Unir lo desunido en el pensamiento y la acción, razón de existir en Ida Rodríguez Prampolini

Elia Espinosa*
eliaespinosa@yahoo.com.mx

 

Ida Rodríguez Prampolini, 1999. Foto: Cecilia Gutiérrez Arriola. Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

AL SOBREVOLAR CON LA MAYOR CONCIENCIA y amoroso sentido crítico la historiografía principal de mi gran maestra Ida Rodríguez Prampolini, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas durante casi seis décadas, fallecida el pasado 26 de julio, me topé con Variaciones sobre arte, antología de su obra que ella misma configurara hace veinticinco años, con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América. Ese breve conjunto de textos ofrece, de golpe, una visión de las realidades y temas fundamentales que, como intelectual y mujer de acción sociopolítica, ella ha tratado empleando diversas formas de abordaje: el debate entre el arte por el arte y el arte social; la educación creadora y libertaria; la crítica y la historia del arte en México y en Francia en los siglos XIX y XX; la sociedad y las estéticas del mundo indígena. Variaciones sobre arte guarda, asimismo: trazos de su camino conceptual, epistemológico y metodológico; trasfondos de ideas, afectos y cualidades respecto a la crítica, y su oposición al esencialismo de la crítica de arte occidental vista en su conjunto, carente de objetividad y proclive a ser más literaria que analítica de la dinámica social en que se gestan el arte y la cultura, sus objetos de estudio y productos fehacientes de esa dinámica. En un momento dado, afirma:
 

La naturaleza […] de la crítica dejaba de lado el contexto socio-político en el que la obra se generaba y se presentaba a la participación del público. De esta suerte, se hacía el juego consciente o inconsciente a la voluntad mistificadora del mundo burgués occidental: la infantil, pero por mucho tiempo exitosa pretensión de creer en la existencia de los valores en sí, verdades en sí, bellezas en sí. […] El arte y la cultura viven, respiran en la sociedad en donde surgen, y su destino no es otro que el de esa misma sociedad. Unir cultura y sociedad ha sido el esfuerzo de mi vida profesional […] A la larga, y aún a la corta, las maneras de ver se transforman en maneras de sentir, y es en la sensibilidad en donde radica […] el deseo y el ímpetu que transforma la marcha de las cosas.[1]
 

Las bases de su credo, como ella afirma, están en Variaciones…: la relación entre la moral y la ética en el historiador; el historiador del arte y la crítica concibiendo al artista y a la obra en su contexto socio-político también desde la docencia; la defensa de la sensibilidad y el afecto como puntos de partida para la transformación humana, posturas de Ida en vínculo con la educación campesina (Tlayacapan) y con su labor como fundadora de centros de rescate de las artesanías en Veracruz, no obstante la hostilidad de subsecuentes funcionarios del gobierno de ese estado ante sus proyectos.

La actitud transformadora y creativa de la gran investigadora se perfila desde La Atlántida de Platón en los cronistas del siglo XVI, tesis que presentó en 1947 para obtener su maestría en Letras, y obra relacionada, en lo epistemológico y en la actitud histórico-filosófico-literaria de su autora, con sus Amadises de América. La hazaña de Indias como empresa caballeresca, de 1948. En La Atlántida… defiende caminos a seguir para columbrar el discurso historiográfico de revisión y análisis de partes del relato de Platón en el Timeo y el Critias, y lo concebido y vislumbrado por los evangelizadores en varias fuentes como “una isla que existió frente al Atlántico”. En los Amadises…, un manejo brioso de la búsqueda de lo imposible-posible, tan caro a los anhelos utópicos y a la vehemencia de Ida por aventurarse en la vida y en sus empresas intelectuales, se consolida en su apasionada comprensión de lo ficcional-caballeresco, respaldada por la hipótesis que la representación imaginaria de las cosas impulsa, con su necesaria ficción, lo conocido por la experiencia y lo comprobable a que lo racional propende y exige. Comenta, ahí, al pensador español Juan Luis Vives, quien, por su moral y racionalismo emparentado a un sentido cristiano ortodoxo, detestaba los libros de caballerías. Entonces, la investigadora afirma: “La mente razonable de este erasmista español rechaza con violencia ese mundo fantástico y maravilloso de los libros de caballerías, tan del agrado popular. No repara Vives en que precisamente la acogida que España da a esas fantasías es expresión de una voluntad, imaginativa como preponderante sobre lo puramente racional.”[2] Y más adelante, a propósito de Valdés, otro pensador español, escribe: “Bien se ve que Valdés no sabe perdonar pequeñeces en gracia de la imaginación.”[3]
 

Ida Rodríguez Prampolini, julio de 1979. Foto: Pedro Cuevas. Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

Insisto adrede en su espléndido Amadises… porque es un brillante texto que denota una pasión por la literatura y el poder de la imaginación literaria, zonas infaltables, amuebladas epistemológicamente de modo diverso y admirable en toda la obra de la insigne maestra, y de todo aquel que elabora el discurso histórico. Ahí está la siembra de la Ida socialista utópica, respetuosa de las diferencias del otro, la heterogeneidad, la irregularidad, lo imprevisible, la ambivalencia de la paradoja, tan bien defendida en el relativismo de la verdad, fuese por el lado del historicismo, que llegara a ella por vía del historiador y filósofo de la historia Edmundo O’Gorman, o fuese después, por el enfoque socialista utópico de Saint-Simon y de Fourier, autores de una filosofía práctica, afectiva, reintegradora del ser social, que Ida estudiara con ahínco y admiración.

En el idealismo de Amadises… la escritora anuncia, entre líneas, que lo suyo será perseguir el poderío de la imaginación en pos de la “verdad”, las grandes empresas míticas a la vez que históricas sazonadas por el destello de las ideas, condición del historicismo como filosofía y método que ve la historia como una estética de la potencia de la idea en el tiempo en tanto originadora de hechos y cambios.

Auscultar la empresa de conquista en cuanto “expresión de una voluntad imaginativa como preponderante sobre lo puramente racional”,[4] que llevó a los conquistadores allende el mar, justo como caballeros tan brutales como incitados por lo ficticio, imaginando de mil maneras lo que posiblemente encontrarían, mostró la vehemencia analítica e integradora de la estudiosa veracruzana, entre la necesidad de inventiva necesaria al pensamiento en su balance de fuentes para construir una “verdad histórico-literaria” y su deseo de precisión dentro del espacio dialógico del discurso escrito.

En la Introducción a su tesis aclara su postura metodológica y la densidad de los conceptos, aceptando que su enfoque dará lo que sus luces pueden, sin faltar a la inevitable ambigüedad que el acto de elucidar enfrenta. Escribe: “Decir que la hazaña de Indias estuvo animada por un espíritu caballeresco, es señalar a lo más hondo de nuestro problema, pues, todo lo ambiguamente que se quiera, eso de ‘espíritu caballeresco’ nos refiere ya a un modo peculiar de concebir la vida, y esa concepción precisamente, es la que tratamos de poner en claro.”[5]
 

Ida Rodríguez Prampolini, julio de 1979. Foto: Pedro Cuevas. Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

Ese debate entre el canon, la doxa y la pasión por lo ilimitado, la multiplicidad, el perfil preciso a la vez que ambivalente que va construyendo los conceptos, las imágenes y el deseo artístico-político de transformar la realidad desde la acción consciente y audaz, cual si Ida formase parte, a su vez, de una empresa caballeresca, une discursos e indecibles en sus obras; entre ellas: El Surrealismo y el arte fantástico de México; su crítica visión del dadaísmo como corriente artística burguesa, Dadá documentos, obra que Rita Eder acompaña con un certero ensayo sobre Hugo Ball y los fundamentos nietzscheanos de su Huida del tiempo; El arte contemporáneo esplendor y agonía, y sus libros dedicados a Pedro Friedeberg, Sebastián y José Luis Cuevas, todas obras fundamentales para la historia y la crítica del arte en nuestro país.

No podría afirmar sin más ni más que esos libros sean una “continuación” de aquellas obras iniciales en su carrera, las de una historiadora caballeresca, casi una Juana de Arco que empuñara la pluma en lugar de la espada y eligiera la secrecía del cubículo para desplegar batallas de palabras y frases con tinta sobre el papel, mas, en cierto modo, sí; hay sustento para afirmarlo en el hecho de la elección de los temas, dimensiones y realidades artísticas y antiartísticas, su postura como intelectual de acción, su epistemología determinada por la fuerza de lo político ligada a la filosofía práctica que fue el socialismo utópico. ¿No es verdad que el surrealismo, uno de los movimientos artísticos y filosofías europeas más complejas, es el gran intento simbólico-romántico tardío, al mismo tiempo que un movimiento con un sentido político renovador de la vida íntima, enfocado a subsanar la fragmentación psíquica y espiritual que el capitalismo propiciara y que la Gran Guerra concretó? ¿No fue el dadaísmo una forma de entronizar otro discurso artístico, precisamente contra el canon occidental, valiéndose de la descomposición sintáctica, la deconstrucción-reconstrucción textual y el acogimiento de un absurdo que en realidad es la manifestación de otra percepción de lo que convoca a las cosas y no puede ser dicho lógicamente, mas está presente? Y no es que Ida Rodríguez haya sido “surrealista” o “dadaísta”, no, de ninguna manera. Pero esos movimientos fueron centro de su interés, tanto para exponer sus aportaciones como para señalar sus vacíos o demasiada circunscripción a los intereses de unos pocos, sin dejar de lado el que ambos se construyeron, en parte, del debate que defiende a la libertad imaginativa por sobre un racionalismo fragmentador a ultranza. Ida ausculta esos movimientos con exigente rigor y no poca oposición luego de tener en claro, en El arte contemporáneo, esplendor y agonía, de 1964, el origen de la división del arte en arte por el arte y arte social, la oposición entre el cientificismo de los impresionistas y la extroversión de la subjetividad en Cézanne, Van Gogh y Gauguin, llamados por ella “contrarrevolucionarios”, al tiempo que el realismo de Courbet introducía a los pobres del campo y a los picapedreros en sus cuadros. Es decir, la historiadora presenta un panorama fundamentadísimo en relación con ese debate, y extiende su enfoque hasta el proceso del arte en los primeros años de la década de los sesenta del siglo XX.

Luego de ese gran ensayo, en donde también perfiló la oposición histórica entre un “arte racional” y uno “emocional”, base conceptual para comentar los movimientos y artistas, su obra se desenvolvería en ese tenor, reclamando a los artistas, con severidad, su desinterés por la vida social en pro de su convicción de que ese arte lleva consigo las elaboraciones más complejas de su tiempo al espectador, a quien acogía, aunque fuese en la lejanía de la “obra”.

En las páginas de El surrealismo y el arte fantástico de México se respira una admiración al movimiento francés en su lucha contra la razón, de la cual jamás pudo zafarse: “Los surrealistas”, escribe, “crearon un modelo y trataron de vivirlo, justificaron una actitud y se lanzaron a verificarla. Partieron de una intelectualización de los hechos, de la sin razón y pretendieron abolir la razón […] vivir sin ella, o mejor dicho, contra ella”.[6] Una de las aportaciones de Ida en ese libro es la aclaración de las diferencias entre los términos “surrealista” y “fantástico”, cómo y por qué el surrealismo causó fusiones y confusiones en nuestro medio a partir de André Breton mismo y de los artistas extranjeros que trajeron entretelas surrealistas a México. El punto central de todo esto es que Ida fue persiguiendo los avatares históricos, operativos e ideológicos de los movimientos de los que se ocupó, confrontándolos con sus propias convicciones, su antiguo credo, ésta una forma de tomar posición. En su artículo sobre Dadá, salido a la luz en marzo de 1966, en la revista Comunidad, deja sentir que lo valioso de esa escandalosa rebelión radica en que supo formular en su desaforada antimetodología, el que siempre ha habido dadaísmo, es decir, hartazgo de la razón y del canon, y que el dadá es eterno. En efecto, en ese momento, Ida comprendió afirmativamente al movimiento iniciado en Zurich, y declara: “todas las inquietudes más avanzadas se veían colmadas en dadá. No había ningún movimiento ni concepto tan radical, tan amplio, tan fundamental.”[7] Otra fue su postura en Dadá documentos, luego de haber leído El asalto a la razón, la trayectoria del irracionalismo desde Schelling a Hitler, de George Lukács, pues el irracionalismo abanderado por aquellos arriesgados artistas, fue visto por ella como un hito en donde subyacen obscuridades fascistas y, desde luego, “posturas de clase”.
 

Ida Rodríguez Prampolini, julio de 1979. Foto: Pedro Cuevas. Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

En sus obras dedicadas a Friedeberg, a Sebastián y a Cuevas, el reclamo mayor es contra su más o menos explícita infatuación por sentirse “genios”, sobre todo por haberse olvidado de que el arte debe tener un compromiso. Sostiene que Friedeberg no comunica nada, su arte es asfixiante, y si contiene figura humana ésta es un maniquí sin vida; Sebastián se olvidó de la frescura de sus primeros trabajos, enlazados al proyecto educativo mexicano; Cuevas fue el paradigma de todos los desastres entre el mercado del arte, su administración y el artista ensimismado, envanecido por su propio proyecto. Ella enfocó el análisis del trabajo dibujístico del exhibicionista desde la fenomenología de Husserl, partiendo desde lo formal hacia la significación y rasgos de su personalidad. La excepción en ese universo crítico fue Herbert Bayer, artista multidisciplinario que se dividió, a la manera de varios artistas de la Bauhaus, entre la obra social –carteles, anuncios publicitarios, el proyecto de una nueva escritura en minúsculas y sin puntuación– y la personal.

Aquellos libros fueron precedidos por los tres volúmenes de La crítica de arte en el siglo XIX, su primer logro como historiadora “profesional”. Denotan su facilidad para perseguir luces en los archivos y bien situar, con agudeza analítica y sensible, la labor de grandes plumas, entre científicas y románticas, que comentaron el arte y la gráfica académica en la centuria antepasada, ya que les tocó vivir, por lo menos, la política económica, social y cultural de la Independencia, el Imperio de Iturbide, la Reforma, las intervenciones francesa y estadounidense y el Porfiriato, incluidos los debates que influyeron en los derroteros del discurso de las imágenes en la pintura, según los pintores fueran proclives a los conservadores o a los liberales, republicanos y monárquicos.

Las obras que sucedieron a ese logro de Ida en los años nacieron del interés y están dedicadas, como sus antecesoras, aquí brevemente comentadas, a momentos de cambios extremos entre lo inalcanzable y lo posible en la historia del arte occidental, desde la Belle Époque hasta los años 90, como lo demuestra la recopilación intitulada: Ida Rodríguez Prampolini: La crítica de arte en el siglo XX, realizada por Cristóbal Andrés Jácome y enjundiosamente prologada por Rita Eder y tres estudiosos más. Esa recopilación contiene gran parte de lo que conforma Variaciones sobre arte, aunque a diferencia de ésta, en sus páginas guarda perfiles, sustancias de su pensamiento hasta en pequeñas notas de no más de un párrafo. Se trata de un libro inevitable, pues recoge exhaustivamente la producción de la maestra en el rubro de la crítica, su postura política y otros temas a lo largo de casi cuatro décadas.

Podría seguir escribiendo sobre muchos aspectos del quehacer de Ida, mas, para cerrar este atropellado escrito, he dejado al final decir que más allá de su intelecto agudo, la inteligencia creadora, la intuición penetrante de la ilustre maestra e investigadora, en la constitución de su gran obra, objetiva, rigurosa e íntima a la vez, tuvieron que ver su capacidad de afecto y de ser afectada por la vida y por el mundo. Esos fueron los elementos principales de la cohesión y consistencia de su producción y de la coherencia entre su pensamiento y acción. El título de mi texto alude a “unir lo desunido”, como ella fue declarando explícita e implícitamente a través de sus conjeturas, dudas, asertividades.

Ida trató de subsanar, en gran medida, la disociación profunda que social y psíquicamente hablando nos determina en esta época tan veloz, descoyuntada, ordenada por la imposición de la tecnología de “la comunicación” en todos sentidos; lapso en el cual, para desventura de todos, se ha expulsado la grandeza de la lentitud, sólo salvada en la interioridad de obras de algunos artistas como, en el terreno del cine, el magnífico Andrei Tarkovski.

En Ida Rodríguez Prampolini, maestra, pensadora, colega entrañable que a varios ex alumnos suyos nos iluminó con su entrañable amistad y afecto, encarnó la significación, tan difícil de llevar a cabo, de la frase sobrepuesta en la pared de una de tantas oficinas en las que trabajó en Veracruz: “No me importa lo que sólo me importa a mí”, cuya carga ética y social también cultivó, con creces, en la docencia libertaria que ejerció.

¡Gracias por siempre, Ida! I
 

Ida Rodríguez Prampolini, julio de 1979. Foto: Pedro Cuevas. Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

*Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 07.09.17.

Imagen de portal: Ida Rodríguez Prampolini en su cubículo en la Universidad, julio de 1979. Foto: Pedro Cuevas. Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

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[1] Ida Rodríguez Prampolini, Variaciones sobre arte, Xalapa, Gobierno del Estado de Veracruz, Comisión Estatal Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundos, 1992 (col. V Centenario, núm. 13), pp. 8-9. Las cursivas son mías.

[2] Rodríguez Prampolini, Amadises de América. La hazaña de Indias como empresa caballeresca, 2ª ed., Caracas, Consejo Nacional de la Cultura-Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”, 1977 (col. Repertorio Americano, s/n), p. 23.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] Ibid., p. 15.

[6] Ibid., p.10.

[7] Rodríguez Prampolini, La crítica de arte en el siglo XX, México, IIE, 2017, p. 247.