Don Edmundo O’Gorman

Josefina Zoraida Vázquez*
jvazquez@colmex.mx
 

La invención

Edmundo O’Gorman: La invención de América, México, FCE/SEP (Lecturas Mexicanas, núm. 63), 1984.

Renovador y revolucionario, don Edmundo O’Gorman representa un hito en la historiografía mexicana del siglo XX. Como profesor y como pensador transformó las maneras de hacer historia y de enseñarla.

Nació en Coyoacán en 1906, en el seno de una familia refinada que familiarizó a sus hijos con las letras y las artes y les proveyó de educación esmerada. No es extraño que ese ambiente familiar haya producido dos grandes representantes de la cultura mexicana, Edmundo y Juan. Aunque era lector ávido de literatura, filosofía e historia, don Edmundo decidió estudiar Derecho por considerar que era la profesión más cercana a las humanidades. Así, después de estudiar con excelentes profesores en la Escuela Libre de Derecho, terminó la primera fase de su formación intelectual obteniendo el título de abogado en 1928.

Durante una década se convirtió en exitoso litigante, pero llamado por su verdadera vocación colgó la toga y, sacrificando ingresos, aceptó el cargo de subdirector e historiador del Archivo General de la Nación, al mismo tiempo que daba clases, traducía obras clásicas y hacía formalmente la carrera de Historia en la  Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. Después de obtener su maestría y doctorado en Historia en 1952, pasó a ocupar el puesto de profesor de tiempo completo en la Universidad, institución a la que dedicó el resto de su vida.

Antes de abandonar el derecho, ya había publicado el esbozo de lo que sería su Breve historia de las divisiones territoriales que, por su utilidad, se sigue reeditando. Dueño de una sólida cultura y de un gran conocimiento del pensamiento de su tiempo, la lectura de Ortega y Gasset lo había inclinando al historicismo, tendencia que se iba a fortalecer con la llegada a México de don José Gaos, en cuyos seminarios en la Facultad de Filosofía emprendió el estudio sistemático de Hegel, Wilheim Dilthey y Martín Heidegger. Las obras de estos autores se convirtieron en instrumentos que le permitieron afinar su visión de la historia.

No fue fácil su incorporación a la historiografía mexicana, enferma todavía de maniqueísmo y de culto al documento inédito. Es más: los historiadores “científicos” se sintieron amenazados por las impertinentes preguntas que les planteaba don Edmundo acerca del sentido de la historia, el oficio del historiador y la naturaleza del conocimiento histórico. De todas formas, en la Facultad, todavía en el edificio de Mascarones, su cátedra y seminario no tardaron en reunir a buenos estudiantes e intelectuales atraídos por la erudición y elegante exposición del maestro. Más tarde, ya en la Ciudad Universitaria, su seminario se convirtió en un verdadero taller de consolidación de historiadores, en donde el análisis riguroso y erudito de textos les aseguraba una sólida formación académica.
 

La invención de América

Edmundo O’Gorman: La invención de América, México, FCE/SEP (Lecturas Mexicanas, núm. 63), 1984.

La huella que dejó, nos permite hablar de un antes y un después de O'Gorman en la historiografía mexicana. Sus reflexiones filosóficas lo llevaron a develar verdades disimuladas, a combatir el positivismo y la supuesta "objetividad" histórica. Su empeño por trascender la superficie de los hechos, explicar sus contradicciones y sacar a flote los hilos profundos que habían regido los acontecimientos, contribuyó a curar a la historiografía mexicana de muchos de sus males. A menudo lo oímos repetir que la misión del historiador era “dar explicaciones por los muertos, no en regañarlos, entre otras poderosas razones porque no puede imaginarse empeño más vano”, ya que el pasado no se puede cambiar.

Erudición, imaginación, buena pluma fueron ingredientes para una obra original que en conjunto, según Antonio Saborit, es una de las más estimulantes y libres aventuras del conocimiento. A su vez, Álvaro Matute considera a Crisis y porvenir de la ciencia histórica, obra publicada en 1947, como “uno de los libros más originales hechos en México y quizá de lengua española”. A mí no me cabe duda de que La invención de América, de 1957, y México: el trauma de su historia, de 1974, son obras señeras de nuestra historiografía. El trauma muestra su dolor profundo por México y su trayectoria nacional. La caracterización que había hecho en La invención de América, al buscar en ella la escisión en dos mundos antitéticos, el sajón y el hispánico, con una Angloamérica empeñada en “reformar el ambiente natural en beneficio del hombre”, y la segunda, la América española, convencida de que el intento de transformarlo era un acto de soberbia; esa diferente concepción de la relación del hombre con la naturaleza iba a producir dos formas de proyectarse como naciones que explican, por un lado, gran parte de la cadena de fracasos de México para lograr modernizarse y, por el otro, la clave para delinear el camino a la superación. Creo que Federico Reyes Heroles acertó al considerar que la tesis dolorosa del libro está vigente todavía pues seguimos sin enfrentar nuestro pasado para “fomentar un cambio de mentalidad de la sociedad mexicana y enfocarla hacia lo moderno”. O´Gorman fulminaba la retórica nacionalista que impedía terminar con la tensión monstruosa entre pasado y futuro y producía un presente de contrahechuras, empeñado en atribuir los fracasos a los enemigos. Instaba a encararla, y desde su discurso de aceptación del Premio Nacional en 1974, al que tituló "Del amor del historiador a su patria", confesaba su deseo de contribuir a que los mexicanos pudiéramos alcanzar "una conciencia histórica en paz consigo misma, o si se prefiere, de la convicción madura y generosa de que la patria es lo que es, por lo que ha sido, y que si tal como es ella es, no es indigna de nuestro amor, ese amor tiene que incluir de alguna manera la suma total de su pasado".
 

O'Gorman. Foto: A. Dallal

Edmundo O’Gorman. Foto: Alberto Dallal, 1976.

En nombre de sus incontables discípulos y lectores, agradecemos a todos los que lograron que sus restos descansen por fin en la Rotonda de las Personas Ilustres, como sin duda lo merecía.

 

*Historiadora. Premio Nacional de Ciencias y Artes (1999). Fue nombrada Investigadora Nacional Emérita (1993) e Investigadora Nacional de Excelencia (2003) por el Sistema Nacional de Investigadores.

 

Inserción en Imágenes: 05.03.13.

Imagen de portal: Edmundo O’Gorman. Foto: Elisa Vargaslugo, Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

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