Luis Nishizawa (1918-2014)

Mónica del Arenal Martínez del Campo*
mdarenalmdcampo@gmail.com

 

En la mayor soledad, la mejor compañía
es la pintura, por eso hay que ponerse a pintar.

Luis Nishizawa
 

Luis Nishizawa, Autorretrato, 1958, óleo/tela, 71 x 56 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

DISCÍPULO DE PINTORES como José Chávez Morado, Julio Castellanos y Alfredo Zalce, Luis Nishizawa Flores (2 de febrero de 1918-29 de septiembre de 2014) fue reconocido, no sólo por su obra plástica sino también por sus investigaciones y enseñanzas de la técnica plástica durante los muchos años que dedicó a la docencia en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (hoy Facultad de Artes y Diseño) de la UNAM, con lo que demostró su interés por la formación de jóvenes “artesanos”.

Luis Nishizawa nació en la Hacienda de San Mateo Ixtacalco, en Cuautitlán, Estado de México. De su padre, el japonés Kenji Nishizawa, adquirió la disciplina y la filosofía zen (el sentido del honor, la integridad personal, la lealtad y un profundo sentido de respeto por el ser humano), y de su madre, la mexicana María de Jesús Flores, heredó la sensibilidad, valor fundamental en su vida y obra. A su padre lo recordaba narrando las hazañas de los antiguos samuráis, historias que enriquecieron su imaginación y su conocimiento del mundo; mientras que a su madre la recordaba al regresar del mercado con su ramo de flores.

Su infancia transcurrió en el pueblo de San Mateo Ixtacalco, donde tuvo contacto con la naturaleza. Desde entonces gozó los paisajes, los colores de los cerros, los días de lluvia, la tierra mojada, la luz del atardecer y del alba, los cielos nublados, la neblina de las montañas y la perspectiva plástica.

A los siete años se fue a vivir con su familia al barrio de Tepito, en la Ciudad de México, donde pasó su niñez y juventud. Fue en este tiempo cuando uno de sus maestros descubrió su habilidad para el dibujo y fue quien le recomendó que estudiara pintura. Años después trabajó como joyero y estudió música, aunque su ilusión siempre fue asistir a la Academia de San Carlos. Gracias a que su padre le dijo “tú ya no trabajes y dedícate a estudiar lo que te gusta”,[1] pudo optar por ingresar a la Academia.

En 1942 comenzó sus estudios en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (según Raquel Tibol, en ese entonces “en una etapa de análisis y reconsideración de la pedagogía artística”[2]). Recibió clases y orientación de Luis Sahagún, Antonio Rodríguez Luna, Benjamín Coria, José Chávez Morado, Alfredo Zalce y Julio Castellanos. Todos ellos se caracterizaron por trabajar obras de grandes dimensiones, entendiéndolas como expresiones de arte público, al mismo tiempo que defendieron la pintura de caballete. A Francisco Goitia lo consideró su maestro espiritual. De él solía decir que le enseñó a oír el sonido del silencio.

A finales de los años cuarenta, ya como profesional de la pintura, formó parte de la corriente nacionalista, creó cuadros al estilo de la Escuela Mexicana de Pintura y participó en el Muralismo. En 1951 realizó su primera exposición individual en el Salón de la Plástica Mexicana. A partir de 1955 comenzó a enseñar técnicas y materiales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Entre 1963 y 1985 viajó a Japón con la finalidad de conocer el pueblo natal de su padre –Yashima–, visitar las tumbas de sus antepasados y de aprender nuevas técnicas plásticas.
 

Luis Nishizawa, Calabaza, 1994, temple/tela/madera, 42 x 71 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

En 1992 fundó en el Estado de México el Museo-Taller Luis Nishizawa, centro de aprendizaje, de difusión y preservación de su obra. En 2009 se inauguró el Centro Cultural Luis Nishizawa en Atizapán de Zaragoza, donde fue la última vez que se le vio en un acto público. Poco tiempo antes de la muerte del maestro, Guadalupe Villa refirió que para entonces la pérdida de su esposa, la pintora Eva, y un accidente, habían ocasionado que limitara su actividad como pintor y su labor docente.

A lo largo de su vida recibió numerosas distinciones, entre ellas: creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (1993-2014), doctor honoris causa de la Universidad Nacional Autónoma de México (1996), Premio Nacional de Ciencias y Artes (1996), Medalla Bellas Artes (2013), Miembro Numerario de la Academia de Artes, y Premio Tesoro Sagrado del Dragón, otorgado por el gobierno de Japón.

En 2015 se inauguró, a modo de homenaje, la exposición Luis Nishizawa: poeta del silencio en el Antiguo Palacio del Arzobispado, muestra significativa por ser una de las más grandes dedicadas al artista, y que abarcó los distintos temas y técnicas que Nishizawa abordó durante su carrera: el autorretrato, el paisaje, la naturaleza muerta, el retrato, las tradiciones mexicanas  y la abstracción (algunos de los temas); la tinta, el óleo, el temple, la acuarela, el acrílico, el gouache, la aguatinta, la serigrafía, el encausto y la litografía (algunas de las técnicas).
 

Luis Nishizawa, sin título, circa 1998, acuarela/papel, 33 x 22 cm. Colección particular.
 

Luis Nishizawa fue una persona sencilla, humilde, espiritual y trabajadora, que en algún momento confesó que todo lo que había logrado como hombre y pintor era para honrar a su padre, a quien le ofrecía cada cuadro como un homenaje. Su capacidad para sentir y conmoverse ante la naturaleza, el paisaje y sus recuerdos de infancia era tan fuerte que la trasladó a su obra. Aunado a ello, la bondad, la sencillez, la soledad y la libertad fueron cualidades que le permitieron ser un artista dichoso. Trató de que su obra estuviera impregnada de poesía, pues la consideraba la madre mayor de las artes, por lo que puso lo mejor de sí en su obra y lo mejor de sí fue un sentimiento poético. Para la doctora Elisa García Barragán, “el Valle de México fue y siguió siendo a lo largo de toda su vida el centro emocional y nostálgico.”[3] Asimismo, su familia fue pilar en su vida, admiró y consultó a su esposa, amó a sus hijos, pero especialmente a sus nietos.

Nishizawa es reconocido por haber sido un tenaz investigador y maestro de la técnica plástica. Su vocación docente la adquirió como estudiante en la Academia de San Carlos, gracias a que contó con una serie de maestros (ya mencionados) que se preocuparon por el dominio de los medios materiales para la realización de las obras artísticas.

En alguna ocasión, Nishizawa refirió que él no enseñaba pintura, sino técnicas y procedimientos, que él no buscaba formar artistas sino artesanos (conocimientos técnicos, medios expresivos, conocimientos primarios). Él enseñaba a los jóvenes los métodos plásticos para que los dominaran y después otros maestros se encargaran de enseñarles escultura, grabado y pintura, pues concebía el don artístico como algo originario que debía fortalecerse con el dominio de la técnica y así tener las herramientas para desarrollar el talento natural.

A propósito de su conocimiento técnico, la maestra Luz García Ordóñez, que fue su alumna en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, destaca:
 

Mi experiencia como alumna del maestro Nishizawa fue que él me abrió la puerta del conocimiento técnico que no estaba anotado más que en diferentes libros. Él fue archivando conocimientos que recogió por su búsqueda incesante. A él le despierta el deseo por conocer las técnicas su maestro Chávez Morado, quien solía decirle, “superaste al maestro, yo confiaba en ti, tú superaste el punto donde yo dejé las cosas.[4]

 

Luis Nishizawa, El Ajusco, 1994, tinta (suiboku)/papel, 57 x 87 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

A lo largo de su carrera Luis Nishizawa trabajó el realismo, el expresionismo, el surrealismo, el gestualismo, el muralismo, el abstraccionismo y el figurativismo. De acuerdo con el propio Nishizawa, sus inicios en la Academia de San Carlos corresponden al tiempo en que los primeros exponentes de la Escuela Mexicana de Pintura estaban en activo. Él los imitó y de ellos “obtuvo un estilo realista de contenido social muy marcado, del que poco a poco se fue separando”.[5]

Raquel Tibol señala que en la década de 1940 Nishizawa eligió un realismo mexicanista –elementos naturales y personajes–, influido por el refinamiento de Julio Castellanos, con tendencia hacia los tipos populares desde un corte humanista, tal como ya habían hecho Francisco Goitia, Alfredo Zalce y José Chávez Morado.

En su etapa expresionista eliminó casi por completo la figuración, tendió a la abstracción y experimentó el espacio pictórico en su mayoría monocromático. Así, quiso adentrarse en profundidades interiores para expresar emociones como la nostalgia, la angustia, la soledad y el anhelo.

Gracias a que Luis Nishizawa entendió las relaciones que puede haber entre la obra de arte y la arquitectura, elaboró numerosos murales. Su primer mural fue encargado en 1948 por Fernando Gamboa, coordinador en ese entonces de la decoración del Centro Médico (en aquel tiempo en construcción). En su mural El aire es vida “desarrolló el tema por alegorías eslabonadas simbólicamente, ricas en sensualidad y factores emotivos, dentro de un concepto básicamente realista”.[6] Otros murales suyos son: Un canto a Martí (1976), en el Centro Cultural José Martí; El hombre y su libertad (1988-1990), en la Procuraduría General de la República; La imagen del hombre (1992), en la Secretaría de Educación Pública; La justicia (2010), en la Suprema Corte de Justicia; los murales en cerámica Un canto a la vida (1969), en Celaya, y El espíritu creador siempre se renueva (1981), en Tokio, Japón, entre otros.

Nishizawa trabajó temáticas variadas: naturalezas muertas (sensoriales, dotadas de vida, luz, textura y color), animalia (en las que eliminó la barrera entre la vida cotidiana y la creación estética), desnudos y retratos (reconocidos particularmente por Raquel Tibol), y tradiciones mexicanas (la complejidad social y el dramatismo de manifestaciones como la celebración de la pasión de Cristo en Iztapalapa y la quema de los Judas).
 

Luis Nishizawa, La Pasión de Iztapalapa núm. 1, 1950, técnica mixta/tela, 146 x 120 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

Merece especial atención la obra paisajística del maestro Nishizawa que, como se ha visto, creció entre prados y serranías, impresiones de infancia que sin duda lo sensibilizaron para contemplar el paisaje. Para García Barragán “la obra de Luis Nishizawa es indudablemente un desdoblado espejo de todas aquellas sensaciones y motivaciones que una vida de infancia sella en la trayectoria de un adulto”.[7]

De acuerdo con Raquel Tibol, asombra su temprana madurez en el arte del paisaje, motivada por la tradición pictórica de José María Velasco y el Dr. Atl. De hecho, su primera exposición en el Salón de la Plástica (1951) llamó la atención “por su poético sentido de simplificación de las formas y su honda comprensión de la naturaleza que, tras el tamiz de sus sentidos y sus trazos, adquiere una dimensión metafísica que la trasciende, manifestando así un peculiar don como paisajista que lo emparienta –como su sucesor indirecto más notable– con artistas como José María Velasco y Gerardo Murillo”.[8] Sin embargo, Nishizawa confesó: “La principal influencia que tengo del paisaje es de Francisco Goitia, quien no era paisajista, pero su cuadro de La Hacienda de Santa María es una de las obras que más me han impresionado.”[9]

Elisa García Barragán plantea que en sus paisajes (faceta de su obra que considera la más aplaudida), Nishizawa comparte experiencias interiores desde su contacto con la naturaleza; además, respeta las estructuras: “primeros planos muy detallados, arbustos, magueyes, nopaleras, caseríos o pequeñas poblaciones, caballos, vacas, elementos todos que van proporcionando las distancias, seguidas por las claras o umbrosas arboledas y en el fondo los volcanes”. De igual manera, “las vastedades capturadas, como él hacía notar, están contempladas desde zonas privilegiadamente altas, en vías de alcanzar el espíritu de sus aprecios en su dilatación y presencia, como intentando abarcar en una mirada la inmensidad, sin perder, pese a ello, el detalle”.[10]
 

Luis Nishizawa, Amanecer, 1995, tinta (suiboku)/papel, 36 x 86 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

La influencia del arte japonés en los paisajes de Nishizawa es fundamental. Como indica Raquel Tibol:
 

La identificación con su raíz japonesa lo devolvió al cultivo de la imagen bella como reafirmación de dignidad, y a la práctica de un paisajismo con su monumentalidad y su esplendor implícitos. Los valles, las cañadas, los altos picos de montaña, la luz a cielo abierto fueron transcritos por Nishizawa en una esencializada y hermosa caligrafía evocadora del paisajismo tradicional en el Oriente. Supo utilizar sabiamente el blanco del papel para dilatar el paisaje en amplitud y profundidad.[11]
 

Para Guadalupe Villa la influencia japonesa en su obra es una de las mayores contribuciones a la pintura del paisaje. Por su parte, el crítico de arte Xavier Moyssén entiende que “hay una síntesis de las formas: las alturas de cerros y montañas, los declives de los valles o los impresionantes cortes de barrancas y cuñadas; la niebla parece envolverlo todo, excepto la altura de los volcanes nevados”.[12] De acuerdo con la doctora García Barragán, después de los viajes a Japón, la pincelada de Nishizawa se volvió más fina y cautelosa, y en cierta obra se ve una síntesis muy elegante.

Finalmente, la maestra García Ordóñez explica por qué el paisaje atmosférico fue el tema predilecto de Luis Nishizawa:
 

El maestro tenía dos líneas sanguíneas, la mexicana, y la japonesa, esa mezcla lo hizo ir a buscar sus raíces. En una etapa de su vida fue a Japón a pintar, tomó clases de tintas orientales, de dibujo y pintura a la manera oriental, de una técnica que se llama “nihonga”. Cuando fue a Japón se dio cuenta de que tenían rangos de opacidad sus pinturas […], acomodó el papel a la tinta y anexó el pigmento haciendo una fusión técnica, así como la que traía él en su sangre. Así, aplicó el método oriental junto con el método de las técnicas europeas (porque México tiene la línea de conocimiento académico europeo). Entonces él, al ir a Oriente, fundió las técnicas fluidas de allá con las concretas de Europa, trabajando a esos dos ritmos. Por ello se esmeró por la poética atmosférica oriental, porque el campo sutil de la atmósfera es poético totalmente. En el paisaje encontraba la síntesis de la abstracción: entre precisión e impresión. Él era más poético ahí, porque es más fácil en la atmósfera disminuir la presencia de algunos elementos.[13]
 

A un año del fallecimiento del maestro Luis Nishizawa Flores, puede afirmarse que su legado es invaluable: no sólo por su obra en sí, sino por la enseñanza de la técnica plástica a cientos de jóvenes artistas y por su compromiso con la Universidad Nacional Autónoma de México.
 

Luis Nishizawa, Retrato del doctor Sergio Fernández, 1997, temple/tela/madera, 76 x 56 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

Su producción plástica es una composición de emociones (sentimientos trágicos y sensuales), formas y técnicas que maneja y controla; no atiende modas, es atemporal y con proyección a futuro. Para García Barragán, la soledad, el sentimiento y la subjetividad son elementos anclados en su pintura. Además, durante su años de actividad incesante, Nishizawa abordó diversos estilos, lenguajes y tendencias, los cuales convivieron simultánea y sucesivamente; ejemplo de esto es el orientalismo y el expresionismo de las series Las vacas flacas, Los sueños rotos y Recuerdos y presencias de 1972. Acerca de lo anterior, Raquel Tibol sostiene que “Nishizawa nunca tuvo empacho en revelar influencias, asimiladas admiraciones”, y comparó estas series con la obra de Mauricio Lasansky y Rico Lebrún, a quienes concibió como “maestros del ensimismamiento y la flagelante meditación”.[14] Asimismo, Nishizawa realizó obras trazadas con dolor y furor. Ejemplo de ello son sus Imágenes del hombre¸ donde analiza la condición humana ante el drama social. En su serie Los motivos de Caín –realizada con recursos de action painting y surrealismo– trata el tema del hombre como depredador del hombre. Por otra parte, en la serie Los hombres sin rostro –realizada con tinta y acuarela– manifiesta su discurso humanista y reflexiona sobre la esencia humana. Por otra parte, sus influencias asiáticas y americanas se ven en su trabajo de cerámica monumental, paisaje y naturalezas muertas. Estas últimas parecen contraponer la abstracción con la naturaleza, al tiempo que “son meditaciones, son poemas, son mitologías en homenaje a sus ascendentes”.[15]

Conocido como “el maestro de la técnica”, Luis Nishizawa se dedicó a conocer, experimentar y enseñar la técnica plástica a lo largo de su vida profesional. Con el manejo acertado de la técnica mostró su preocupación por transmitir y perfeccionar las formas y los recursos, así como por rescatar determinados valores estéticos. Subrayaba, por ejemplo, la importancia del conocimiento del material y la técnica para la elaboración de un mural. Con la correcta aplicación de la técnica, la restauración sería innecesaria durante mucho tiempo. Para Nishizawa, la perdurabilidad de la pieza constituía un valor al que no podía renunciarse. Manejar en forma adecuada la técnica revela una especie de conocimiento científico del arte por parte del creador; sin ir más lejos, entran en juego aspectos de la Química (combinación de materiales) y la Física (teoría de la luz y el color aplicadas a la composición). Concebir el arte desde la técnica es entenderlo como una disciplina compleja que defiende valores como la permanencia y la composición acertada de las piezas.

Para terminar, resulta oportuno citar las palabras de Luz García Ordóñez sobre las razones por las que el maestro Luis Nishizawa se interesó tanto por el conocimiento y la enseñanza de las técnicas plásticas:
 

Él estaba muy comprometido con la enseñanza técnica, a él le detonó esa inquietud su maestro Coria, quien solía decir que si lograban hacer unidad el material y el pintor, entonces resultarían buenas obras. Y él no olvidó eso. Por ciertos recuerdos (materiales que le dieron sus maestros) tuvo una necesidad de experimentar, y buscó y encontró datos en diferentes libros, adquiriendo un compromiso de búsqueda, investigando entre líneas las mejores ventajas para su clase. A partir de esto alineó su metodología a la Universidad. Al principio la clase era de un año, pero después la hicieron opcional, lo que fue un cambio brusco, ya que se habituaba formar técnicamente a los artistas. Cambió la forma de concebir el arte, se dio paso a la libertad expresiva, por el fenómeno mundial de liberación de ideas y de expresión. Sin embargo, él no abandonó los procesos del pasado, porque decía que quien quisiera tener libertad necesitaba de la herramienta, y la herramienta del pintor es la pintura y sus materiales. Él tenía una frase: “No puedes ir a la guerra sin fusil”, y en pintura no puedes ir a la guerra sin los materiales, porque la pintura también es vista como una guerra de conocimientos, si no todo queda en un juego y no en una actividad profesional.[16]

 

Luis Nishizawa, María, 1971, acuarela/papel, 73 x 53.5 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

*Licenciada en Derecho por la UNAM y en Antropología Social por la ENAH.

 

Inserción en Imágenes: 09.09.15.

Imagen de portal: Luis Nishizawa, Pedregal, s. f., óleo/tela, 25 x 33 cm. Foto: Ernesto Peñaloza, Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Fotos: salvo la acuarela sin título, todas las ilustraciones fueron tomadas de revista Universidad de México, núm. 564-565, enero-febrero de 1998.

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[1] Amparo Contreras, “Entrevista con Luis Nishizawa: elementos de viento, tierra y erotismo”, en Revista de la Universidad de México, núm. 51, mayo de 2008, p. 58.

[2] Luis Nishizawa. Realismo, expresionismo, abstracción, Presentación de Raquel Tibol, México, UNAM, 1984, pp. 3-4.

[3] Entrevista a Elisa García Barragán, realizada por Mónica del Arenal Martínez del Campo, agosto de 2015.

[4] Entrevista a Luz García Ordoñez, realizada por Mónica del Arenal Martínez del Campo, julio de 2015.

[5] Guadalupe Villa Guerrero, “El arte de Luis Nishizawa”, en Revista Bicentenario, Instituto Mora, <http://revistabicentenario.com.mx/wp-content/uploads/2014/07/BiC-23-Luis-Nishizawa.pdf>, p. 74.

[6] Luis Nishizawa, pp. 7-8.

[7] Elisa García Barragán. Entrevista citada.

[8] Mario Saavedra, “Luis Nishizawa: tradición y originalidad”, en Casa del Tiempo, UAM, núm. 11-12, diciembre de 2014- enero de 2015, <http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/11_12_dic_2014_ene_2015/casa_del_tiempo_eV_
num_11_12_26_31.pdf
>.

[9] Villa Guerrero, op. cit., p. 77.

[10] Elisa García Barragán. Entrevista citada.

[11] Luis Nishizawa, pp. 11-12.

[12] Villa Guerrero, op. cit., p. 77.

[13] Luz García Ordónez. Entrevista citada.

[14] Luis Nishizawa, op. cit., pp 11-12.

[15] Idem.

[16] Luz García Ordónez. Entrevista citada.