Reconocimiento y cuidadosa recuperación de la obra de un pintor liberal

Ricardo Pérez Montfort*
rpmont54@yahoo.com.mx

 

Angélica Velázquez Guadarrama: Primitivo Miranda y la construcción visual del liberalismo, México, IEE-UNAM / INAH, 2012.
 

Libro sobre Primitivo Miranda 01

No debe haber sido fácil llamarse Primitivo a mediados del siglo XIX mexicano. Menos aún si quien ostentaba ese nombre pretendía congeniar con los principios fundamentales del liberalismo que en ese entonces enarbolaban justamente lo contrario a lo antiguo, lo conservador y lo ultramontano. Más que sinónimo de salvaje o carente de civilización, su apelativo debió sugerirle al extraordinario pintor mexicano Primitivo Miranda y a sus seguidores y promotores la idea de que debía ser “el primero en su línea”, tal como aparece la definición de su nombre en la primera acepción que le otorga el Diccionario de la Real Academia Española. Aún así, no es difícil imaginar a sus enemigos tildándolo de exactamente lo contrario, es decir, “rudimentario, elemental y tosco”.

Pero muy lejos de ser cualquiera de estas tres adjetivaciones, el pintor Primitivo Miranda fue una figura particularmente relevante del arte mexicano, injustamente marginado por las antologías y los compiladores nacionales y extranjeros hasta avanzado el siglo XX. Como genuino representante de las ideas liberales, tal como lo demuestra el magnífico ensayo de Angélica Velázquez Guadarrama, y como pintor solvente y cuidadoso, Miranda debió ser reconocido mucho antes por estudiosos y académicos del arte mexicano. No queda todavía muy claro porqué las historias oficiales del arte nacional lo dejaron al margen, ni porqué, siendo uno de los exponentes de las reivindicaciones populares y nacionalistas liberales en materia pictórica, los organizadores de las exposiciones de la Academia de San Carlos no lo incorporaron a sus muestras. Cierto que, tal como sucede hoy en día, aquellos cenáculos solían manejarse con criterios de grupos o “mafias” de claro tinte autocomplaciente y sectario, pero eso no obstaba para que a la larga la obra de Miranda no fuese reconocida como debió hacerse con otros colegas suyos como Juan Cordero, Miguel Mata, José Agustín Arrieta o Manuel Ocaranza.
 

Primitivo Miranda (1822-1897), Semana Santa en Cuatitlán, 1858, detalle, óleo/tela, 57 x 71 cm, Museo Nacional de Historia, INAH. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico IIE-UNAM.

Debo reconocer que, sin ser experto en la materia ni mucho menos, la primera vez que vi los cuadros de Primitivo Miranda Semana Santa en Cuautitlán y Soldados de la Reforma en una venta fue en la exposición que se organizó a fines de la década de 1990 en el Palacio de Iturbide que llevaba el título de Pintura y vida cotidiana en México 1650-1950. Más que los afanes de identificación del “costumbrismo nacionalista” con sus chinas y sus chinacos, sus pintos, sus milicias y sus indígenas, todos estereotipos culturales que me interesaban desde hacía años, lo que más llamó mi atención de dichos cuadros fue la aparición borrosa de un pueblo, con rostro difuso y miserable que se acercaba mucho a la “idea de pueblo” que estaba estudiando en esos momentos. La condición humilde y semi-masiva de este “pueblo” que aparecía en los cuadros de Miranda coincidía con la imagen de la dimensión popular que me estaba construyendo al revisar la lírica y la música del México juarista.

Tal como lo demuestra Angélica Velázquez en esta cuidadosa recuperación de la obra de Primitivo Miranda, Semana Santa en Cuautitilán y Soldados de la Reforma en una venta muestran dos caras de una moneda popular que precisamente hacia 1858, cuando se pintan ambos cuadros, forma parte central de las preocupaciones del mundo liberal que lucha contra el conservadurismo. Mientras la Semana Santa presenta a un pueblo entre devoto y fiestero, un tanto sumiso frente a la opresión eclesiástica, pero irreverente, juguetón y escandaloso, los Soldados muestran la condición aguerrida, auto-afirmativa y al mismo tiempo solidaria y anónima de los ámbitos populares, cuando se les conmina a luchar por una causa que consideran justa y beneficiosa. Así, el primer cuadro parece recoger aquellos versos de Los cangrejos que veían a la iglesia triunfante diciendo:

              Orden ¡gobierno fuerte!
              y en holgorio el jesuita,
              el guardia de garita
              y el fuero militar:
              Heroicos vencedores
              de juegos y portales
              ya aplacan nuestros males
              la espada y el cirial.[1]

Aunque por la mirada coqueta y despreocupada de la china y quizás tras las máscaras de los tamboreros y matachines podrían tal vez escucharse otros versos un tanto más irreverentes como:

              El Obispo Barajas
              y el Obispo Murguía
              se dieron de cuernazos
              por una tapatía…

o

              En l’ancha crinolina
              de Concha Miramón
              se esconden los traidores
              al ruido del cañón…
 

Libro sobre primitivo Miranda 03

Primitivo Miranda, Soldados de la Reforma en una venta, 1858, detalle, óleo/tela, 58.5 x 73 cm, Museo Nacional de las Intervenciones, INAH. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico IIE-UNAM.

En cambio los Soldados de la Reforma en una venta pareciera el vivo retrato de un texto que, muchos años después, el folclorista Rubén M. Campos escribiera para reivindicar las canciones libertarias de los “pintos”:

al despuntar la aurora de la libertad de la raza, nuestros cantos viéronse alborear como estrellas en la mañana, y prestamente comenzaron a desintegrarse de las modalidades de la música extranjera y culterana, y a incorporarse en una nueva producción que en breve tendría sus características de ritmo, de movimiento y vida, y más que todo, la música de los cantos populares reflejaría el espíritu de las palabras con que era cantada, la ironía, la única forma de protesta del espíritu oprimido, la válvula abierta para dejar escapar el rencor amargo que los débiles no pueden alcanzar, como las flechas envenenadas de sus antepasados, para que vayan a clavarse en el corazón de sus opresores.[2]

Cierto que en el libro que nos ocupa los contextos que rodearon ambos cuadros están magistralmente descritos. Angélica Velázquez le cuenta al lector las vicisitudes de las celebraciones de Semana Santa en la Ciudad de México justo un año antes de que Miranda pintara su cuadro, cuando entre la mojigatería se afirmaba que “el diablo andaba suelto”, dado el clima de adversidad que percibía la Iglesia católica por la promulgación de la Constitución de 1857. Tras el golpe de Comonfort y la proclamación del Plan de Tacubaya en diciembre de aquel año, la siguiente Semana Santa se podía celebrar sin tantos aspavientos, y eso es en parte lo que retrató Miranda, aunque como bien apunta la autora, las ironías y resquemores populares aparecen ante cualquier mirada cuidadosa. Primitivo Miranda pareció hacerle homenaje a su nombre al recurrir a barbarismos y anti-academicismos en dicho cuadro, pero dando un salto adelante al presentar no sólo la dimensión masiva y anónima de un pueblo sometido por la iglesia, sino al poner en el centro la autenticidad irreverente de la china, que parece querer compartir una complicidad con el espectador como queriendo decir: “Mírenme a mí tan libre como el viento, mientras el clero cree que tiene al pueblo tan contento.”

Curiosamente otro de los vasos comunicantes, además de las referencias al pueblo anónimo y miserable, fiestero, aguerrido e irreverente, entre el cuadro de Semana Santa y el de los Soldados es la propia figura de la china. Si bien en el primero aparece como figura central, en el segundo, dos chinas parecen enmarcar la acción de la llegada de los guerreros. Ahí están al servicio de los que combaten por la libertad. La de la derecha da un jarro de agua al cabalgante y la de la izquierda le ofrece una gordita a un chinaco. Como bien afirma la autora, este papel de acompañante pasiva contrasta con la del personaje masculino que ocupa el centro del cuadro. La libertad sugerida en la china de la Semana Santa, se vuelve enfática en el soldado de este segundo cuadro. Su autoafirmación recuerda los versos del Chinaco Valiente que dicen:

              La boca me huele a sangre
              el corazón a puñal,
              aunque me lluevan las balas,
              ahí va un chinaco a pelear…
              Aunque las balas me lluevan
              yo siempre marcho a la guerra,
              y allí muero en la trinchera
              diciendo ¡Soy liberal!
 

Texto sobre Primitivo Miranda 04

Primitivo Miranda, Soldados de la Reforma en una venta, 1858, detalle, óleo/tela, 58.5 x 73 cm, Museo Nacional de las Intervenciones, INAH. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico IIE-UNAM.

Así, chinas y chinacos, mujeres y hombres del pueblo, más que armar cuadros costumbristas, en estas dos pinturas son claramente manifiestos liberales, tal como lo comprueba Angélica Velázquez Guadarrama.

El libro cierra con otras referencias a la obra de Primitivo Miranda. Angélica Velázquez nos cuenta algo que no debía sorprender y que fue su cercanía a la figura de Francisco Zarco y a las de Leandro Valle y al propio Ignacio Ramírez, cuyas esculturas realizará para adornar el Paseo de la Reforma. Siendo protagonista de una contienda como la guerra de Reforma, no resulta raro que otros temas que abordara fueran las figuras bíblicas de Caín y Abel o las luchas independentistas de Morelos y desde luego su enorme Batalla del 5 de mayo, que bien merecerían un estudio puntual como el realizado por Velázquez Gudarrama.

Por último, una mínima reflexión: los “barbarismos” y las irreverencias de Primitivo Miranda, lejos de ser “primitivismos”, fueron principios de vanguardia, saltos hacia delante, tal como lo hicieron las luchas contra los fueros y el clericalismo, representadas por la Constitución del 57, tal como fue la Revolución mexicana, y tal como han sido las múltiples confrontaciones que sectores revolucionarios del pueblo mexicano han testimoniado contra las fuerzas conservadoras y retardatarias que lamentablemente siguen vigentes en amplios espacios de nuestro país. Primitivo Miranda fue en estos cuadros, lejos de un artista que miraba para atrás, más un hombre que con sus principios liberales miraba hacia tiempos mejores. Lástima que las historiografías oficiales y las rencillas académicas contribuyeran a olvidarlo. Muchas gracias al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y al INAH, pero sobre todo a Angélica Velázquez Guadarrama por recordarnos que una gran cauda de lo que pintó y representó Primitivo Miranda sigue vigente.

Tepoztlán, Mor., julio de 2013.
 

Texto sobre Primitivo Miranda 05

Primitivo Miranda, Soldados de la Reforma en una venta, 1858, detalle, óleo/tela, 58.5 x 73 cm, Museo Nacional de las Intervenciones, INAH. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico IIE-UNAM.

 

*Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 19.08.13.

Imagen de portal: Primitivo Miranda, Soldados de la Reforma en una venta, 1858, detalle, óleo/tela, 58.5 x 73 cm, Museo Nacional de las Intervenciones, INAH. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico IIE-UNAM.

Ilustraciones: tomadas del libro Primitivo Miranda y la construcción visual del liberalismo, de Angélica Velázquez Guadarrama, México, IEE-UNAM / INAH, 2012.

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[1] La mayoría de los versos citados en esta breve reseña pueden consultarse en el ensayo “Apuntes sobre la lírica y la música del México juarista” que aparece en mi libro Cotidianidades, imaginarios y contextos. Ensayos de historia y cultura en México 1850-1950, México, CIESAS, 2008.

[2] Rubén M. Campos, “El folklore musical de México” en Boletín Latinoamericano de Música, Montevideo, Año III, t. III, abril de 1937, p. 139.