Formas teotihuacanas en El Salvador: una vasija con la estrella de cinco puntas en el Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán

María Elena Ruiz Gallut*
gallut@unam.mx
 

Teotihuacan

Teotihuacan. Vista de la Calle de los Muertos hacia el norte. Foto: María Elena Ruiz Gallut, 1998.

Distinguir una tradición estilística conlleva un reconocimiento desde la especificidad cultural. Un estilo es un medio de identidad y de integración que confiere unidad y coherencia a una cultura en un tiempo determinado y que se hace presente en la producción artística con una función precisamente de identidad y pertenencia. En el estilo subyace, asimismo, un principio (Amador, 2008) que muestra de manera ordenada los sistemas de ideas y creencias vertidas, necesariamente, tanto en las construcciones mitológicas como en las imágenes que lo reflejan y que provienen en forma mayoritaria de los grupos en el poder. En el arte que produjeron las sociedades antiguas de lo que hoy es América se arraigan profundamente estos conceptos. Tal es el caso de la cultura teotihuacana, que desarrolló sus propios vehículos de transmisión de mensajes, en consonancia con la conformación de un estilo que no reconoció fronteras ni tiempos y que, acaso, encontró los medios para su reinterpretación. Su programa de comunicación icónica, apoyado en el desarrollo intelectual del imaginario colectivo, muestra formas y contenidos simbólicos creados como expresiones culturales y transmitidos por medio de, entre otras cosas, imágenes y objetos de culto.

Es entre el siglo IV y el siglo V d. C. cuando la sociedad que se desarrolló en Teotihuacan alcanzó sus niveles más altos de afirmación cultural. Para la cronología del Altiplano Central, las fechas corresponden a los momentos intermedios del periodo Clásico, cuando muchas otras ciudades de Mesoamérica están en el proceso final de la articulación y afianzamiento de sus identidades, o bien han desplegado ya el andamiaje sobre el que asentaron sus prácticas de organización social. Sin embargo, éste es el tiempo en el que Teotihuacan tiene una presencia realmente importante fuera de su propio territorio. Es cuando una parte de la ideología dominante que lo caracterizó se despliega a lo largo de otros espacios en formas que hoy no terminamos de aclarar. De cualquier manera, dicha presencia resulta indiscutible en términos de la transferencia de imágenes, así como en la implementación de modos arquitectónicos provenientes de la urbe central. Cuestiones que tienen que ver con el intercambio de principios, creencias, materiales y utensilios de carácter religioso constituyen evidencias que se añaden a los temas de discusión sobre la naturaleza de los contactos entre la cultura teotihuacana y sus contemporáneas. Entre ellos se ubica el caso que nos ocupa.
 

Teopancaxco

Figura 1. Teopancaxco, cuarto 1, mural 1. Acuarela de Adela Bretón tomada de De la Fuente, 1995.

 

La estrella de cinco puntas en Teotihuacan

Uno de los diseños singulares y de múltiples representaciones es la estrella que como característica peculiar se muestra con cinco apéndices o puntas y una parte central en forma de disco, este último interpretado por Langley como un infijo (Langley, 1986). Ya sea vista en su totalidad o bien dividida a la mitad, conserva en todos los ejemplos dicha peculiaridad: los cinco extremos se repiten en forma constante en ambos tipos de imágenes; asimismo, en casi todos aparece el círculo o parte de él. Este rasgo ha motivado dos interpretaciones muy diferentes entre sí. La primera y más generalizada identifica a esta clase de diseños con una estrella de mar, elemento acuático que, visto de tal forma, comparte con otros, como las gotas, los ojos y las ondas o volutas el tema sobre el agua, de gran recurrencia en el arte teotihuacano. Para Hasso von Winning dicha manifestación tiene fundamentalmente una connotación acuática y pertenece a “Los signos del agua”, mismos que constituyen lo que llama “Complejo del dios de la lluvia y del rayo” (Winning, 1987).

El punto de vista divergente presupone que esta figura tiene que ver con el planeta Venus. Tal propuesta se basa no sólo en la conocida relevancia que tuvo dicho astro en la cosmovisión prehispánica, sino precisamente en la evidente insistencia de utilizar el cinco como número recurrente en su conformación visual: cinco puntas/cinco ciclos sinódicos de Venus, periodo astronómico que tiene que ver básicamente con aspectos calendáricos y agrícolas y que está ampliamente conocido y documentado en lo referente al México precolombino (Spraj, 1996; Flores, 2011; Aguilar, 2011, entre otros). Sin embargo, no abordaremos aquí dicha discusión. Baste señalar por ahora que la estrella de cinco puntas resulta una figura sobresaliente en el arte de la ciudad.

Presente en las diversas manifestaciones de la plástica teotihuacana, sobre todo en la pintura mural, la estrella de cinco puntas, que aparece en sus dos modalidades, está relacionada principalmente con dos asuntos: la ostentación o legitimación del poder, y temas acuáticos ligados a la presencia de Tláloc. Revisemos algunos ejemplos de lo anterior, tomados todos de la producción de pintura mural de Teotihuacan:

1. En Teopancaxco: dos sacerdotes se observan frente a frente en una escena donde se ubicó una especie de pedestal con un entrelace al centro, signo leído por Caso como “8 Jaguar” por el numeral presente en la base (Caso, 1967). Ambos personajes están ricamente vestidos y entre los elementos que distinguen sus atavíos se encuentra la estrella de cinco brazos completa con el punto central, misma que puede observarse en el tocado de felino así como en su indumentaria (figura 1).

2. Como parte del tablero del mural conocido generalmente como el Tlalocan, en Tepantitla, se dispusieron personificaciones de Tláloc, de frente y de perfil, que lo muestran vinculado al agua. En una de las bandas que se entrelazan alrededor de él aparecen seres fantásticos conformados por conchas de las que salen la cabeza, la cola, las piernas y los brazos de un animal. En la otra banda aparece una repetición de estrellas completas con su centro (figuras 2 y 3).
 

Tepantitla

Figura 2. Tepantitla, Teotihuacan. Pórtico 2, mural 3. El llamado Tlallocan. Foto: María Elena Ruiz Gallut, 2006.

 

Tepantitla. Detalle

Figura 3. Tepantitla. Detalle. Foto: María Elena Ruiz Gallut, 2006.

3. En la serie de murales del denominado Palacio de Zacuala se pintó un Tláloc de perfil que sale de lo que se entiende como un manantial. Esta lectura obedece tanto a la forma lobulada de la que emerge como a las volutas o formas enroscadas que hacen referencia al agua. Alrededor de la imagen de Tláloc se mira una sucesión de estrellas. Cabe anotar que en estas paredes también se pintaron, rodeando la escena central, estrellas en su condición fragmentaria, es decir, por la mitad (figura 4).

4. El último ejemplo lo constituye el mural proveniente del Conjunto del Sol o Zona 5A. En él podemos ver dos personajes de alta jerarquía en procesión, con sendos tocados; cada uno sostiene un cuchillo curvo de sacrificio que atraviesa lo que parecer ser un corazón. En las bandas que aparecen en tres de los lados de esta parte del mural reconocemos mitades de estrella colocadas alternadamente en los límites a lo ancho de estas bandas (figura 5).
 

Zacuala

Figura 4. Zacuala. Pórtico 9. Dibujo tomado de Miller, 1973.

En los cuatro casos seleccionados, la imagen que nos ocupa se halla en estrecha relación con Tláloc y su condición sagrada ligada con aspectos acuáticos y pluviales. En el ejemplo de Teopancaxco se enuncia un vínculo directo con una entidad de naturaleza simbólica, manifiesta en el entrelace o signo “jaguar” (Caso, 1967; Winning, 1987; Ruiz Gallut, 2003).

Basados en estas consideraciones y los ejemplos que hemos utilizado es posible concluir que la estrella de cinco puntas forma parte del repertorio de imágenes que produjo el arte teotihuacano como componente de sus proclamaciones religiosas y políticas. Su aparición recurrente en múltiples espacios indica su trascendencia. Sin embargo, una parte de su mensaje permanece oculta para nosotros, aunque es probable que en algunos aspectos sustanciales se haya trasladado a territorios lejanos mediante la repetición de formas similares presentes en objetos diversos.
 

Conjunto del Sol

Figura 5. Zona 5A, Conjunto del Sol, Pórtico 10, Murales 1-2. Tomada de Sejourné, 1966.

Tal es el caso de una vasija expuesta en el Museo David J. Guzmán, en la ciudad de San Salvador, con número de inventario A1-31. Sus medidas son 27.2 cm de alto y 28.3 cm de ancho. Fue encontrada en el sitio arqueológico de Tazumal, municipio de Chalchuapa, departamento de Santa Ana, y, según la ficha del Departamento de Registro de Bienes Culturales del museo, proviene de la excavación realizada el 1 de junio de 1950, en la Fosa 14, y es la pieza clasificada con el número 35. La misma ficha la ubica como perteneciente al periodo Clásico medio.

Se trata de un recipiente cuya apertura presenta bordes convexos. Muestra una rica ornamentación en su parte frontal, donde se mira un rostro humano coronado por una estrella de cinco puntas o bien saliendo de ella. La pieza está en buen estado de conservación y mantiene en grado considerable sus colores originales, lo que le otorga una cualidad particular.
 

Vasija teotihuacana

Vasija teotihuacana. Dibujo Tomado de Winning, 1987, según Sejourné, 1966

En las aristas superiores de la estrella se encuentra lo que se ha identificado comúnmente para la iconografía de Teotihuacan como flamas o humo, elemento que forma parte de Los signos del fuego, mismos que a su vez son parte del Complejo del Dios Viejo del Fuego en la propuesta de Von Winning, quien en el dibujo de una vasija señala la relación entre las flamas y la estrella como “emblema heráldico” (Winning, 1987, t. II: fig. 23a) [figura 6].

Entre las puntas de la estrella que se encuentran a la izquierda y derecha del rostro se halla, en cada lado, una cabeza de lo que se reconoce como una serpiente emplumada. Para Langley (1986) “la cabeza de serpiente aparece en una variedad de contextos semióticos”. Este icono del arte precolombino se liga con entidades acuáticas por medio de la presencia, en múltiples ejemplos, de elementos de agua, como ojos y chorros del líquido. Para Von Winning es probable que su naturaleza dual recoja también en Teotihuacan aspectos del simbolismo creador que conjunta la deidad del Posclásico conocida como Ehécatl-Quetzalcóatl (Winning, 1987, t. I: p. 125).
 

Vasija de Tazumal

Figura 6. Vasija procedente de Tazumal. Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán, El Salvador. Foto: María Elena Ruiz Gallut, 2013.

Cabe resaltar que el tratamiento formal de estas imágenes refiere de inmediato a las figuras producidas en Teotihuacan en diversos soportes y con diferentes materiales, principalmente las esculturas en piedra.

El rostro de la vasija de Tazumal, pintado en color amarillo, muestra el cabello recortado sobre la frente. Tiene los ojos abiertos y la boca entreabierta, sellada por un material blanco, lo que le otorga a la imagen un gesto peculiar y quizás la indicación de un individuo que ya no puede hablar (¿muerto?). Junto a las fosas nasales se colocaron unas pequeñas esferas y debajo de la barbilla una especie de collar. El personaje porta unas orejeras circulares con el elemento que Langley (1986) denomina “Bellshape A” (Reference 86) y que pertenece de suyo al repertorio iconográfico teotihuacano. Este elemento forma parte sobre todo de la imaginería propia de los incensarios teotihuacanos.

Como remate visual, detrás del rostro y de la estrella, hay una forma rectangular que le da soporte a la imagen total. Cabe destacar que el diseño estelar se resalta por una línea gruesa pintada de rojo que recorre el borde de la estrella (figura 7).
 

Vasija procedente de Tazumal. Detalle.

Figura 7. Vasija procedente de Tazumal. Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán, El Salvador. Detalle. Foto: María Elena Ruiz Gallut, 2013.

 

Tazumal y las resonancias de una imagen

Ya en 1943 Stanley Boggs señalaba al “Grupo de Tazumal”, en la zona de Chalchuapa, como una de las cinco áreas arqueológicas más extensas de El Salvador. Sus excavaciones y trabajos de conservación, realizados durante varias temporadas desde el año de 1942 y hasta 1950 (http://www.fundar.org.sv/tazumal.html), permitieron un avance importante en el conocimiento del sitio. Es probable que la pieza descrita anteriormente haya sido localizada durante las excavaciones de Boggs.

En principio, para los propósito de este texto, podemos señalar que una parte considerable de los vestigios arqueológicos en el actual territorio salvadoreño, además de aquellos de origen maya, es resultado de las migraciones pipiles. Dicho término, aún hoy, se refiere al grupo étnico hablante de náhuat que incursionó en tierras centroamericanas desde el norte, al parecer durante el Posclásico temprano mesoamericano, fundamentalmente. En la actualidad, sólo un pequeño porcentaje de la población conserva la lengua náhuat (Amaroli, 1992).

En relación con los tiempos antiguos, tal grupo habría participado en la vida cultural de ciertos lugares, ofreciendo con ello la presencia particular de elementos de naturaleza esencialmente religiosa (Escamilla, 2011; Escamilla y Fowler, 2013). En tal caso se encuentra San Andrés, Cihuatán, y Las Marías, entre otros. Sin embargo, cabe hacer notar que la cronología de Tazumal tiene su origen en una temporalidad más temprana, según lo apunta el propio Boggs: “Una de las cosas importantes de Tazumal es que este sitio estuvo habitado durante una gran cantidad de años” (Boggs, 1943: 128). En la publicación citada, Stanley Boggs no define de manera puntual una periodización para el sitio. No obstante, anota como explicación para la presencia temprana en el lugar: “Se sugiere penetración mexicana en periodos que creemos ahora de tiempos antiguos y recientes. Restos antiguos que se pueden remontar hasta las culturas del norte [de El Salvador, n. a.], son ciertos ejemplares trípodes, vasos de barro grabados con dibujos que se relacionan claramente con objetos del antiguo Teotihuacan, y datan del siglo VI o VII” (Boggs, 1943: p. 128).

Los trabajos arqueológicos que siguieron a las excavaciones de Boggs han estado mayormente enfocados a la recuperación y conservación de los vestigios arquitectónicos, sin que se hayan realizado nuevas exploraciones de manera sistemática y sostenida. Por otra parte, se reconoce que los primeros fechamientos relativos al lugar corresponden al Clásico temprano (250 d. C.) y hasta el Posclásico temprano, entre el año 900 y 1200 d. C. (Valdivieso, 2005). Incluso cabe anotar que la cancha de juego de pelota, dos pirámides y otras estructuras datan del año 400 d. C. o antes, como indica la presencia en el área de Chalchuapa de bajorrelives con personajes de apariencia olmeca, trabajados en lo que se conoce como “La piedra de las victorias” (http://www.fundar.org.sv/tazumal.html).

Lo anterior significa que dentro de este amplio periodo de ocupación las formas teotihuacanas bien pudieron insertarse en el ambiente cultural de la zona y, aunque adaptadas o recreadas de manera local, mantener para su funcionamiento social al menos parte de significado original.

Resulta entonces sugerente que la estrella de cinco puntas –que, dicho sea de paso, se encuentra reproducida también en otros sitios de Mesoamérica, como Cacaxtla (Foncerrada, 1993)– aparezca en contextos claramente vinculados con la práctica de una ideología religiosa y política, como bien puede indicarlo la presencia de las flamas y de las cabezas de serpiente. Si a partir de lo señalado de manera breve aquí, reconocemos que la vasija de Tazumal concentra un valor simbólico particular a partir de la presencia de la estrella, podemos, de manera general, abonar en el campo de la comprensión de la clase de influencia de la cultura de Teotihuacan fuera de la metrópoli.

 

Reflexiones  finales

En este primer acercamiento intentamos valorar, a través de la comparación de ciertos elementos tal vez emblemáticos, si existe una relación entre lo que pudiésemos entender como formas y expresiones culturales semejantes en tiempos y espacios distintos. Nos parece que el caso elegido proporciona información susceptible de un análisis como el presente, ya que su manifestación recurrente hace evidente, al menos, un uso compartido de las formas. En una apreciación más profunda, podríamos apuntar que la validez de dicho uso radica en la importancia, en este caso, de la estrella de cinco puntas, que en los ejemplos relacionados con Teotihuacan señalan conexiones, no comprendidas cabalmente, entre entidades sagradas como Tláloc y la serpiente emplumada, y las figuraciones del poder ostentadas por la clase dirigente.
 

Estrella de cinco puntas, Teotihuacan

Estrella de cinco puntas, Teotihuacan. Tomada de Miller, 1973.

La estrella de Tazumal se asemeja sin duda a figuras del mismo tipo teotihuacanas. Pero esta semejanza también encierra diferencias: un rostro humano que rompe drásticamente el hieratismo y la vacuidad del disco central de la imagen de referencia, una boca y una nariz sellada, elementos todos que ofrecen la posibilidad de una lectura de un uso ritual del objeto: ¿una urna funeraria?

Finalmente, sin la intención de profundizar en una discusión sobre los tiempos de la historia de Tazumal, resulta oportuno recuperar el siguiente planteamiento de Boggs: “Sabemos, por la semejanza de Tazumal con los sitios de Guatemala, México, Honduras, […] que El Salvador fue desde temprano sujeto a varias olas de migración del norte, seguidas aparentemente por desarrollos locales, mezclándose más tarde elementos culturales del norte y del sur” (Boggs, 1943: p. 130). La pregunta para Tazumal es entonces: ¿Teotihuacan, Tula o ambas?
 

Referencias

–Aguilar Montalvo, Enrique, Teotihuacan. Un estudio de la geografía, arquitectura, religión y calendario agrícola, Quito, Ecuador, Organización Cultural Pueblos de América, 2011.

–Amador Bech, Julio, El significado de la obra de arte. Conceptos básicos para la interpretación de las artes visuales, México, UNAM, 2008.

–Amaroli, Paul, Algunos grupos cerámicos pipiles de El Salvador,  CONCULTURA, San Salvador, El Salvador, 1992 (documento subido en la página de FUNDAR, <http://www.fundar.org.sv/referencias/pipilpots.pdf>, consultada el 15 de noviembre de 2013).

–Boggs, Stanley H., “Observaciones respecto a la importancia de Tazumal en la prehistoria salvadoreña”, en Tzunpame, El Salvador, Publicaciones del Ministerio de Educación Pública, año III, núm. 1, 1943, pp. 127-133 (documento escaneado por FUNDAR en 2010; consultado en internet el 16 de noviembre de 2013).

–Caso, Alfonso, Los calendarios prehispánicos, México, UNAM, 1967.

–De la Fuente, Beatriz (coord.), La pintura mural prehispánica en México: Teotihuacan, Tomo I, Catálogo, México, UNAM, 1995.

–Escamilla, Marlon, “La costa del Bálsamo durante el post-clásico temprano (900-1200 d. C.): una aproximación al paisaje cultural nahua-pipil”, en Revista La Universidad, El Salvador, núm 14, abril-junio de 2011, pp. 67-90.

–Escamilla, Marlon y William R. Fowler, Proyecto migraciones nahua-pipiles del postclásico en la cordillera del Bálsamo, El Salvador, Universidad Tecnológica de El Salvador, 2013.

–Flores Gutiérrez, Daniel, “Signos astronómicos de Mesoamérica”, en Daniel Flores Gutiérrez, Margarita Rosado Solís y José Franco López (coords.), Legado astronómico, México, UNAM, 2011.

–Foncerrada de Molina, Martha, Cacaxtla. La iconografía de los olmeca xicalanca, Emilie Carreón (ed.), México, UNAM, 1993.

–Langley, James C., “Simbolic Notation of Teotihuacan. Elements of Writing in a Mesoamerican Culture of the Classic Period”, British Archaeological Research, International Series 313, Oxford, Inglaterra, 1986.

–Ruiz Gallut, María Elena, "Teotihuacan a través de sus imágenes pintadas", en La pintura mural prehispánica, México, Conaculta y Editorial Jaca Book, Milán, 1999, pp. 41-66.

–Ruiz Gallut, María Elena, “El lenguaje visual de Teotihuacan: un ejemplo de pintura mural en Tetitla”, tesis de Doctorado en Historia del Arte, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2003.

–Séjourné, Laurette, Arqueología de Teotihuacan: la cerámica, México, FCE, 1966.

–Valdivieso, Fabricio, “El Tazumal. Avances del proyecto de investigación arqueológica y restauración en la estructura B1-2 del sitio arqueológico El Tazumal, Zona Arqueológica de Chalchuapa, El Salvador, Centro América”, en El Salvador investiga, El Salvador, CONCULTURA, año 1, núm. 1, 2005, pp. 5-24.

–Winning, Hasso von, La iconografía de Teotihuacan. Los dioses y los signos, México, UNAM, tt. I y II, 1987.

–Spraj, Iván, Venus, lluvia y maíz. Simbolismo y astronomía en la cosmovisión mesoamericana, México, INAH, 1996.

De internet:

–FUNDAR, <http://www.fundar.org.sv/tazumal.html>, consultado el 14 de noviembre de 2013.

El Diario de Hoy, en elsalvador.com, <http://www.elsalvador.com/noticias/2005/03/29/escenarios/esc2.asp>, consultado el 16 de noviembre de 2013.
 

Tazumal, El Salvador

Tazumal, El Salvador. Foto: María Elena Ruiz Gallut, 2013.

 

*Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

La autora agradece profundamente a Hugo Iván Chávez al igual que a José Concepción Torres y Jorge Rubio, así como a Astrid Chang del Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán, por su apoyo en la obtención de datos sobre el material arqueológico motivo del presente texto.

 

Inserción en Imágenes: 04.12.13

Imagen de portal: Zacuala. Pórtico 9. Tomado de Miller, 1973.

Temas similares en Archivo de artículos.