Francisco de la Maza (1913-1972): cien años de su nacimiento

Jorge Alberto Manrique*
manrique@unam.mx
 

De la Maza y Manrique en Capri

Francisco de la Maza y Jorge Alberto Manrique en Capri, 1964. Foto: Archivo Jorge Alberto Manrique.

I

Conocí a don Francisco de la Maza en 1954. Antes de él, conocí a dos hermanas: Felicidad y Teresa Gutiérrez. Esta última era investigadora joven del Instituto de Geografía de la Universidad. Yo comenzaba a estudiar Derecho y en aquel entonces había unas plazas destinadas a los estudiantes, los cuales podrían estudiar y trabajar al mismo tiempo, siempre con cierta comodidad en sus horarios.

Mi tarea consistía en dibujar mapas. En nuestras charlas en el Instituto se dieron cuenta de que me interesaban el arte y la historia. Ambas mujeres asistían a las excursiones que se organizaban en el curso de Arte Colonial de Francisco de la Maza en la Facultad de Filosofía y Letras. A Fela –como le decíamos– le vino la idea de estudiar Historia del Arte: era amiga de Luz Gorráez, secretaria del Instituto de Investigaciones Estéticas. Fela me consiguió una cita con don Francisco.

A Lucha Gorráez la conocí más tarde: era una mujer brillante y encantadora, factótum del Instituto: asistía a las excursiones y para colmo era aficionada a los toros (Paco Gorráez, el matador, era su hermano).
 

El maestro de la Maza

Francisco de la Maza en una de sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras, Ciudad Universitaria, c. 1965. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Yo había ya leído tres o cuatro libros y artículos de Manuel Toussaint pero nada de De la Maza, aunque sí asistía a sus conferencias siempre brillantes y comentarios ilustrados mediante diapositivas. En aquella entrevista, que se llevó a cabo por la mañana, en su cubículo, hablamos largo y tendido. Me dijo: “Una de las cosas que se hacen bien en México es dedicarse al arte.” Tal vez no es verdad pero a mí me convenció. Me inscribí entonces en la Facultad y al iniciarse el año escolar acudí a su clase (no había entonces semestres). También, por sugerencia del maestro, acudí simultáneamente a la Escuela de Antropología, donde De la Maza también impartía un curso.

Francisco de la Maza y de la Cuadra nació en 1913 en Real de Minas Catorce, San Luis Potosí. Estudió en un Seminario en Puebla –de ahí su afición por la cultura clásica y el latín–. Vino a la Ciudad de México supuestamente para estudiar Derecho pero pronto se encontró con Manuel Toussaint y se fue a la Facultad de Filosofía y Letras que en aquella época estaba en la Casa de los Mascarones, en San Cosme. En 1939 se publicó su primer libro: San Miguel Allende e ingresó al Instituto de Investigaciones Estéticas en 1941. Su tesis de maestría fue Enrico Martínez, impresor y esto ya indica que sus intereses eran variados. Sobre todo trabajó sobre Sor Juana, su amor.

II

Anteriormente, Toussaint propuso una cátedra de Arte Colonial y él mismo la impartía. Pasó el tiempo (él mismo fundó el Instituto de Estéticas) y, ya viejo y con mala salud, se retiró. Solamente dirigía el Instituto. De la Maza ocupó su lugar en la cátedra.

Cuando yo mismo ocupé la dirección del Instituto, Lucha Gorráez, revisando el archivo, descubrió una carta escrita por De la Maza, dirigida al director de la Facultad, Samuel Ramos. Se proponía renunciar a la cátedra porque sólo asistían tres alumnos: uno era baldado, otro tenía largas ausencias y el tercero era ciego (no obstante que la cátedra se ilustraba mediante transparencias o diapositivas). No encontramos respuesta en el archivo. El hecho es que De la Maza no renunció y muy pronto su clase fue un rotundo éxito: el salón, los pasillos aledaños y las escaleras se llenaban con los alumnos inscritos, los oyentes y “los adulterios” –como él los llamaba– porque también asistían juntos los novios y novias.

Toussaint organizaba excursiones para estudiar in situ el arte colonial y con De la Maza esta práctica creció, se instituyó como parte del curso. En general, se realizaba los domingos, todo el día; a veces la excursión duraba tres o cuatro días; finalmente, se organizó una excursión a Perú.
 

De la Maza y Flores Guerrero

Francisco de la Maza y Raúl Flores Guerrero sobre las bóvedas de la iglesia de Tepeaca, Puebla. Foto: Elisa Vargaslugo, c. 1950-1951. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

 

De la Maza maestro y guía

El maestro De la Maza en una excursión. Foto: Ricardo Salazar. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

La práctica de las excursiones resultó valiosísima: uno aprendía mucho. Los libros ilustrados o las diapositivas mostradas en clase valían la mitad de lo que se podía ver y descubrir con los ojos, además de la palabra sabia, su voz y las observaciones y preguntas que le hacíamos al maestro. Estoy seguro de que a los que vivieron esa experiencia les dejó una huella insustituible. Algunos se dedicaron a la Historia del Arte pero muchos pudieron ser historiadores, arquitectos, antropólogos, literatos, artistas, e incluso, otras, sólidas amas de casa… porque aprendieron a conocerse mejor.

III

No alto, delgado, rasgos firmes, siempre bigote, la voz de barítono, más gruesa que el cigarro oscuro, mexicano, que fumaba: marca Elegantes. Bien vestido en la Facultad, en conferencias, en las reuniones; en casa un tiempo usó la toga, con un alfiler o seguro en el pecho –decía que la toga no le servía para nada–. Afable, simpático, “amigo de sus amigos, enemigo de enemigos” (Jorge Manrique). Por su carácter y sabiduría cultivó muchas relaciones. Todos le llamaban Paco de la Maza. Un caso especial fueron sus relaciones maestro-discípulo; si encontraba cualidades buenas, los apoyaba y se ocupaba de ellos, incluso aceptaba que le dijeran “Paco” (y no lo tuteaban sino años después), y algunos se hicieron amigos. A veces invitaba a su casa a los amigos y colegas y también invitaba a algunos discípulos de la Facultad para que conocieran a sus colegas.

Tenía la manía de cambiar de casa y siempre eran apartamentos. Yo no conocí su casa de la calle de Rosales, entre El Caballito y la plaza de San Fernando (colonia Guerrero); sí conocí sus dos casas de Tacubaya; después se fue a la calle de Porfirio Díaz, en la colonia Del Valle; posteriormente se alojó en Isabel la Católica, cerca de la calle de Tacuba, y de nuevo a la ahora calle de Toussaint en Los Reyes, Coyoacán; y se fue otra vez a Porfirio Díaz. Un tiempo no aguantaba el ruido, ponía “oscuros” de madera y vidrios dobles y aparatos para reducirlo.

Las casas que conocí eran modestas pero muy cuidadas. No tenía propiamente biblioteca. Tenía un librero no demasiado grande donde estaban los libros que utilizaba en lo que estaba trabajando y también estaban allí los libros valiosos. Usaba las bibliotecas: generalmente tenía préstamos para su casa. Cuando se fue a Isabel la Católica el tesoro de la Biblioteca Nacional le quedaba a cuatro cuadras. Más tarde ponía unos paquetes en la entrada de su apartamento: si alguien llegaba de visita podía llevarse el paquete de libros. Algunos libros míos que requería, me los devolvía empastados. Siempre, en su casa, había un dibujo grande con su retrato que le hizo Juan Antonio Gaya Nuño; estaban también los cuadros y dibujos de Manuel González Galván, grabados antiguos y algunas obras selectas. Vivió solo, salvo los años que estuvo su sobrino, Luis Reyes de la Maza, antes de que se casara, y la gente de servicio.
 

De la Maza por Gaya

Gaya Nuño, Francisco de la Maza, tinta/papel, 1955. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Fue un gran defensor del patrimonio en México. Tuvo polémicas fuertes y logró salvar muchas obras. Escribía muy bien: su pluma era ágil y eso ayudaba. Por su prestigio académico podía escribir para los periódicos. Esta tarea fue inmensa y, por tanto, sus discípulos y sus nietos discípulos aprendieron de él.

Pudo viajar a Europa en 1939 –en compañía de Rafael Solana, amigo, autor de teatro y crítico–. Visitaron Italia. Roma fue el amor de Paco. En París le cogió la guerra. Recordaba que una mañana temprano daban gritos en la puerta: “guerre, guerre” y fue un susto terrible. Pudieron salir vía Lisboa. También viajó por América y a los Estados Unidos. Tuvo una beca de la UNESCO en 1956 y ya era un personaje; en España visitó a don Diego Angulo Íñiguez en el Instituto Diego Velázquez, en Madrid; a don Enrique Marco Dorta, en Sevilla, y en Granada a René Taylor y a otros historiadores del arte. De ahí resultó el importantísimo libro Cartas barrocas desde Castilla y Andalucía, publicado en 1963. Luego, en 1964 fue a Alemania con el apoyo del gobierno de ese país, y viajó a varios países, especialmente a Roma cuando preparaba el Antinoo.

IV

Su obra es inmensa. A partir de San Miguel Allende publicó más de treinta libros, además de muchos artículos, varios de ellos en los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas (cada año) y en diversas revistas académicas; además en periódicos y ya me referí a sus polémicas en defensa de monumentos.
 

De la Maza en una explicación in situ

El maestro Francisco de la Maza dictando cátedra. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Fue especialista en arte colonial pero él tocó muchos temas. Sólo pongo algunos ejemplos: El Guadalupanismo mexicano, que fue su tesis de doctorado; El Palacio de la Inquisición, en el cuarto centenario de la Universidad; Los retablos dorados de Nueva España, donde aprendieron muchos; Cholula y sus iglesias; después vinieron el pintor flamenco Martín Vos en México; Monografía de Cristóbal de Villalpando; sobre su tierra, San Luis Potosí. Destaca el libro Mitología clásica en el arte colonial. El último librito fue La ruta de Sor Juana, que no pudo verlo impreso por su muerte, el 7 de febrero de 1972.

Su interés por la cultura clásica se concentra en Antinoo, que no se refiere al arte virreinal. La belleza del amado del emperador Adriano se refleja en la biografía de Francisco de la Maza. Estudió el personaje, su hermosura, su trágico fin, el culto de él que Adriano prohijó y la secuencia de sus numerosas efigies. Se carteó con Marguerite Yourcenar, la autora de las Memorias de Adriano, y mantenía correspondencia con otros historiadores. Cuando yo vivía en Roma me consultaba en las bibliotecas, especialmente en el Palacio de Venecia; cuando llegó a Roma visitamos juntos las imágenes del héroe y también en Ostia y Nápoles. Salió en 1966 el libro Antinoo, el último dios del mundo clásico.

V

Sus amigos y discípulos son y fueron multitud: su mayor discípulo fue el malogrado Raúl Flores Guerrero; luego Elisa Vargaslugo, Manuel González Galván, Carlos Flores Marini, Lupe Salcedo… amigos en España, Antonio Bonet, el marqués de Lozoya; de Guatemala, Luis y Jorge Luján; en Zacatecas, Federico Sescosse; en México, Carlos Pellicer, Salvador Novo… y más y más.

Sus méritos fueron reconocidos en varias instituciones: Académico de Número en la Academia de Artes, y también de número en la de Historia; corresponsal de San Fernando en Madrid. Presidente de la Sociedad Defensora del Tesoro Artístico, etcétera.
 

Don Paco de la Maza

Francisco de la Maza vestido de doctor en casa de Edmundo O'Gorman, 1967. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Recordamos a don Francisco en el centenario de su nacimiento: ilustre potosino, mexicano por su amor a la Ciudad. Su obra tiene un lugar importante en su disciplina y en la Historia del Arte. En la oración fúnebre, en el Panteón Jardín, apelé a tres cualidades: Francisco Batallador, Francisco el Sabio, Francisco el Maestro.

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 06.08.13

Imagen de portal: Don Francisco de la Maza en casa del doctor Edmundo O'Gorman, c. 1967. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

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