Reflexiones sobre mitología prehispánica

José Rubén Romero Galván*
jgalvan@unam.mx

Alfredo López Austin: El conejo en la cara de la Luna. Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana, 2ª ed., México, INAH/CONACULTA/Ediciones Era, 2012.

Códice Vaticano. Imagen tomada de Ferdinand Anders, Maarten Jansen, Luis Reyes García, Manual del adivino. Libro explicativo del llamado Códice Vaticano B, Codex Vaticanus 3773, Biblioteca Apostólica Vaticana, México, Madrid, Graz, Fondo de Cultura Económica/Sociedad Estatal Quinto Centenario/Akademische Druck-und Verlagsanstalt, 1993.
 

I

Nuestra realidad es paradójica. Los hechos humanos encierran siempre ambivalencias que se manifiestan en niveles distintos y en medidas diversas. Podemos percibir que detrás de alcances cuyas bondades están fuera de toda duda, hay ciertos rasgos que bien mirados menguan la bondad que en un primer momento percibimos en ellos. Es incuestionable que la confianza en la razón de la que hablaba Kant en su Introducción a la historia ha dado frutos cuyo valor es inmenso. Quién se atrevería a dudar de ellos. Quién dudaría de que el ser humano, usando de sus capacidades intelectuales, ha alcanzado niveles sorprendentes de conocimiento. Basta acercarse a los descubrimientos que nos muestran las facetas desconocidas y los ejemplos de belleza extraordinaria inmersos en nuestro universo. Resultan suficientes como muestras los espectáculos inusitados y bellos que ofrecen nebulosas que se encuentran a incontables e inimaginables años luz.

Y sin embrago existe la otra cara de la moneda. El ser humano, en aras de acceder a mayores avances en la ciencia, en su búsqueda continua de un conocimiento que se quiere objetivo y en la cuidadosa indagación en torno de saberes que se suponen  absolutamente positivos, ha perdido la compañía de presencias que durante milenios estuvieron a su lado en su tránsito por esta Tierra. Nuestra realidad, llena de soberbia, inmersa en un universo tecnificado y globalizado, ha erigido nuevos dioses que, a diferencia de aquellos de los tiempos de nuestros ancestros, permanecen mudos porque carecen de toda sensibilidad, porque están imposibilitados de abrigar cualquier sentimiento. El ser humano transita por este mundo sumido en una profunda soledad ontológica. Pasa por esta vida negando toda trascendencia, haciendo de este tránsito un círculo que fatalmente se cierra en sí mismo.

Sorprendidos, nos damos cuenta de que esta soledad no sólo concierne a la ausencia de seres intangibles, sino, y esto es lo más trágico, implica el aislamiento del individuo en medio de las multitudes. Es un hecho que en los países desarrollados, donde este fenómeno se presenta con mayor evidencia, la familia, el núcleo en el que el ser humano encuentra la compañía primaria de su existencia, se ha roto. Jóvenes y ancianos, sobre todo, viven en un aislamiento pasmoso, en una fría soledad que sorprende.
 

Imagen tomada de fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme, fotos de Rafael Doniz, Madrid, Banco Santander, 1990.
 

II

Alfredo López Austin nos entrega la segunda edición de un libro cuyo contenido es una lección que muestra formas de concebir el mundo en las que el hombre preserva elementos ancestrales de riqueza extraordinaria, cosmovisiones en las que están presentes realidades que el hombre del siglo XXI se empeña en negar. En ese sentido, la obra de mi maestro es en verdad un aliciente. Se trata de El conejo en la cara de la Luna. Publicada originalmente en 1994, reeditada en mayo de 2012 y reimpresa en julio, dos meses después de la aparición de su segunda edición, la obra está compuesta de dieciocho ensayos que se dieron a conocer en la revista México indígena a partir de septiembre de 1990 y continuaron publicándose, aun cuando dicha revista cambió su nombre original al de Ojarasca, hasta abril de 1992.

Los dieciocho ensayos reunidos en el libro son fruto de las indagaciones cuidadosas que Alfredo López Austin ha realizado en el campo de la mitología. Dichas pesquisas dieron otros frutos muy importantes, como los trabajos, de contenido muy complejo, dirigidos a especialistas, entre los que destacan el libro magistral Los mitos del Tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana, publicado en 1990, y el no menos importante Tlalocan Tamoanchan, que apareció en 1994. La trascendencia de ambas obras es indudable y andando el tiempo se han convertido en clásicos de los estudios mesoamericanos.
 

Tlaloc

Tlaloc. Imagen tomada de Alfredo López Austin, El conejo en la cara de la Luna. Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana, México, CONACULTA/INI, 1994.

Los ensayos que componen El conejo en la cara de la Luna tienen un carácter independiente; la manera como el autor se acercó a las historias que narra resulta distinta en cada caso, de tal suerte que cada ensayo, además de las peculiaridades del tema que aborda, posee sus propias características, su propio ritmo. De esta suerte, el conjunto constituye un universo cuya variedad invita continuamente al lector a adentrarse en él y a sumergirse en el placer de su lectura. Este carácter variado permite que la curiosidad del visitante lo lleve por caminos muy distintos: puede ceñirse al orden que el autor dio a sus textos o puede crear nuevos derroteros. Cualquier lector puede estar seguro de que siempre terminará por introducirse con deleite y a fondo en las historias que allí se narran.

El mundo que nos presenta Alfredo López Austin es el de las historias sagradas, el de los mitos, cuyos senderos fueron recorridos, y siguen siendo recorridos en la actualidad, por seres humanos como nosotros. Tales caminos son aquellos en los que el mortal se ha encontrado con dioses y con seres de otros tiempos, los cuales forjaron el mundo en el que hemos vivido. Es el caso, precisamente, de una bellísima relación, que fray Bernardino de Sahagún incluye en el libro VII de su Historia general de las cosas de Nueva España: el texto da cuenta de cómo fueron creados el Sol y la Luna en Teotihuacan. Alfredo López Austin traslada para el lector  esta historia a las palabras de nuestro tiempo y narra ese episodio de la creación, en el que los dioses se sacrificaron para que existieran el Sol y la Luna. Es esta historia la que incluye el episodio del conejo en la cara de la Luna que da título al libro. Narra López Austin:

Todo el cielo estaba enrojecido por el alba; pero los dioses no sabían por donde surgiría el astro. Algunos, entre ellos el dios del viento (Quetzalcóatl), acertaron al decir que el Sol nacería por el oriente. Salió Nanahuatzin con todo su fulgor, convertido en Sol, y después salió Tecuciztécatl como la Luna, también por oriente y con la misma intensidad… No era conveniente que hubiera en el cielo dos astros que alumbraran con igual fuerza. Por ello acordaron que el brillo de la Luna fuera disminuido, y uno de los dioses fue corriendo a golpear con un conejo la cara de Tecuciztécatl. Desde entonces su luz quedó ofuscada y la cara del astro conservó la mancha oscura del golpe del cuerpo del conejo (p. 23).
 

Dios solar

Dios solar. Imagen tomada de Alfredo López Austin, El conejo en la cara de la Luna. Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana, México, CONACULTA/INI, 1994.

Muchos de estos seres han sido compañía de los mortales en la vida cotidiana, pues los han encontrado en su casa, en el campo de labor, en las rutas que surcan la superficie de la Tierra. Constituyen seres con voluntad propia, que se hallan sujetos a variadas pasiones y, por tanto, tienen capacidades para el bien o para el mal. En algunos casos su cercanía puede convertirse en un verdadero riesgo, una decisión o una aventura que el ser humano debe asumir. Como ejemplo, transcribimos lo que López Austin consigna respecto del origen del rebuznado del burro:

los mixes dicen que cuando Cristo nació solamente el gallo estaba despierto y que el ave anunció el nacimiento cantando con voz fuerte “¡Jesucristo nació-o-o-o!”. En cambio el burro, que se había quedado dormido, sólo pudo lanzar un quejido: “¡Ay-y-y-y-y!”; desde entonces, como castigo a su pereza, este grito es su voz característica. Fue el animal que falló al nombrar a Cristo (p. 30).

El lector que se adentra por estos caminos encontrará a su paso narraciones que fueron recogidas por misioneros deseosos de conocer mejor la realidad de los indígenas a fin de realizar con éxito sus tareas evangelizadoras. Conocerá también otras que fueron registradas por antropólogos de nuestro tiempo que buscaban comprender y explicar para sus coetáneos el mundo indígena. Unas poseen un sabor prístino y en ello estriba su belleza; otras en cambio la fincan en un profundo gusto mestizado, surgido de los complejos procesos de sincretismo de dos mundos tan diversos como lo han sido el indígena y el europeo. En uno y otro caso, el lector entra en contacto con una realidad que implica por fuerza una benéfica trascendencia: hombres y mujeres cuyo universo estaba formado tanto por un sinfín de elementos materiales como por la inmensa riqueza de lo narrado en las historias sagradas, esa parte importante de aquella otra región de la realidad que es lo ideal. Asimismo, para los habitantes de estas tierras, el mundo no terminaba en sí mismo, pues se prolongaba más allá de la muerte, más allá de una materialidad que aún es posible admirar en el mundo que nos rodea.
 

Codex Magliabechiane

Codex Magliabechiane CL XIII.3 (B.R.232), Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze, Graz, Akademische Druck-und Verlagsantalt, Viena, 1970.

Alfredo López Austin da al lector elementos muy valiosos para aquilatar los mitos que conoce y con él comparte. Ello significa que quien se acerca a El conejo en la cara de la Luna, lejos de estar solo, cuenta con la ayuda de un cicerón sabio que multiplica los caminos de las narraciones que allí están contenidas. El autor acerca esas historias a la realidad contemporánea, las hace inteligibles a través de la exposición de conceptos e ideas, fruto de sus afanes de conocimiento: el lector se aproxima a las narraciones, penetra en ellas provisto de instrumentos, va más allá de una sencilla o roma admiración fincada en percepciones de lo folklórico. Alfredo López Austin dirige al lector por caminos que penetran en los orígenes de los mitos cuando dice: “Es difícil dar certificado de nacimiento a un mito. Sus partes derivan, como las de los grandes ríos, de infinitas y distantes corrientes en confluencia. A partir de su consolidación, en cambio, el mito tiene flujos mas precisos, sobre todo cuando en puntos culminantes de su existencia cristalizan en textos escritos” (p. 10-11).

Mediante esta sabia conducción, quien inicia la lectura toma conciencia de que las historias que encontrará en el libro no son invención de alguien en particular, tal vez,  en el mejor de los casos, de un personaje o escritor dotado de grandes capacidades imaginativas. No son historias construidas con el solo afán de satisfacer a ciertos oyentes. Alfredo López Austin nos revela con ello que el mito es una creación inmensamente compleja cuya autoría corresponde a una multitud de comunidades de seres como nosotros, seres que a través de un tiempo inimaginable, imprecisamente largo, han trasmitido tales historias, siempre enriqueciéndolas, recreándolas. Viajan a lo largo del tiempo y del universo hasta el momento en que alguien las ha fijado sobre un soporte material usando los signos maravillosos de una escritura específica. El autor resume así este sorprendente devenir: “¡Prodigiosa historia la de los mitos! Se mide por milenios, porque la mitología es una de las grandes creaciones de los hombres. El mito, oral por esencia, está presente cuando las culturas dominan los primeros sistemas de escritura y se cristaliza en la médula de los libros sagrados. Vivo, activo, refleja en sus aventuras divinas las más hondas preocupaciones, los más íntimos secretos, las glorias y los oprobios.” (p. 16).
 

Tlaloc. Codex Magliabechiane

Tlaloc. Codex Magliabechiane CL XIII.3 (B.R.232), Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze, Graz, Akademische Druck-und Verlagsantalt, Viena, 1970.

La naturaleza de los mitos, su textura, sus colores, son prueba incuestionable de su antigüedad. El hombre moderno, sobre todo el que habita en las grandes urbes, tributario de los alcances del Internet y de cuantos logros tecnológicos haya, puede muy bien pensar que se trata de piezas discursivas cuyo contenido es sólo un testimonio de lo que los hombres de otros tiempos, preindustriales, precapitalistas, inmersos en una “pobre” realidad preglobalizada (en la que la ausencia de las “maravillas tecnológicas” era una evidencia), pensaban del cosmos, de la naturaleza que los rodeaba, de ellos mismos.

A este respecto, Alfredo López Austin dice. “Hoy pensamos en la mitología como en una de las grandes conquistas del hombre, pero como una conquista que ha quedado atrás. Reconocemos la belleza literaria de los mitos, su influencia en las más diversas manifestaciones artísticas, su potencia hermenéutica en el estudio de las sociedades ajenas, su profundidad psicológica y el papel que tuvieron en los procesos ideológicos del pasado. Sin embargo, los juzgamos anacrónicos” (p. 16).

Alfredo López Austin nos muestra cuán fuerte es la vigente presencia de estas narraciones, que se entretejen en la urdimbre de la cotidianidad de muchas comunidades que comparten con nosotros este planeta cuyo precario equilibrio nos empeñamos en destruir: “Se nos olvida, por una falsa universalización de nuestra visión científica, que el mito conserva aún sus funciones propias en la vida de un buen número de habitantes de nuestro planeta.” Por esta vigencia es necesario que los mitos salgan de los escritorios de los especialistas y sean difundidos: “Con tal actualidad, la mitología bien puede ser un tema de general interés. Los reductos de los especialistas –ya desde la ciencia, la filosofía, la exégesis teológica, la literatura o el arte– son demasiado estrechos. Los estudios sobre la mitología deben ser suficientemente divulgados” (p. 17).
 

Códice

Códice Vaticano. Imagen tomada de Ferdinand Anders, Maarten Jansen, Luis Reyes García, Manual del adivino. Libro explicativo del llamado Códice Vaticano B, Codex Vaticanus 3773, Biblioteca Apostólica Vaticana, México, Madrid, Graz, Fondo de Cultura Económica/Sociedad Estatal Quinto Centenario/Akademische Druck-und Verlagsanstalt, 1993.
 

III

El conejo en la cara de la Luna es una obra que muestra a quien la lee la extraordinaria belleza de las historias con las que el hombre se ha explicado a sí mismo y ha pensado al mundo en que vive. Más allá de ello, los ensayos de Alfredo López Austin nos interpelan. Al colocarnos frente a frente con la realidad de las historias sagradas que acompañaron y aún acompañan a hombres contemporáneos nuestros, el libro nos invita a salir de las pretensiones de verdad científica a la que erigimos como valor incuestionable, y que hemos convertido en la sucesora de la diosa razón de los ilustrados. Nos impele a conceder validez a otras formas de concebir el universo, más humanas, más profundas.

Cabe cuestionarnos sobre cuáles son las historias con las que el mundo de hoy, globalizado, tecnificado, en el que el trabajo de todos los días, tantas veces referido en los antiguos relatos, ha dejado de ser un valor, porque ahora es el capital producto de vergonzosas especulaciones financieras el que ocupa su lugar; cabe preguntarnos, decía, sobre cuáles son las narraciones que nos explican este mundo, cuáles son nuestras historias sagradas. Parecería que el hombre de las urbes, ante todo en los países desarrollados, ha perdido toda noción de la existencia “de la parte ideal de lo real”, como la llamara Maurice Godelier.
 

Manual del adivino

Códice Vaticano. Imagen tomada de Ferdinand Anders, Maarten Jansen, Luis Reyes García, Manual del adivino. Libro explicativo del llamado Códice Vaticano B, Codex Vaticanus 3773, Biblioteca Apostólica Vaticana, México, Madrid, Graz, Fondo de Cultura Económica/Sociedad Estatal Quinto Centenario/Akademische Druck-und Verlagsanstalt, 1993.

Queda la esperanza de que el hombre en un futuro reencuentre los vínculos que siempre cultivó con lo trascendente, que recobre la compañía profundamente ontológica de seres intangibles que eventualmente se materializan y que durante siglos le brindaron cobijo. Queda la esperanza de que el hombre recobre la conciencia de que en su ser ha perdurado, a pesar de todo, un destello de eternidad.

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 13.02.13.

Imagen de portal: Tomada de Juan José Batalla Rosado, El Códice Borgia: una guía para un viaje alucinante por el inframundo, Madrid, Biblioteca Apostólica Vaticana, 2008.

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