El nuevo romanticismo en las artes visuales

Benigno Casas*
casasbenigno@gmail.com

El concepto innovador del romanticismo fue el del genio artístico, creativo y opuesto a la razón ilustrada y el clasicismo. Proclamaba el rescate de una libertad individual sustentada en el respeto a la subjetividad, la intuición y la pasión, contribuyendo con ello a retomar la naturaleza humana como centro de atención universal. La imaginación romántica era instrumento de revelación espiritual y por ende elemento mediador entre el hombre y la naturaleza, lo que permitía al artista incursionar en un estado de particular conciencia que, de acuerdo con Caspar David Friedrich, propiciaba cerrar el “ojo físico para poder ver con el ojo del alma”.[1]
 

Alvarado Carreño, Cactus

Alejandro Alvarado Carreño, Cactus, 2005, xilografía/papel, 60 x 80 cm.

Esta convergencia entre sujeto místico y presencia infinita de la naturaleza se daba a través del sentimiento como noción fundamental del pensamiento romántico, que alude a un presentimiento del universo vinculado a la conciencia moral, al presagio de la divinidad y a una comprensión que integra capacidad racional y sensible, a efecto de forjar una peculiar crítica al conocimiento discursivo apoyado en la demostración científica. Con la irrupción romántica entra en crisis la idea del arte ligado a la sola representación sustentada en los cánones del equilibrio y la armonía renacentistas, y se asume el paradigma de que la obra de arte surge como una proyección de la subjetividad del artista.

Esa tradición romántica sería retomada por diversos autores; entre ellos, Wilhelm Worringer,[2] quien contribuyó a generar las bases para el surgimiento del movimiento expresionista. Sus aportaciones parten del supuesto de que la obra de arte se encuentra del lado de la naturaleza pero como un organismo autónomo, sin nexo con ella, si por “naturaleza” se entiende la superficie visible de las cosas. Así, lo bello natural no constituye condición alguna del objeto artístico, aunque ha llegado a ser un valioso factor de éste. De esta forma, la estética moderna pasa del “objetivismo estético al subjetivismo estético”, lo que significa que no parte de la forma del objeto estético sino del comportamiento del sujeto que lo contempla, y culmina con una teoría denominada Einfühlung (proyección sentimental), que Worringer retoma como punto de partida para llegar a la abstracción.
 

Bernáldez, de la serie Botánica

Cannon Bernáldez, sin título, de la serie Botánica, 2010, ferrotipo, 4 x 5 pulgadas.

La abstracción se asume así como el instinto de arrancar el objeto de su contexto natural, a efecto de romper sus relaciones para clarificarlo, estabilizarlo y darle una forma nueva y absoluta. La empatía es la base del “naturalismo”, mientras la abstracción lo es del “estilo”. Die Brücke (El Puente) y Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) son los grupos de artistas históricamente reconocidos que le dieron materialidad a la pintura expresionista entendida bajo estos preceptos. El expresionismo tiene su origen en tres raíces inmediatas: 1) el simbolismo del Jugendstil, que reivindica las formas emocionales y sugestivas que tienen como base el plano bidimensional (con especial énfasis en la línea y la forma); 2) la influencia determinante de artistas como Van Gogh, Gauguin, Munch y Ensor, retomados como ejemplos y modelos a seguir; 3) el descubrimiento del arte tribal, hasta entonces poco conocido y valorado, materializado en las pinturas y esculturas de los pueblos africanos y de los insulares de los mares del sur.[3]

La personalidad de Kandinsky destaca, entre otras cosas, por haber establecido en sentido programático los postulados del expresionismo: el artista crea misteriosamente la obra de arte por vía mística; separada de él adquiere vida propia y se convierte en un ente independiente que posee una vida material real. El arte en su conjunto no significa una creación inútil de objetos que se desvanecen en el vacío sino una fuerza de gran valía para el desarrollo y la sensibilidad humanas. El arte es lenguaje del alma y de las cosas que para ella significan su alimento. De sustraerse a estos propósitos el arte dejaría un vacío enorme, al no existir ningún poder que le supla. En el momento en que el alma humana goza de una vida intensa, el arte revive, ya que el alma y el arte mantienen una relación recíproca de efecto y causa dirigidas a la perfección.[4]
 

Villalobos, El descanso

Irma Villalobos, El descanso, 2004, fotografía digital intervenida.

El expresionismo abstracto tiene sus cimientos en la tradición romántico-expresionista europea y se consolida orgánicamente como tendencia a mediados del siglo XX en la ciudad de Nueva York, con la obra de Mark Rothko, Adolph Gottlieb y Barnett Newman, quienes reafirman su propuesta con base en los principios de “exploración, afirmación y expresión de uno mismo”. Estos artistas se autodefinen como “creadores de mitos modernos”, al apoyarse en las culturas primitivas y arcaicas para generar una serie de metáforas y símbolos sobre la situación trágica del hombre moderno. Validan su arte como una aventura en un mundo desconocido, sólo explorado por aquellos dispuestos a arriesgarse, apelando a la libre imaginación. Se fijan el propósito de que el espectador pueda “ver” a su modo, para lo cual favorecen la expresión sencilla del pensamiento complejo, inclinándose por las grandes dimensiones dado su impacto inequívoco, al igual que por las formas planas, porque éstas contribuyen a destruir la ilusión y revelan la verdad. De igual forma se pronuncian contra el academicismo y retoman los temas trágicos e intemporales, reivindicando su parentesco espiritual con el arte primitivo y arcaico.[5]

Si durante sus últimos años Mondrian se propuso eliminar lo trágico y sublime del arte, los expresionistas abstractos, por el contrario, pugnaron por rescatarlo y cultivarlo bajo la influencia de Nietzche, quien paradójicamente fungió como puente y referente conceptual con los nuevos expresionistas surgidos en las últimas décadas del siglo XX en las ciudades de Berlín, Düsseldorf, Hamburgo y Colonia, sedes del neoexpresionismo que asumió el retorno de la pintura como un medio eficaz para hallar la razón histórica de su presente, como la manera más directa de asimilar la modernidad y como una forma de reencuentro con su tradición cultural. El surgimiento de este movimiento constituyó asimismo un retorno a la añeja visión romántica de origen gótico-renacentista, fundamental en la reconstrucción cultural alemana. Pero el neoexpresionismo se vinculó también en forma manifiesta con el expresionismo abstracto estadounidense al combinar un sentido de lo particular autóctono y existencial, con una proyección internacional del más elevado espíritu creativo. Esta unión de tradición germánica y vanguardia internacional se liga al fenómeno de renovación romántica que suma tradiciones y paradojas, donde se mezclan novedad y originalidad, tradición y modernidad.[6]
 

Revueltas, Map cloud 4

Coral Revueltas (Sistema Nacional de Creadores), Map cloud 4, 2012, electrografía bordada, 60 x 60 cm.

 

Corral, Humo, 2013

José Luis Corral, Humo, 2013, óleo/restos de cerámica/tela, 40 x 40 cm.

La actualidad estética romántica se produce a partir de ciertos presupuestos que giran alrededor de nuevos contextos de producción, distribución y consumo del arte contemporáneo. De tal suerte, en años recientes resurge la presencia neorromántica con nuevas propuestas y autores que reivindican la individualidad del sujeto como parte sustantiva de una sociedad cada vez más distanciada de la condición humana. En 2005 tuvo lugar la exposición “Mundos de ensueño: el nuevo romanticismo en el arte contemporáneo”, celebrada en la ciudad de Frankfurt, cuyos contenidos tuvieron como base la añoranza frente al extravío de una sociedad caracterizada por sus drásticos cambios y por la pérdida de vínculos sociales, en donde la saturación demográfica y la pobreza, amén de los trágicos acontecimientos que conllevan, contribuyen a despertar el anhelo de pugnar por la seguridad existencial y por nuevas perspectivas redentoras.[7]

Las artes visuales contemporáneas no son ajenas a los efectos devastadores de los nuevos contextos sociales posmodernos, como en su momento llegó a suceder con los movimientos romántico y expresionista. Después de las corrientes artísticas identificadas con el conceptualismo, y de la transformación del arte en acción social, se observa un resurgimiento de las propuestas visuales fincadas en el pensamiento de tradición romántica.

La reactivación romántica confirma la teoría de Theodor W. Adorno[8] de que el arte es la “antítesis de la sociedad”, porque de las contradicciones surgidas en ella se genera un proyecto fascinante. Si en los inicios del siglo XXI se habla de neorromanticismo en el arte, ello obedece al paralelismo conceptual que se da con el movimiento decimonónico, permitiéndonos afirmar que en las actuales formas de producción visual, la actitud de los artistas guarda rasgos de identidad con la asumida por los poetas, escritores y pintores del siglo XIX, quienes se pronunciaron contra el racionalismo y la alienación imperantes, frente a los inicios del progreso industrial y urbano, y que en los tiempos que vivimos se ilustra con el desarrollo inconmensurable del capital financiero, la biotecnología y las telecomunicaciones que todo lo explican y justifican, sin que ello contribuya a remediar las desigualdades sociales y culturales. Klaus Lankheit[9] afirma que si bien en la actualidad las condiciones socio-culturales son distintas, se presenta la misma necesidad imperiosa de cambios estructurales en esos terrenos, y particularmente en segmentos relacionados con la sustentabilidad ecológica, el respeto a la diversidad étnica y cultural, la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la marginación mundial, que alejan el espíritu del hombre de su propia naturaleza, convirtiéndole en un autómata del enorme engranaje en que se sustentan las actuales redes de poder internacional.
 

Gutiérrez Angulo, Su venado

Carlos Gutiérrez Angulo (Sistema Nacional de Creadores), Su venado, 2004, óleo/tela, 140 x 160 cm.

De acuerdo con Rafael Argullol,[10] el actual romanticismo se proyecta como una “nueva sensibilidad” que reconoce un malestar civilizatorio, permanente y de vastas dimensiones, expresado en un sentimiento de asfixia frente a la propia época, una desconfianza ante las opciones colectivas y una exaltación insatisfecha de la subjetividad, de tal manera que el nuevo romanticismo se define como una conciencia desgarrada, y paulatinamente como una voluntad de resistencia individual frente a la realidad social avasallante. Pero también se traduce en una “concepción trágica de la existencia”, entendida como una tendencia espiritual presente en las poéticas románticas, que tiene su origen en perennes reflexiones literarias y filosóficas, con sus consecuentes definiciones estilísticas, que dan lugar a un “espacio de autoexilio”, desde el que se manifiestan audaces alternativas que buscan romper con el cerco de la realidad. De igual manera, la actualidad romántica se inserta en las “tendencias y contradicciones” prevalecientes en el contexto de la cultura contemporánea, entre las que se encuentran la pérdida de la nostalgia como un elemento de valor, la desaparición del diálogo místico hombre-naturaleza, y la inconsciencia para poner freno a la imposición de corrientes y modas surgidas del bombardeo mediático, fortaleciendo con ello la incapacidad humana para afrontar la ausencia de paradigmas.

Los artistas del nuevo romanticismo se identifican en su afán creativo de marcada individualidad, y en su hacer se expresan como si se tratara de una necesidad biológica, continua y poderosa, distante en buena medida de los juicios de valor estético, histórico o ideológico. La libertad plena es su divisa en el ejercicio de su creatividad, y en el plano espiritual se asumen como sus propios dioses, constructores de sus respectivos imaginarios y proyectos. La conciencia neorromántica va más allá de la razón discursiva, traducida al lenguaje y la lógica; brilla en medio del “yo” caótico, sin sufrir por las limitaciones provocadas por las causas y efectos que invariablemente guían la actividad humana. Se eleva del inconsciente, no lo rechaza, lo regula y sublima sus impulsos en actividad creadora. Es difícil distinguirla de la intuición, pues si decimos que ésta está dotada de sensaciones, la conciencia tomará posesión de la razón. La conciencia neorromántica también puede definirse como una introspección sin connotaciones éticas, aunque puede tener una equivalencia con la autocrítica moral, sin tender con ello a la religión, sino más bien a la estética.[11]
 

Archundia, I’D 3

Lourdes Archundia, I’D 3, 2006, óleo/cartón, 64 x 46 cm.

Se afirma que el arte del nuevo romanticismo nos permite realizar un viaje interior a todos los lugares que la imaginación está dispuesta a explorar. Si el artista sólo se orienta por el camino de la filosofía y la crítica del arte, únicamente contribuirá a que su obra desaparezca y no sobreviva más que en términos discursivos e intangibles. La abstracción formal puede llevar al extremo de extraviar el punto de vista humano, teniendo como único recurso la utilización de procedimientos más allá de las formas, apoyándose sólo en el discurso. Si reconocemos al arte como la expresión subjetiva del hombre, el significado de la forma es completamente relativo. El sentido de lo humano en el arte procede en principio de la observación de quien aporta su punto de vista y sentimientos; al prescindir por completo de esos factores, lo artístico se reduce a un aspecto material. Si bien la forma es condición existencial y material del arte, desde su gestación hasta la realización de la obra, constituye también una búsqueda que atraviesa por un proceso que va de la concepción a la conclusión de la obra. Sin embargo, la forma no puede ser independiente, puesto que su existencia obedece a una condición, que es la imagen generada por la conciencia humana. Decir que la forma es el arte quiere decir que el lenguaje es el estilo. Si nos apartamos de los sentimientos que el artista desea expresar en la obra, tanto el lenguaje como la forma degenerarán en simples juegos de destreza y perderán su carácter y función creativos. En la forma pura se corre el riesgo de que los sentimientos queden erosionados o neutralizados hasta redundar en lo meramente decorativo. Desde los ensamblajes hasta la publicidad, desde la decoración hasta la arquitectura, son numerosos los materiales con tecnología moderna que han permitido realizar este tipo de formas. El recurso de la forma ha devenido en los usos más comunes y corrientes de la sociedad de consumo. Las formas se han simplificado, mientras el carácter valorativo e intrínseco de la forma, progresivamente borrado por los materiales, las nuevas técnicas y los procedimientos tecnológicos, pierde su autonomía y sentido.[12]
 

Casas, Edénico

Benigno Casas, Edénico, 2010, óleo/polipropileno, 45 x 58 cm.

 

*Maestro en Artes Visuales (ENAP-UNAM) y editor de Antropología. Boletín Oficial del INAH.

 

Inserción en Imágenes: 09.05.13

Imagen de portal: Carlos Gutiérrez Angulo (Sistema Nacional de Creadores), Su venado, 2004. Detalle.

Nota: El autor agradece a Alejandro Carreño, Cannon Bernáldez, Irma Villalobos, Coral Revueltas, José Luis Corral, Carlos Gutiérrez y Lourdes Archundia haber cedido el uso de sus imágenes para ilustrar este ensayo.

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[1] Caspar David Friedrich, “Sobre arte y espíritu artístico (sin fecha)”, en Novalis et al., Fragmentos para una teoría romántica del arte, antología y ed. de Javier Arnaldo, Madrid, Tecnos (Metrópolis), 1994, pp. 132-133.

[2] Wilhelm Worringer, Abstracción y naturaleza, México, FCE, 1953, pp. 52-56.

[3] Peter Selz, La pintura expresionista alemana, Madrid, Alianza, 1989, p. 101.

[4] Wassily Kandinsky, De lo espiritual en el arte, México, Premiá, 1981, pp. 103-105.

[5] New York Times, 13 de junio de 1943, citado por John Golding, Caminos a lo absoluto. Mondrian, Málevich, Kandinsky, Pollock, Newman, Rothko y Still, México, Turner/FCE, 2003.

[6] Christos M. Joachimides, “Origen y visión”, en Origen y visión. Nueva pintura alemana, Barcelona, Centro Cultural de la Caixa de Pensions, 1984, p. 5.

[7] Max Hollein y Martina Weinhart (eds.), Wunschwelten. Neue Romantik in der Kunst der Gegenwart/New Romanticism in Contemporany Art, Frankfurt, Verlag, 2005.

[8] Theodor W. Adorno, Teoría estética, Madrid, Akal, 2004, p. 19.

[9] Klaus Lankheit, Revolución y restauración, Barcelona, Praxis/Seix Barral, 1967, p. 5.

[10] Rafael Argullol, “El romanticismo como diagnóstico del hombre moderno”, en Diego Romero de Solís y Juan B. Díaz Urzueta (eds.), La memoria romántica, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997, pp. 208-213.

[11] Véase al respecto el interesante ensayo de Gao Xingjian, Por otra estética, seguido de Reflexiones sobre la pintura, Barcelona, El Cobre, 2004, pp. 15-17.

[12] Idem.