Con especialidad en arquitectura…

Hugo Arciniega Ávila*
huarav@yahoo.com

 

Rosa Casanova: Guillermo Kahlo. Luz, piedra y rostro, Bogotá, Colombia, Fondo Editorial Estado de México / Cangrejo Editores, 2014 (Colección Mayor de Bellas Artes).

 

Guillermo Kahlo, Construcción del Palacio Legislativo, México, 12 de junio de 1912 (Poniente al Oriente).

SI EXISTE UNA IMAGEN que exprese con sobrada contundencia la simbiosis que tuvo lugar entre arquitectura e ingeniería civil durante el siglo XIX, ésta es, sin duda, la fotografía del Palacio Legislativo Federal de México en construcción, visto de poniente a oriente, fechada en 1912. El proceso constructivo basado en estructuras metálicas importadas permitía formarse una idea total del inmueble y visitar desde los cimientos hasta el remate. Para el caso de la Ciudad de México, lo inusitado consistía en la escala empleada y en la complejidad del diseño. Tanto los humildes operarios como el equipo franco-mexicano que todavía se ocupaba de la dirección de los trabajos resultan apenas perceptibles bajo la luz de uno de los cuatro grandes arcos que sustentan la doble cúpula y sobre el esqueleto del frontón posterior. La traza de la Calzada del Ejido permite que el punto de fuga se pierda en una difusa línea de horizonte. El autor de esta imagen fue el alemán Guillermo Kahlo, “especialista en las mejores vistas de todo lo notable de la República y de la Ciudad de México”,[1] como a él le gustaba presentarse en la prensa.

En Guillermo Kahlo. Luz, piedra y rostro, Rosa Casanova emprende el análisis de la producción del singular fotógrafo alemán (26 de octubre de 1871, Pforzheim, ducado de Baden, Imperio Alemán-14 de abril de 1941, Coyoacán, Ciudad de México). A lo largo de las páginas de la publicación, la autora destaca “pequeños indicios presentes en las imágenes” que permiten acercarnos al registro que Kahlo hizo de sí mismo en varios autorretratos, a la manera de “enmascarar” las placas de vidrio para centrar el volumen arquitectónico deseado, o a los recorridos previos que el fotógrafo emprendió para comprender a cabalidad cómo penetraba la luz en las naves de las iglesias coloniales de México, antes de disparar el obturador. Los negativos no sólo nos devuelven el perdido aspecto de ciudades y pueblos; también se constituyen en fuentes de primera mano para reconstruir un modo de hacer, de verificar un oficio, como Casanova titula al quinto y último capítulo de la obra, escrito en colaboración con Heladio Vera Trejo.
 

Guillermo Kalho, Querétaro: casa particular del señor don Rosendo Rivera, 1912. Detalle.

 

Guillermo Kalho, Militar, Ciudad de México, ca. 1908, transparencia en vidrio, 8 x 10 pulgadas.

Además de la fotografía de arquitectura, la faceta más conocida y reconocida de Khalo, en el libro se aborda el aspecto de su producción dedicada al retrato, con ejemplos que sutilmente van mostrando mayor complejidad en el orden en que se presentan: desde la figura única de un anónimo militar que acudió al estudio fotográfico y posó frente a uno de los célebres telones pintados, hasta los numerosos grupos de personas, entre ellos el que conformaron profesores y alumnas de la Escuela Nacional de Enseñanza Doméstica en 1923, o el de clérigos de alto rango reunidos en una de las villas de Tacuba un año antes. También se incluye una fotografía en donde Kahlo conjunta sus dos intereses, pues en ella aparece el personal del Manicomio General de La Castañeda sobre las rampas de acceso, y el balcón central del pabellón de servicios generales, poco tiempo después de la rumbosa inauguración de las instalaciones. En suma: la fotografía como medio para consolidar identidades generadas en los albores del siglo XX.

Cada una de estas expresiones e impresiones nos muestra a un Guillermo Kahlo más integral, con todo y los recursos de que se valía para obtener la impecable impresión final. El libro cumple su objetivo gracias a una larga investigación documental en diferentes repositorios, como el Archivo Histórico de la Secretaría de Hacienda, el Archivo Fotográfico Manuel Toussaint del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero de la Universidad Iberoamericana y, desde luego, los invaluables fondos familiares, como el de Isolda P. Kahlo, entre otros. No fue suficiente analizar las imágenes y atribuir o confirmar una autoría: Casanova formó conjuntos a partir de los encargos que le fueron hechos al fotógrafo, y los organizó cronológicamente. Una metodología, propia de la historia del arte, que permite identificar los cambios en la manera de hacer de esta artista y, de modo específico, la lucha que tuvo que emprender para mantenerse vigente en el México de la postrevolución.
 

Guillermo Kalho, Grandes Almacenes de El Centro Mercantil, México, 1930.

A Guillermo Kahlo le tocó vivir una de las grandes eclosiones de la arquitectura mexicana, la que corresponde a los primeros diez años del siglo XX. Por aquel entonces, el perfil urbano de la Ciudad de México se hallaba en constante transformación, no sólo en lo que respecta a la altura de los inmuebles, como lo confirma el edificio sede de La Mexicana, con sus tres niveles y ático, o a la relación vano-macizo, como se advierte en la fachada principal del Instituto Geológico Nacional de Santa María la Ribera, sino también en lo referente a la libertad que adquirían las estructuras metálicas al quedar aparentes, con lo que se definía el espacio interior; es el caso del afamado Centro Mercantil, construcción que se muestra con todo y sus ascensores nouveau, mismos que brindan dinamismo al patio cubierto.

Para obtener las vistas panorámicas siempre estaba el parque de Chapultepec, ya no el de Maximiliano, ni el de José María Velasco, sino el de José Ives Limantour, el célebre ministro de Hacienda del general Díaz y uno de los artífices del milagro económico, éste sí, un fenómeno real. Cerca de lagos solitarios y detrás de los cuidados setos aparecen las siluetas de jardineros. Entre otras cosas porque en aquel entonces el aspecto del espacio público importaba, y mucho: constituía un indicador incuestionable del estadio de civilización alcanzado por una sociedad y su gobierno.
 

Guillermo Kalho, Castillo de Chapultepec, 1904.

 

Guillermo Kalho, Puerto de Veracruz, 1905. Detalle.

La cuidadosa selección de imágenes llevada a cabo por Rosa Casanova nos muestra, además, al fotógrafo viajero que, desde las tierras ganadas al mar, da cuenta del tráfico naval en el puerto de Veracruz. Así, frente a los grandes barcos cargueros, los viandantes de un incipiente malecón aparecen a escala reducida. Más allá, la ciudad, empequeñecida por la distancia. La máquina de vapor acomete al siempre indefenso asentamiento urbano. San Juan de Ulúa cumplía con fines menos honrosos pues la nueva muralla se hallaba conformada entonces por los grandes almacenes edificados con ladrillo. En el extremo opuesto aparece el puerto de Frontera, Tabasco, en donde la transición entre El libertador, el tradicional vapor de paletas, y la margen del gran Grijalva resulta una línea tenue, casi estática, acorde con la visión europea sobre los trópicos americanos. Las construcciones emergen apenas de entre la feraz vegetación que es propia del Sureste; no escapan al cosmopolitismo de la época, pues lucen tejas marsellesas. Cada fotografía deviene una crónica; pienso, desde luego, en la vista del lago de Pátzcuaro, en Michoacán.

Bajo la línea de investigación que busca identificar los usos que el Estado ha concedido a la imagen fotográfica –interés que comparte con Esther Acevedo–, la autora nos explica en el cuarto capítulo el servicio que Kahlo y sus álbumes prestaron y aún prestan para la conservación de los monumentos históricos. Casanova identifica acertadamente al fotógrafo como miembro de la generación que inició el registro visual de la arquitectura religiosa novohispana; de aquella que había sobrevivido a la piqueta reformista, al abandono y al frenesí modernizador. La lente de Kahlo se dirigió entonces al ámbito situado bajo la cúpula en San Francisco Acatepec, Puebla; enfatizó los planos ascendentes de la capilla del Pocito, en Ocotlán, Tlaxcala, y pretendió abarcar la totalidad del patio central de la casa de Rosendo Rivera, en Santiago de Querétaro. Imágenes que quedaron al servicio de los discursos del historiador de la arquitectura mexicana.
 

Guillermo Kalho, Funerales del señor M. C. Cano Gutiérrez en las instalaciones de La Tabacalera Mexicana, S. A., Ciudad de México, 1922. Detalle.

Deseo destacar las cualidades de una edición cuyo formato nos permite adentrarnos en el portal de San Agustín, algún edificio en construcción, la casa y la fábrica, todos bajo la mirada de Kahlo. Asimismo, llegar hasta el cartel publicitario de El Buen Tono o a la “cuchara” que sostiene uno de los albañiles que erige el nuevo edificio de la empresa Ericson, sin olvidar la cazuela llena de frutas en la moderna cocina de la casa funcionalista de su yerno, edificada en Altavista. Pese a los empeños de Juan O’Gorman, el fogón seguía funcionando como cálido núcleo de la vivienda. El fotógrafo también captó a las trabajadoras de La Tabacalera Mexicana, quienes, discretas y dolientes, atestiguan el funeral de Cano Gutiérrez desde atrás de una cortina.

Regreso a la biografía: aquí reconozco mi obsesión vasariana cuando admiro las tomas que Kahlo hizo de su casa en el entonces pueblo de Coyoacán, con su balaustrada de ladrillos cocidos en los hornos Mixcoac, los “ídolos” mexicas condenados al exterior y la ropa limpia tendida a pleno sol detrás de la verja que delimitaba la zona semipública de la de servicio. La casa que el fotógrafo compartió con su mujer, la casa de sus hijas, Frida y Cristina, la casa que tuvo que abandonar, la Casa Azul de los conocedores actuales. En lo que concierne a este libro y a Guillermo Kalho, nada más cierto que una imagen vale más que mil palabras.

 

Ex Oratorio de San Felipe Neri, Ciudad de México, septiembre de 2014.

 

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 22.09.14.

Imagen de portal: Guillermo Kahlo, San Francisco Acatepec, Cholula, Puebla, 19 de agosto de 1912. Detalle. Tomada de Guillermo Kahlo. Luz, piedra y rostro.

Fotos: tomadas de Rosa Casanova, Guillermo Kahlo. Luz, piedra y rostro, 2014.

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[1] Casanova, Guillermo Kahlo…, p. 24.