José de Lombeyda, vendedor de los libros de Sor Juana

Alejandro Soriano Vallès*
aquella_fenix@yahoo.com.mx

 

Para Arturo Arellano Hurtado
 

Biblioteca Palafoxiana, ciudad de Puebla, México. Foto: Martha Fernández.
 

EN EL “PRÓLOGO A QUIEN LEYERE” de su edición de Fama y obras póstumas de Sor Juana Inés de la Cruz (Madrid, Manuel Ruiz de Murga, 1700), el futuro obispo de Yucatán, don Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, dejó constancia del trato personal que tuvo con la monja jerónima cuando habla de la felicidad de “los que merecimos ser sus oyentes”.[1] Estamos, pues, en presencia de un hombre que la conoció y, al ser parte del círculo eclesiástico y letrado novohispano al que ella pertenecía, poseyó información privilegiada sobre su vida y obra.

También en el “Prólogo” el editor refiere cómo la poetisa, “por enajenarse evangélicamente de sí misma, dio de limosna hasta su entendimiento en la venta de sus libros; su precio puso en el erario de los pobres, las benditas manos de su prelado, el esclarecido señor doctor don Francisco de Aguiar y Seixas, dignísimo arzobispo de México.”[2]

Tenemos, luego, datos históricos proporcionados por una persona próxima a la Décima Musa. No es la única que los ofrece. Su primer biógrafo, el jesuita Diego Calleja –que legó constancia del intercambio epistolar que mantenía con ella en la Elegía publicada en la Fama– aseguró que “la amargura que más, sin estremecer el semblante, pasó la madre Juana, fue deshacerse de sus amados libros, como el que, en amaneciendo el día claro, apaga la luz artificial por inútil. Dejó algunos para el uso de sus hermanas, y remitió copiosa cantidad al señor arzobispo de México para que, vendidos, hiciese limosna a los pobres.”[3]

El padre Juan Antonio de Oviedo, residente en México y compañero del padre Antonio Núñez de Miranda, confesor de nuestra religiosa, explicó cómo ella,
 

en testimonio y prueba de las veras con que trataba ya de amar sólo a su Esposo, se deshizo de la copiosa librería que tenía […] Echó también de la celda todos los instrumentos músicos y matemáticos singulares y exquisitos que tenía, y cuantas alhajas de valor y estima le había tributado la admiración y aplauso de los que celebraban sus prendas como prodigios; y, reducido todo a reales, fueron bastantes a ser alivio y socorro de muchísimos pobres.[4]
 

Estos testimonios de quienes conocieron a Sor Juana y vivieron en su entorno fueron posteriormente corroborados por hallazgos documentales.

Efectivamente, la investigadora norteamericana Dorothy Schons sacó a la luz en 1929 una noticia donde, aludiendo a los libros de la Fénix, se habla de los “que vendió vuestro [sic] muy reverendo Arzobispo”, así como del “licenciado José de Lombeyda difunto y el dicho José Rubio su secretario por cuya mano los vendió”.[5]
 

Nicolás Rodríguez Juárez, retrato de Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa. Museo Nacional del Virreinato, Tepotzotlán, México.
 

Varias décadas después, en marzo de 2011, yo di a conocer, a través de una entrevista en el semanario Proceso,[6] la existencia del testamento del padre José de Lombeyda, viejo amigo de Sor Juana Inés de la Cruz,[7] que en su cláusula 20 dice:
 

declaro que la madre Juana Inés de la Cruz religiosa que fue del convento del glorioso doctor San Jerónimo ya difunta me entregó distintos libros para que los vendiese, y habiendo fallecido dicha religiosa en virtud de mandato del Ilustrísimo señor arzobispo desta diócesis continué en la dicha venta y su procedido lo he ido entregando a su Señoría Ilustrísima y los que han quedado en ser están en mi poder ordeno y mando se entreguen a dicho señor arzobispo.
 

El hallazgo de tan importante papel, realizado por Ken Ward, curador de la Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Brown, me lo comunicó el 6 de febrero de 2011 el sorjuanista Luis M. Villar con la intención de que yo lo estudiara y lo hiciera del dominio público. Al poco tiempo, en el número de diciembre de ese año de la revista Relatos e historias en México,[8] di a la estampa el primer análisis acerca del testamento y de la exacta correspondencia que mantiene con las antedichas deposiciones de los contemporáneos de la monja.
 

Cláusula 20 del Testamento de José de Lombeyda. Archivo General de la Nación. “Bienes nacionales” (014), vol. 877, exp. 44, f. 3 v.
 

Evidentemente, advertí ahí,
 

la cláusula 20 prueba que –como Calleja, Castorena y, de hecho, la totalidad de los testimonios de la época afirman–,02 Sor Juana entregó sus libros voluntariamente y detalla el modo en que la venta se hizo. Resulta claro que Sor Juana, libremente, quiso que Lombeyda vendiera sus libros: ella se los dio. El testamento precisa la información brindada por Schons en su artículo de 1929 […] Todas las crónicas novohispanas, redactadas por personas que conocieron a Sor Juana y estuvieron al tanto de los sucesos de su vida, dicen que ella, conscientemente, dio a vender sus libros para darle el dinero al arzobispo Francisco de Aguiar y Seixas y socorrer a los pobres. La cláusula 20 del testamento de Lombeyda prueba la exactitud de dichas crónicas.[9]
 

Dadas las anteriores referencias históricas y documentales, no debería haber ninguna duda ni del porqué ni del cómo de la venta de la biblioteca de la Décima Musa.

Ahora bien, se sabe que, a causa principalmente de las especulaciones de Octavio Paz en su libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (México, FCE, 1982), a partir de los últimos decenios del siglo XX se volvió lugar común de la crítica especializada asegurar que el arzobispo Aguiar y Seixas despojó a la religiosa de sus libros. Esta elucubración no sólo carece por completo de fundamentos historiográficos; como es notorio, contradice abiertamente los que sí tenemos. No hay, en efecto, evidencias del despojo de marras.

Paradójicamente, tan absurdo escenario no se extinguió con la aparición del testamento de Lombeyda. Por el contrario, la crítica mencionada maniobró deprisa para apoderarse del documento, y con el fin de restarle peligrosidad y evitar las rectificaciones que mi análisis del mismo demandaba, elaboró un estudio sustitutivo ad hoc.[10]

Tal fue el artículo de María Águeda Méndez “Joseph de Lombeida o la ajetreada vida de un presbítero novohispano”, publicado hacia 2013 o 2014[11] en la revista de la Universidad del Claustro de Sor Juana Prolija memoria.

Veamos cómo la autora confesó deberme a mí la noticia de la existencia del testamento de Lombeyda cuando en la página 92 manifestó su asombro:

“Cuál no sería mi sorpresa al enterarme [concedió], a principios de este año [2011], cuando leía una entrevista sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del Verbo de Alejandro Soriano Vallès, que el testamento del capellán había sido localizado en el Archivo General de la Nación. Fue en ese momento que, con gran curiosidad e interés […] me di a la tarea de iniciar una investigación sobre el ignorado personaje.”
 


 

Por supuesto, tras el lanzamiento en 2010 de Doncella del Verbo el padre Lombeyda no era ya un “ignorado personaje” de la vida de la monja, porque en la biografía yo lo había rescatado.[12] Además de ocultar este hecho, Méndez buscó desviar la atención de la primigenia entrevista de Proceso al citar[13] una posterior del diario El Universal,[14] aseverando falsamente que trata de Doncella del Verbo cuando en realidad trata del papel de Lombeyda. Cabría preguntar cómo obtuvo la académica la ubicación del documento, que no se ofrece en la entrevista que ella indica, sino en la original de Proceso. Obrando así en su artículo, María Águeda Méndez, aparte de desposeernos a Ken Ward, a Luis M. Villar y a mí de los créditos que nos corresponden, consiguió adueñarse ilegítimamente de la presentación y –con ella, en buena medida– de la exégesis del testamento. Como dije, esta estratagema de suplantación tuvo el palmario propósito de apoderarse del documento para neutralizarlo al evitar las obligatorias rectificaciones concernientes al apócrifo despojo arzobispal de la biblioteca sorjuanina que mis previos análisis exigían. Méndez eludió responder a dichos análisis en el momento en que, sin aventurarse a llamarme por mi nombre, comentó que “la información que proporciona la cláusula 20 del testamento del bachiller y capellán llenó de expectativas a más de un investigador”.[15] De acuerdo con ella, tales “expectativas” serían infundadas debido a que, “mientras no aparezca más documentación, de cierto, nunca […] sabremos” si “fue decisión de Sor Juana vender sus libros” o “el mandato de Aguiar y Seijas […] fue posterior a la muerte de la Décima Musa”.[16]

Para quien tenga voluntad de aceptarlo, es indudable que María Águeda Méndez, con el designio de que las expectativas del grupo que aún mantiene la idea de que el arzobispo le quitó a la poetisa la biblioteca subsistan, eludió contrastar el contenido (coincidente) de la cláusula 20 con las deposiciones antedichas de Castorena, Calleja, Oviedo et alii. Según parece, para la especialista estos testimonios históricos, señalados insistentemente por mí desde que saqué el testamento a la luz en Proceso, son indignos de consideración.
 

Anónimo, retrato del obispo Francisco de Aguiar y Seixas. Sotocoro del templo de Santiago Nurio, Michoacán. Foto: Irena Medina Sapovalova. Tomada de Lucero Enríquez Rubio (ed.), De música y cultura en la Nueva España y el México independiente: testimonios de innovación y pervivencia, México, UNAM/IIE, 2017, p. 109.
 

Cual era de esperar, el ardid de suplantar mi trabajo con el de Méndez ha tenido eco en la obra de otros sorjuanistas de su signo. Es el caso de Sara Poot Herrera, que ya en 2011, rehusándose a explicitar la fuente, anotó de manera impersonal: “se habla ahora también del testamento del padre José de Lombeida, hecho en julio de 1695”.[17] Y, en línea con la interpretación parcial y exclusivista de su correligionaria, agregó que, respecto a la venta de los libros de la jerónima, la cláusula 20 “dice el cómo, sí, pero no el porqué”.[18] Era obvio que, a semejanza de Méndez, la comentarista desestimaba voluntariosamente las atestiguaciones de los contemporáneos de la madre Juana. Más tarde, en 2017, Poot tornó a plantear la artificiosa duda: “que si bien Sor Juana dio sus libros, no sabemos por qué lo hizo”.[19] La suplantación confiada a María Águeda Méndez reapareció en ese nuevo texto suyo. Ahí Poot, en vez de citar al divulgador y estudioso primero del documento como era de ley, prefirió remitir a su cofrade diciendo que “en el ensayo ‘Joseph de Lombeida o la ajetreada vida de un presbítero novohispano’, María Águeda Méndez proporciona la ubicación del testamento y, en un apéndice, el testamento mismo”.[20] En lo que he puesto en cursiva se puede apreciar cómo la experta les insinúa a los lectores que fue Méndez y no Ward quien descubrió el papel. Igualmente, les hace creer que fue Méndez y no yo quien originalmente publicó su existencia y facilitó su localización. Para colmo de males, los estimula a consultar el escrito de Méndez en lugar de los míos. Por no dejar, Poot Herrera agrega en una nota: “véase también Alejandro Soriano Vallès, ‘Documento desata polémica sobre la interpretación de la vida de Sor Juana’, El Universal, Cultura (sábado 26 de marzo de 2011)”.[21] “Véase también”, sugiere la hermeneuta (cual si mi aportación originaria y mi elucidación fueran permutables con la sesgada y secundaria de su colega), mientras remite –con un título falso–[22] al artículo de periódico mencionado por la propia Méndez (del que ni siquiera soy el autor, pero adjudicándomelo) y no a alguno de mis análisis.

Otro alumno de esta escuela es Francisco Ramírez Santacruz, en cuya biografía, revisada por Sara Poot,[23] se ufana de brindar “una exégesis lo más objetiva posible de todos los datos que se conocen de Sor Juana hasta el día de hoy”.[24] No obstante, a imitación de la de su revisora, la “objetiva exégesis” de Ramírez no considera importantes los datos revelados por los conciudadanos de la Décima Musa referentes a la venta intencional de su biblioteca. En efecto, a pesar de reconocer cómo “los tres testimonios [de Castorena, Calleja y Oviedo] coinciden en que Sor Juana […] entregó su biblioteca […] para su venta”,[25] el biógrafo, siguiendo los pasos de Méndez y Poot, porfía en que en el testamento de Lombeyda “n[o] se entra en detalles para explicar los motivos de Sor Juana para deshacerse de” sus libros,[26] y asienta: “aunque sí hay indicios, según mostraré más adelante, de que Sor Juana no se deshizo de ellos voluntariamente”.[27] Por supuesto, los “indicios” de marras no existen, y se reducen a las elucubraciones ahistóricas de siempre del grupo al que Ramírez pertenece; las cuales, luego de hacerlo concebir una “sospecha” completamente gratuita en torno a la razón de la entrega de los libros de la monja a Lombeyda, lo llevan a repetir la arbitraria y capciosa pregunta de María Águeda Méndez y Sara Poot Herrera: “¿cuál fue esta razón? ¿Se los pidió el arzobispo para sus obras de caridad y ella accedió o simplemente fue despojada de lo que más amaba? No lo sabemos aún.”[28] Por el contrario, lo sabemos desde hace siglos, pues nos lo dijeron quienes trataron personalmente a la madre Juana Inés de la Cruz. Cual es de esperar, Francisco Ramírez repite el modelo suplantador de sus predecesoras cuando en la nota 613 de la página 280, en vez de citar los trabajos del divulgador primigenio del testamento del padre José de Lombeyda, según toca, recurre al de Méndez, agregando como Poot: “sobre este asunto, ver también Soriano Vallès (2011)” (las cursivas son mías).

No es de extrañar que Ramírez haya asimismo agradecido la participación de Guillermo Schmidhuber de la Mora en la hechura de su biografía.[29] Y, consiguientemente, tampoco lo es que éste, al lado de Olga Martha Peña Doria, colabore a la implantación del usurpador artículo de María Águeda Méndez. Así, en Las redes sociales de Sor Juana Inés de la Cruz,[30] sus autores me despojan del galardón de haber sido yo el original anunciador y analista del testamento de Lombeyda. A diferencia de su obra anterior, Sor Juana: teatro y teología, donde exponen muy bien que “Soriano Vallès publicó por primera vez este documento y demostró que la biblioteca de Sor Juana se puso a la venta por propia voluntad y sin la interferencia del arzobispo Aguiar y Seijas”,[31] en ésta más reciente evitan mencionar mis estudios, y los sustituyen con el suplantador de María Águeda Méndez, agregando que “no ha quedado claro si la venta fue voluntaria o exigida”.[32] La flagrante contradicción de Schmidhuber y Peña Doria exhibe a cabalidad el esprit de corps que anima a quienes, sin respetar ni los datos historiográficos ni la labor ajena, buscan imponer una narrativa ajustada a sus caprichos. I
 

Antiguo claustro del convento de San Jerónimo, Ciudad de México. Hoy Universidad del Claustro de Sor Juana. Foto: Martha Fernández.

 

*Escritor, editor, crítico literario y biógrafo de Sor Juana Inés de la Cruz. Es autor de, entre otros, El Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz. Bases tomistas (UNAM, 2000), La hora más bella de Sor Juana (Conaculta, 2008), Aquella Fénix más rara (Minos III Milenio, 2012), Sor Filotea y Sor Juana. Cartas del obispo de Puebla a Sor Juana Inés de la Cruz (FOEM, 2015 y 2019), la edición del poema Primero sueño (Secretaría de Cultura del Estado de México, 2019) y Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del Verbo (Garabatos, 2010 y Jus/ FOEM, 2020)..

 

Inserción en Imágenes: 26 de septiembre de 2020.

Imagen de portal: Miguel Cabrera, retrato de Sor Juana Inés de la Cruz. Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, Ciudad de México.

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[1] Sin página.

[2] Sin página. Las cursivas son mías.

[3] Sin página. Las cursivas son mías.

[4] Vida ejemplar, heroicas virtudes y apostólicos ministerios del V. P. Antonio Núñez de Miranda, México, Herederos de la Viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, 1702. Las cursivas son mías.

[5] “Nuevos datos para la biografía de Sor Juana”, Contemporáneos 9, México, febrero de 1929, pp. 169-170. Las cursivas son mías.

[6] Rodrigo Vera, “El enigma de la biblioteca de Sor Juana”, Proceso, núm. 1793, 13 de marzo de 2011, pp. 78-80. Véase infra n. 10.

[7] Cf. v. gr., Alejandro Soriano Vallès, Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del Verbo, Hermosillo, Garabatos, 2010, pp. 98-100, 103 y 438. De hecho, Lombeyda fungió como testigo cuando la novicia Juana Inés otorgó su testamento el 23 de febrero de 1669.

[8] Alejandro Soriano Vallès, “Sor Juana y sus libros”, Relatos e historias en México, núm. 40, diciembre de 2011, pp. 57-63.

[9] Soriano Vallès, “Sor Juana y sus libros”, Relatos…, p. 62.

[10] El lector interesado puede consultar también Alejandro Soriano Vallès, “Los libros de Sor Juana”, Vida conventual femenina (siglos XVI-XIX), Manuel Ramos Medina (comp.), México, Centro de Estudios de Historia de México Carso, 2013. “Extrañamente”, la página de la entrevista original de Proceso donde se anunciaban mis revelaciones ya no existe en internet. Esto coincide con el relatado procedimiento de apropiación y manipulación del testamento de Lombeyda.

[11] V, 1-2, 2010-2011. Aunque la revista lleva estas fechas, es verdad que no apareció en ella sino tiempo después.

[12] Véase supra n. 7.

[13] Op. cit., p. 92, n. 5.

[14] Alida Piñón, “El enigma sobre los libros de Sor Juana”, en El Universal, sábado 26 de marzo de 2011, <https://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/65098.html>. Consulta: 24 de julio de 2020. El título del artículo de Piñón ofrecido por Méndez en la n. 5 de la p. 92 (“Documento desata polémica sobre la interpretación de la vida de Sor Juana”) es espurio.

[15] Op. cit., p. 110.

[16] Ibid., p. 111.

[17] Sara Poot Herrera, “El hábito sí hace a la monja. Sor Juana en San Jerónimo”, en Casa del Tiempo, vol. IV, época IV, núms. 45-46, julio-agosto de 2011, p. 16. Las cursivas son mías.

[18] Idem.

[19] Sara Poot Herrera, “‘Nocturna mas no funesta de noche mi pluma escribe’. Sor Juana Inés de la Cruz”, en Sor Juana Inés de la Cruz en nuestro tiempo, Toluca, FOEM, 2017, p. 207.

[20] Idem.

[21] Ibid., n. 26. Las cursivas son mías.

[22] Véase supra n. 14.

[23] Francisco Ramírez Santacruz, Sor Juana Inés de la Cruz. La resistencia del deseo, Madrid, Cátedra, 2019, p. 14.

[24] Ibid., p. 12.

[25] Ibid., p. 215. Las cursivas son mías.

[26] Ibid., p. 216.

[27] Idem.

[28] Francisco Ramírez Santacruz, Sor Juana Inés de la Cruz…, p. 220.

[29] Ibid., p. 14.

[30] Guillermo Schmidhuber y Olga Martha Peña Doria, Las redes sociales de Sor Juana Inés de la Cruz, México, Bonilla Artigas Editores, 2018.

[31] Guillermo Schmidhuber y Olga Martha Peña Doria, Sor Juana: teatro y teología, México, Bonilla Artigas Editores/Universidad del Claustro de Sor Juana, 2016. Las cursivas son mías.

[32] Schmidhuber y Peña Doria, op. cit., p. 165. Las cursivas son mías.