Un espejo dinámico y cambiante

Octavio Ortiz Gómez*
oortizgo@yahoo.com

La naturaleza no mejora con ningún medio, salvo el que crea ella misma; así, sobre el arte que, según tú, emula a la naturaleza, está el arte que ella crea […] Es un arte que enmienda a la naturaleza, la cambia, pero el arte mismo es naturaleza.

El cuento de invierno (Shakespeare)
 

Ryoanji

Jardín de piedra, templo Ryoanji, Kioto, Japón.

Cuenta la tradición que aquel que mire con detenimiento el Jardín de piedra verá su corazón. Quizá pensando en el desconcierto que puede provocar esta sentencia, se dice también que corresponde a cada visitante averiguar por sí mismo el significado que encierra tan singular jardín. “Entre más lo contemples más variada se volverá tu imaginación”, se lee en un folleto que informa y guía a los visitantes en su recorrido por el templo Ryoanji, lugar donde se encuentra la bella y enigmática obra.

El templo Ryoanji (o templo del dragón tranquilo y pacífico) se encuentra en Kioto, Japón. Fue construido originalmente a mediados del siglo XV y reconstruido en diversas ocasiones debido a los incendios que sufrió. El edificio forma parte del conjunto de monumentos históricos de la antigua Kioto que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1994. Ryoanji es obra de la escuela Myoshinji de los Rinzai, pertenecientes al budismo zen.

La ciudad de Kioto fue proyectada en el año 794 a imagen y semejanza de las capitales de la antigua China. Fue la capital imperial del Japón desde su fundación hasta mediados del siglo XIX. Obras emblemáticas de la urbe la hacen un vivo exponente del desarrollo de la arquitectura tradicional en madera –sobre todo religiosa–, así como del arte paisajístico japonés que ha influido en el diseño de jardines en todo el mundo.

El Jardín de piedra es no sólo el espacio de su tipo más relevante de Japón sino uno de los más renombrados del orbe. Constituye una manifestación suprema del arte japonés y del pensamiento zen. Como toda gran obra artística sorprende por su vigencia y totalidad; por las emociones que provoca y los saberes que encierra. Una obra así abarca perfección y verdad. En cuanto a expresión de la filosofía zen convoca a la meditación, y, en su sencillez aparente, resulta misteriosa y profunda. Sin embargo, al fin quintaesencia del arte zen, al fin obra maestra, este jardín nos dice que lo que creemos más oculto es lo más expuesto, lo más presente, pero que por lo común no nos percatamos de ello, no sólo porque es algo tan esencial sino porque nosotros mismos somos parte de esa verdad, por lo mismo humana, dinámica y cambiante.

Fotos y recuerdos del Jardín de piedra provocan la evocación del lugar y con ello brindan la oportunidad de resaltar su belleza y, de paso, tratar el tema de la identidad y, por añadidura, la cultura. Al observar las fotografías de la singular obra se avivan los recuerdos de un viaje entrañable y emocionante, aleccionador y lamentablemente distante en el tiempo.

Edificio principal templo Ryoanji

Kuri, edificio principal del templo Ryoanji.

En varios sentidos somos los caminos que hemos tomado, los senderos que hemos transitado, nuestros recuerdos, los objetos que conservamos, los espacios que habitamos, las ideas y los sentimientos que profesamos. Somos, desde luego, el cuerpo todo con el pensamos, sentimos y percibimos. La identidad social, concepto y problema fundamental en las ciencias sociales y humanísticas, lejos de ser una realidad monolítica e invariable, constituye un conjunto de atributos dinámicos y cambiantes de las personas en su interacción social. Algunos de estos atributos son particularizantes, es decir, exclusivos de cada individuo, y otros, de pertenencia social, o sea, aquellos que identifican a las personas con grupos, clases sociales y comunidades.

La identidad individual es resultado de las características físicas y psicológicas propias, del estilo de vida personal, de los recuerdos y los objetos y otras posesiones entrañables, de las relaciones afectivas íntimas. Todos tenemos una biografía incanjeable que, junto con nuestra realidad corporal, es uno de los principales elementos de nuestra identidad.

En sentido colectivo somos, entre otras cosas, los significados que compartimos, nuestro pasado en común, los bienes y sitios que nos identifican, la manera de mirar el mundo, más o menos similar, los rumbos que seguimos, los espacios que nos pertenecen porque formamos parte de una comunidad, espacios que recorremos día con día y en que nos encontramos y reconocemos (o diferenciamos) con los otros, nuestros iguales.

La manera en que nos vemos, pensamos e imaginamos a nosotros mismos precisa del reconocimiento de los demás, es decir, de la mirada y actitud que nos percibe como alguien con el que se guardan ciertas e indudables semejanzas, pero que, ante todo, es distinto.

Visto desde la perspectiva de los sujetos individuales, la identidad constituye un proceso subjetivo y frecuentemente autorreflexivo que conduce a los individuos a definir sus diferencias con otros sujetos mediante la autoasignación de un repertorio de atributos culturales relativamente estables en el tiempo. La identidad requiere ser reconocida por los demás para que exista social y públicamente (Giménez, p. 61).

Tanto el concepto de identidad como el de cultura resultan fundamentales para el estudio de lo social. No hay sujetos sin cultura y cultura sin sujetos sociales. Esta dupla constituye una de las principales vías de acceso al estudio de lo social. En la actualidad, la concepción hegemónica de la cultura la entiende como un repertorio de significados, relativamente estables en el tiempo, compartidos en mayor o menor medida por un grupo de personas en contextos socialmente estructurados. Antes que en las objetos y otras realidades materiales, las cultura se encuentra en las personas. Experiencias de vida similares provocan los significados de tipo cultural, es decir, interpretaciones típicas, recurrentes frecuentemente y compartidas en forma amplia, respecto de algún tipo de objeto o evento.

Jardín de Piedra 03. Foto: Octavio Ortiz

Jardín de piedra, templo Ryoanji, Kioto, Japón, 1995. Foto: Octavio Ortiz Gómez.


Reflejos de un jardín… de piedra

El Jardín de piedra mide sólo 30 metros de este a oeste y 10 de sur a norte. Está constituido únicamente por 15 rocas y grava blanca que forma surcos simétricos que se extienden a lo largo del terreno. El jardín se halla delimitado por paredes de baja altura, mismas que están hechas de barro cocido en aceite. Con el paso del tiempo, el aceite derramado permitió que el peculiar diseño de los muros se conformara por sí mismo. Si bien la idea de arte ha variado de una época a otra, esta obra, tan sencilla y a la vez producto de un pensamiento muy elaborado, rivaliza en expresividad y atractivo con cualquier instalación notable, con cualquier pieza maestra del arte minimalista contemporáneo. Lo sorprendente es que el Jardín de piedra fue creado por el pintor y jardinero de nombre Soami a fines del siglo XV.

La materia inerte de que se compone el jardín permite la reflexión sobre la existencia humana. Uno fija la vista en la grava blanca y pareciera que se mueve formando plácidas olas. Las rocas podrían ser momentos en la vida de cada espectador o expresiones de su estado de ánimo. Una manifestación de vida a partir de objetos inanimados, provistos por la naturaleza. Pero aquel que mira con detenimiento verá su alma reflejada, pues la disposición y el color de la grava tornan este espacio un gran espejo de enigmático, apenas perceptible movimiento.

Si aprobamos el esfuerzo de distintas posiciones de las ciencias sociales por ampliar las herramientas y perspectivas de análisis de lo social, más allá de los recursos tradicionales y, digamos, ortodoxos, no nos sorprenderá encontrar similitudes entre, por ejemplo, el arte y el pensamiento social crítico, o casos ilustrativos en los terrenos de la creación artística y las humanidades que permiten entender desde otro punto de vista la realidad cultural y la manera en que el sujeto percibe y experimenta su vida cotidiana. En el ámbito del estudio de la cultura, así han trabajado en distintas épocas y geografías investigadores destacados que recurren a documentos “no oficiales”, como les llama Huizinga. A fin de rescatar el espíritu popular del medievo (“el tono de la vida” en esa época), el historiador holandés hizo uso de fuentes como la crónica, el arte y las canciones populares (“para comprender con justeza aquellos tiempos”). Geertz, en Conocimiento local, valora la introducción en las disciplinas sociales de las últimas dos décadas del siglo XX de concepciones de filósofos (Heidegger, Wittgenstein, Gadamer o Ricoeur) y de críticos (Burke, Jameson, etcétera). Por su parte, Michel Maffesoli subraya la importancia de acudir a la literatura para ampliar los marcos de visión de los análisis sociales. En relación con El tiempo de las tribus, Maffesoli aclara que, “junto con las obras sociológicas, filosóficas o antropológicas, se cita con igual derecho la novela, la poesía o la anécdota cotidiana”. Con ello trata de comprender, “en el sentido más fuerte del término, [la] multiplicidad de situaciones, de experiencias, de acciones lógicas y no-lógicas que constituyen la socialidad” (p. 30).

Estanque templo Ryoanji

Estanque Kyoyochi, templo Ryoanji.

El orden simbólico no está separado del medio natural. Al pensar en esto de manera ineludiblemente viene a la mente el Jardín de piedra del arte zen. Pero hay otros ejemplos. No abundan, sin embargo, en los productos del pensamiento científico social occidental. Algo que sí sucede en el ámbito de la creación artística. En lo que respecta a otras tradiciones de pensamiento, ajenas a la lógica utilitarista, pueden encontrarse múltiples casos y alusiones al vínculo ineludible entre el ser social y su mundo natural. Al pensar en las similitudes entre la riqueza cultural y la biodiversidad de la tierra, podemos  concluir que la riqueza de la cultura radica justamente en su diversidad, una característica que la asemeja a la ecología.

Fernández Christlieb (2004) resalta que las palabras, en última instancia, son imágenes, y éstas, a su vez, metáforas que ayudan a pensar y entender el devenir social en forma más amplia. Él también subraya en qué medida la cultura está hecha de imágenes y metáforas. Aun aceptando este planteamiento, no dejan de asombrar los casos en que se encuentran afortunadas coincidencias entre imágenes-metáfora provenientes de diferentes ámbitos, digamos, el artístico y el intelectual. Pensemos en el Jardín de piedra y en la idea (metáfora) del espejo para comprender la identidad individual.

Como dice Bourdieu: “el mundo social es también representación y voluntad, y existir socialmente también quiere decir ser percibido, y por cierto ser percibido como distinto” […]. En términos interaccionistas diríamos que nuestra identidad es una “identidad de espejo” […], es decir, que ella resulta de cómo nos vemos y cómo nos ven los demás. Este proceso no es estático sino dinámico y cambiante (Giménez, p. 66).

Los miembros de las comunidades que se forman a partir de gustos y preocupaciones, recuerdos e imágenes comunes pueden estar muy separados geográficamente uno del otro y no por ello dejar de ser o sentirse parte de ese grupo o esos grupos que les permiten autoidentificarse sobre la base de la toma de conciencia de sus diferencias con otros individuos y otros grupos. En esta trama de relaciones sociales, de interjuegos y reacomodos entre los grupos, se confirma el carácter pluridimensional de la identidad individual y la existencia de una multiplicidad de identidades colectivas.
 

Lavabo de piedra, Ryoanji

Tsukubai, lavabo de piedra, templo Ryoanji.

Entre otros elementos de interés del templo Rionaji, en Kioto, se encuentra un lavado al aire libre correspondiente al cuarto del té. Es un lavabo de piedra de forma circular y boca cuadrada llamado tsukubai. Esta pieza fue un regalo de Mitsukuni Tokugawa (1628-1700), un señor feudal e importante compilador de la gran historia del Japón conocida como Dai-nippon-shi. Alrededor del cuadrado del tsukubai esta inscrita la frase “Yo aprendo sólo a estar contento”. Aquel que dedica su vida a aprender solamente a estar contento, en el sentido de la enseñanza zen, es espiritualmente rico.


Corolario

“La naturaleza produce la cultura que, a su vez, transforma a la naturaleza”, escribe Eagleton (p. 14). Incluso la obra de arte más sofisticada posee raíces profundas en el medio natural, ya sea por el origen de los materiales que la constituyen o las manos e intenciones humanas que la hacen surgir. El planteamiento del especialista inglés viene muy a cuento al recordar el Jardín de piedra (metáfora extraordinaria) y meditar sobre sus significados hondos y misteriosos, mismos que pueden relacionarse con la experiencia única (intransferible) pero cambiante de la identidad individual.

Jardín de piedra, Ryoanji. Foto: Octavio Ortiz

Jardín de piedra, templo Ryoanji, Kioto, Japón, 1995. Foto: Octavio Ortiz Gómez.

 

Obras citadas

–Eagleton, Terry, 2001. La idea de cultura, Barcelona, Paidós.

–Fernández Christlieb, Pablo, 2004. El espíritu de la calle. Psicología política de la cultura cotidiana, Barcelona, Anthropos/Universidad de Querétaro.

–Giménez, Gilberto, 2007. Estudios sobre la cultura y las identidades sociales, CONACULTA/ITESO, México.

–Maffesoli, Michel, 1990. El tiempo de las tribus, Barcelona, Icaria.

 

*Candidato a doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Redactor de la revista electrónica Imágenes.

 

Inserción en Imágenes: 10.01.13.

Imagen de portal: Jardín de piedra, templo Ryoanji, Kioto, Japón.

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