, Costa Rica, febrero de 2017. Foto: Arturo Valencia.

 

Los discursos y las obras

En una entrevista realizada en 2016,[1] Arturo Valencia define con claridad su propósito de recuperar en sus obras el transcurrir del tiempo, expuesto a través de materiales estropeados, de objetos resquebrajados, relegados o aislados, aparentemente inservibles.

Pedazos de hierro y lámina corroída, rondanas, chapas, llaves, trozos de herramienta y maquinaria, así como alambres, madera apolillada, troncos, fragmentos de yute o de materiales orgánicos (como varas, algodón u hojarasca) son intervenidos por el artista con gran sutileza mediante la aplicación de toques cromáticos de acrílico y óleo, en una gama definida en torno a los ocres, y el acento de pequeñas pinceladas de tonos blanquecinos, grises o negros.

Esta presencia casi imperceptible del artista sobre los soportes articulados en sus obras, contrasta con su participación –que resulta fundamental– en la elección de los materiales y en la forma en que los dispone para crear combinaciones a partir de una perspectiva plástica que da lugar a discursos conceptuales revelados en los propios títulos de las obras: El tiempo cíclico,  Gestación, Fragmentos de la memoria, Depósitos del tiempo.
 

Depósitos del tiempo II, 2016, lámina, yute y acrílico/madera, 40 x 48.5 x 10 cm. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.
 

Los elementos están vinculados a un diseño que introduce diversos juegos plásticos que responden a una intención estética resultado de hondas reflexiones,[2] entre las cuales podemos mencionar aquellas que se relacionan con la materialidad y sus metamorfosis y la voluntad de representación del tiempo, junto al cuestionamiento del olvido, la reivindicación de lo marginal y la recuperación de cierto misterio impregnado tanto en los objetos como en la situación azarosa del encuentro con los mismos. De esta manera, subyacen en su plástica conceptos como temporalidad, vulnerabilidad, transformación, casualidad y memoria.

En la obra de Valencia se confrontan, se expresan o se integran dualidades tales como: industrial-orgánico, naturaleza-artificio, degradación-dignificación, uso-desuso, visible-invisible, acabado-inacabado, artesanal-conceptual, pensamiento-acción. El objeto encontrado de manera fortuita en lo que él denomina “santuarios del olvido” (deshuesaderos, bodegas, mercados, incluso basureros) es intuitivamente recuperado y reservado para, en algún momento, en combinación con otros objetos, formar parte de uno de los montajes realizados por el artista. De esta manera, adquiere otro carácter.

El objeto reciclado es ennoblecido y “revivido” por Valencia. En sus ensambles prevalece el respeto por el estado en que se encuentran los materiales, una actitud coherente con la intención de dignificarlos. Desde esta perspectiva, el proceso plástico desarrollado por el artista se centra en la recolección, la reconstrucción y la resignificación.

La peculiaridad de sus obras atrapa en forma inmediata el interés del espectador. La primera reacción frente a ellas es percibirlas en su unidad. Al momento aprehendemos de manera sintética el conjunto de elementos que las constituyen y que se funden en ese espacio plástico predeterminado por el autor. En este inicial acercamiento la materialidad se impone y nos atrae la estructura cuidadosamente armada con diversos objetos. Se establece un diálogo sugerente entre las formas y las cualidades propias de los materiales. En el primer contacto con la obra prevalecen lo visual y sensorial.

La creación suscita un efecto agradable gracias al meticuloso acabado del ensamblado y al refinado tratamiento plástico. En el desarrollo de éste, el artista emplea deliberadamente una gama cromática que privilegia los marrones, los tonos rojizos y dorados, y se mantiene de manera intencional en armonía con las tonalidades que caracterizan a los materiales orgánicos e industriales que aprovecha y que dan consistencia a su obra, entre ellos, la madera, las fibras, el hierro corroído, las láminas oxidadas, todos materiales que considera idóneos para evidenciar cómo actúa en ellos el “lenguaje del tiempo”.

 

La dimensión poética

Los ensambles generan distintas reacciones: seducen y provocan deleite, pero también  inducen a diversos cuestionamientos. Primero resultan atrayentes; luego, al observarlos con detenimiento, surgen inquietudes que llevan a tratar de desentrañar la red de relaciones materiales y plásticas que subyace en cada obra, o incluso entre las obras que pertenecen a una misma serie. Estas inquietudes se van dilucidando al ahondar precisamente en el sistema que organiza y acopla los elementos, sistema que adquiere sentido cuando se capta la intención de cada trabajo plástico, confirmada con el título asignado a la obra.

En este nivel reflexivo, la contemplación de la realización meramente plástica es superada por el efecto estético, ligado a la percepción, el conocimiento y el reconocimiento del planteamiento del artista, a partir de los sentidos tácitamente considerados en las asociaciones establecidas en los ensambles mismos.

En este punto se percibe la materialización de elementos artísticos como un entramado que revela la poética del autor. Así, el trasfondo creativo se manifiesta y de este modo se logra capta el potencial implícito en la obra, mismo que funciona como una metáfora relacionada con un lenguaje poético-visual que posee sus propios códigos, sus signos o sus símbolos.
 

Registros de la memoria I, 2016, metal, madera/bastidor, 140 x 150 x 10 cm. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.
 

El principal elemento significativo de este lenguaje poético-visual es la imagen del tiempo derivada de la potencialidad que encierran los propios materiales. A partir de la evidencia de la materia y su temporalidad se establecen paralelismos con el carácter temporal de la condición humana, se cuestiona la inestabilidad de los materiales, la transformación de la naturaleza y la fragilidad de la propia humanidad, lo que implica una especulación sobre la realidad, las apariencias, la corrupción, la extinción, la permanencia, el ennoblecimiento, la transparencia y el enmascaramiento.

Los ensambles de Valencia condensan y concretan sus preocupaciones acerca de los procesos vitales, además de constituir abstracciones sobre pérdidas y la memoria. Él mismo considera que el artista y el espectador funcionan como “exploradores del tiempo”. De alguna manera reconoce que su intención plástica se vincula a expresiones como la poesía y la mitología, formas de arte y sabiduría que profundizan sobre las incógnitas y los misterios que acompañan desde tiempos ancestrales a la humanidad, básicamente porque ellas subrayan la presencia del tiempo, la memoria y la intuición en nuestras vidas.

En síntesis: la materia, el tiempo y la relación conceptual que se establece a partir del nexo entre el artista, la obra y el espectador actúan como elementos básicos en el trabajo de Valencia. Estos elementos remiten a la inserción de éste en el arte contemporáneo; específicamente, nos llevan a asociar sus ensambles con el arte povera y, en cierta forma, con algunos planteamientos del arte conceptual, el geometrismo abstracto, la abstracción cromática y el minimalismo.[3]

 

Conexiones con el arte povera

Justamente en 2017 falleció uno de los máximos representantes del arte povera, Jannis Kounellis, quien a fines de la década de 1960 fue uno de sus principales exponentes. En cuadros e instalaciones Kounellis puso en práctica su lema de que el arte se debía salir del marco, tenía que volver a lo más simple; además, afirmaba que cualquier objeto podía funcionar como un medio eficaz para potenciar la creatividad y expresar el discurso del artista.

En este contexto, el arte pobre incorpora elementos ajenos a la tradición y se deslinda tanto de la producción artística especializada como de la producción industrial. Asimismo, saca provecho de una amplia variedad de materiales naturales, como troncos, barro y piedras, a la par de promover la recuperación de objetos ignorados, artefactos desechados, materiales orgánicos en descomposición; incluso en esta clase de expresión se desplegó la fuerza de elementos como el fuego, el agua, la tierra. El arte povera también se caracterizó por la sencillez en la manipulación y la presentación de los materiales relacionados con su planteamiento plástico.

Buena parte de la filosofía del arte pobre es retomada por Arturo Valencia, especialmente en lo que se refiere a ese sentido de experimentación donde la obra es entendida como resultado de un proceso cargado de vida. Por eso el artista considera que sus obras “se convierten en un medio más que en un fin en sí mismas”.[4] Para él la obra es la síntesis y conjunción del trabajo desarrollado, es decir, el resultado de sus propias acciones y sus experiencias como artista. Dentro de la actividad creativa que lo caracteriza, la etapa más relevante es el proceso de degradación de sus obras, entendido como un recurso estético.[5]

Partiendo de estos fundamentos, Valencia logra una expresión propia y actualizada, en la que destaca una recuperación de la temporalidad desde una perspectiva contemporánea que confronta con una introspección, manifiesta en sus obras, sobre el transcurrir del tiempo, especialmente en lo que respecta a nuestro tiempo vertiginoso, donde predominan la confusión, la evanescencia y lo obsoleto, las realidades se difuminan en el espacio digital, lo virtual parece excluir a la materia y nuestra actitud frente a la naturaleza fluctúa entre la destrucción y la revaloración.

Por medio de objetos corroídos, desgastados, apolillados o deteriorados, Valencia muestra cómo se ha transformado la materia y cómo ha actuado en ella el tiempo. Su intención no es la de representar sensaciones o expresar diversas perspectivas de un ser individual, de un “yo íntimo”, tan explotado en la cultura y el arte contemporáneos. Él busca mostrar “el lenguaje de los materiales”,[6] incorporándolos a la vida misma de manera integral. Los materiales son asumidos entonces como parte de un todo, donde está incluido el individuo, sometido, como los objetos, a la energía, a las fuerzas de la naturaleza.

Sus ensambles constituyen un trozo del transcurrir de la vida misma, muestran procesos vitales. Su obra evoca, sugiere y poetiza sobre el sentido del tiempo, y en ella es fundamental el valor de la materia como territorio de incógnitas, como indicio capaz de señalar las múltiples posibilidades de la existencia, de hacer evidentes los cambios que ocasiona la energía implícita en los objetos elegidos y en la forma artística de trabajarlos, de transformarlos y resignificarlos.

Aquí se presenta otra toma de distancia que le permite cuestionar uno de los valores culturales más arraigados: la idea de trascendencia, ya que sus obras, en tanto expresiones genuinas de la época actual, tienden sobre todo a mostrar lo que él denomina “la estética de la degradación”, al afirmar la transformación, la contingencia, la indeterminación, en síntesis, lo efímero de la existencia:

“Mediante la aceptación de la capacidad humana de negar esos absolutos, que se alzan en el camino de una percepción clara, las obras realizadas con madera/lámina/objeto presentan una visión que intenta una conciencia del mundo real: un mundo en el que todos nos esforzamos en participar, intrínsecamente cercano a nosotros, un mundo con una infinidad, aquí mismo, en continua transformación”.[7]
 

Gestación, 2013, lámina, madera y costal/madera, 113 x 63 x 11 cm. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.

 

El conocimiento visual

Con la manipulación de los objetos, el cuidado puesto en la selección e inserción de los mismos en una organización y su incorporación a una estructura que se compone de materiales armónicos o contrastantes, también se produce un enaltecimiento del oficio del artista y el trabajo alquímico-artesanal que éste realiza al transfigurar los materiales y compenetrarse con sus características y cualidades: dúctiles, duros, suaves, corrugados, tersos o ensortijados, los materiales seleccionados le permiten a Valencia mostrar su capacidad para aprovecharlos cabalmente y producir así finos ensambles que se componen de elementos orgánicos e inorgánicos, entre ellos, desechos que funcionan en cuanto soportes que a decir del artista actúan “como el detonador –el punto de partida– de un nuevo conocimiento visual”.[8]

En la construcción de este “conocimiento visual”, las sensaciones y los recuerdos no se vinculan unilateralmente con el objeto artístico, sino que también entran en juego reflexiones, vivencias y esa otra forma de conocimiento estético que la obra evoca en el interlocutor, en el espectador.

La riqueza plástica de las obras de Valencia comprende diversos grados de abstracción, evocación, analogía y deleite estético. Como ejemplo de ello se mencionan las siguientes  piezas:

Registros de la memoria I (2016) propone relaciones espaciales y continuidades entre diversos objetos multiformes, dispuestos a modo de vestigios arqueológicos que forman una especie de esquema donde se establecen diversas “líneas del tiempo”.

En Casa del tiempo horizontal (2011) coexisten valores cromáticos, texturas, ritmos y volúmenes por medio de tiras que destacan la horizontalidad con trozos de yute y láminas. Encima de ellos coloca, a todo lo ancho, bellas varas bien pulidas. Este ritmo armonioso logra un contraste, un contrapunto que evita la monotonía al ser abruptamente interrumpido por una lámina –colocada justo al centro de la obra– cuyo volumen sobresale y tiene la forma de la silueta de una casa; es como si se tratara de un nicho atravesado por estas varas que funcionan a manera de metáforas del tiempo.
 

Casa del tiempo horizontal, 2011, lámina, varas y acrílico/madera, 58 x 48 x 4 cm. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.
 

Reliquias del tiempo III (2011) es una obra casi plana, muy cercana a un collage. En ella destacan la direccionalidad, las texturas y los valores cromáticos obtenidos por la oxidación, las manchas, la corrosión de los materiales. A partir de formas rectangulares de madera y láminas se define un punto de atención cuya verticalidad atraviesa el espacio a lo largo, justo al centro. Éste parece aludir a una puerta misteriosa, pues entre rejillas bloqueadas, como mirillas, sobre una tira central y pequeños rectángulos sólidos o con huecos, está colocada una especie de manija que parece invitarnos a acceder a mundos en otras dimensiones.
 

Reliquias del tiempo III, 2011, lámina y madera/bastidor, 130 x 100 x 10 cm. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.
 

Gestación (2013) está realizada con lámina, madera, costal sobre madera y trozos de algodón. Aquí la simplicidad se impone. Con un mínimo de elementos y dos formas rectangulares predominantes se logra establecer una alegoría en torno al inicio de la vida. La germinación es simbolizada por los trozos de algodón que son como larvas que reposan bien protegidas en un especie de “nido” constituido por oquedades en forma de laberinto geométrico, mismo que se despliega en el rectángulo central que a su vez es soportado por un gran trozo de madera cuyas vetas, manchas y desgaste logran ilustrar la “estética de la degradación” con la que Valencia define su trabajo. Obras cercanas a ésta por su planteamiento plástico son Depósitos del tiempo I y III (de 2016), pero en ellas la hojarasca colocada con gran plasticidad y realzada con adecuadas y finas pinceladas produce una mayor cercanía con lo orgánico.

El políptico Juegos del tiempo (2016) y la pieza Reliquias del tiempo II (2011) se hallan más cercanas al minimalismo. Fragmento de hexagrama II (2013) conjuga numerosas formas, materiales, soluciones espaciales y texturas. El díptico El juego de la memoria I y II (2016) y la serie Secretos (2015), integrada por 18 obras, están más próximas al geometrismo abstracto.

 

La degradación, la temporalidad y la vida

Como advertimos, al “atrapar” en sus ensamblados la temporalidad, y al aludir a ella en su discurso visual y conceptual, el artista introduce una mirada al desgaste y un cuestionamiento del olvido, junto a la recuperación de la memoria y lo margina. En el proceso de destacar esta temporalidad, sale a flote la voluntad de vivir y a la vez la fragilidad de la existencia, la certeza del morir.

Al asir la cuestión de la temporalidad, los ensambles de Arturo Valencia funcionan como un respiro, un alto, una llamada de atención en la vida contemporánea, para entender cómo se han diversificado o incluso enmascarado los sentidos del tiempo, ya que se ha desarrollado una complejidad a tal nivel que múltiples representaciones y prácticas desvanecen el carácter de lo público, lo privado, lo material, lo aparente, lo verosímil o lo extraordinario, penetrando incluso nuestra cotidianidad, nuestra identidad. De alguna manera esta ambigüedad se exhibe en sus obras, con la diferencia de que aquí la intencionalidad es explícita.

Al poner en juego materiales degradados, descontextualizándolos y recodificándolos, se exhibe la inconsistencia de ciertas afirmaciones históricamente sostenidas dentro del arte, particularmente aquellas relacionadas con la certidumbre, la permanencia, las verdades absolutas.

Arturo Valencia no sólo mantiene un control sobre los materiales, las técnicas, las herramientas, los procedimientos, y ubica perfectamente la tendencia artística a la que está vinculado su trabajo (el arte povera); como se demuestra en su investigación La estética de la degradación; el sentido del tiempo en la madera y el hierro como materiales de arte (2011), es un creador capaz de explicar con profundidad y detalle el sentido de su trabajo –algo que no sucede en el caso de otros artistas–, de ubicarlo en su momento histórico y de conceptualizar con gran rigor las cuestiones estéticas que se enlazan con su propia expresión artística. Prueba de ello es la siguiente afirmación al final de su tesis:
 

Mi producción artística está sometida a los imperativos de trasitoriedad e incertidumbre que caracterizan a la sociedad moderna. Desvanece la distinción conceptual entre lo nuevo y lo desechado y concibe los verbos crear y destruir como dos caras de la misma moneda […] He aludido a la metáfora de la degradación como aquello que viene a suplir la voluntad de parar el tiempo. Y que jugar con el tiempo es un tema clásico, esencialmente relacionado con la efervescencia de la vida y el miedo a la muerte.[9]
 

En sus últimos trabajos, Arturo Valencia otorga un nuevo sentido al espacio y al tiempo al manejar profundidades a partir del acomodo de los materiales. Sus ensambles son intervenidos con veladuras y tratamientos pictóricos que crean ambientes específicos con reminiscencias a lo primitivo y que pueden asociarse a signos, insignias y ritos de otras épocas. Éste es el caso de Rituales de la memoria I (2017), obra cuyo sentido es definido con gran claridad por el propio artista:
 

Los materiales se conjugan para regresar a lo primitivo, a una expresión ritual de los objetos y a una dirección vertical de los elementos. Es como si los objetos tuvieran un sentido de ordenamiento a propósito de un tiempo alineado, ordenado, que contrasta con lo informe de los materiales sobrevivientes a una erosión, con una degradación que no ha podido deshacer los emblemas, ni tampoco ha destruido por completo las piezas perfectas de un estandarte. Los elementos están ordenados a manera de un ritual primitivo sólo afectado por el tiempo, pero no eliminado. I
 

Rituales de la memoria I, 2017, mixta, lámina y madera/tela, 130 x 100 x 12 cm. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.

 

*Doctora en Historia del Arte por la UNAM. Se halla adscrita al Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 21.04.17.

Imagen de portal: Reliquias del tiempo III, 2011. Detalle. Foto: Melanie L. Wells-Alvarado.

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[1] Catálogo Depósitos del tiempo, Introd. de Joaquín Rodríguez del Paso, donde se establece un diálogo con el artista, San José, Costa Rica, junio de 2016.

[2] Véase al respecto, Arturo Valencia, “La estética de la degradación; el sentido del tiempo en la madera y el hierro como materiales de arte”, tesis de maestría en Artes Visuales, Escuela Nacional de Artes Plásticas (hoy Facultad de Artes y Diseño), UNAM, junio de 2011. Agradezco al artista haberme facilitado una copia de este riguroso trabajo que fue de gran utilidad para comprender el fundamento teórico de su obra.

[3] Estas ligas las trata ampliamente en su tesis “La estética de la degradación…”.

[4] "La estética de la degradación…”, p. 46.

[5] Ibid., pp. 45 y 48.

[6] Ibid., p. 52.

[7] Ibid., p. 64.

[8] Ibid., p. 8.

[9] Ibid., p. 86.