Las capillas del Santo Señor de Santa Teresa

Martha Fernández*
marafermx@yahoo.com
 

Santo Señor de Santa Teresa. Foto: Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

DE ACUERDO CON UNA TRADICIÓN que data de la época virreinal, en el año de 1545 don Alonso de Villaseca, minero y comerciante, colocó en el real de minas de Plomo Pobre, en el actual estado de Guerrero, una imagen de un Crucificado al que llamarían indistintamente Santo Cristo de Zimapán, del Cardonal, de las minas de Plomo Pobre y, más comúnmente, de Ixmiquilpan. Una hermosa escultura de los años cincuenta del siglo XVI, de las conocidas como de caña, que hoy puede calificarse como polimatérica,[1] pero que, desgraciadamente, se deterioró con el paso del tiempo; sin embargo, su importancia creció cuando, según los relatos de aquel tiempo, de manera sorprendente la imagen se renovó sin intervención humana; un gran acontecimiento que fue relatado por el doctor Alonso Alberto de Velasco en una obra que fue publicada en la Ciudad de México en el año de 1689 y que llevó por título Renovación por sí misma de la Soberana Imagen de Christo Señor Nuestro Crucificado que llaman de Yzmiquilpan, colocada en la iglesia del convento de San Joseph de religiosas carmelitas descalzas desta imperial Ciudad de México.[2]

Después de ese suceso, que fue calificado como milagroso, el arzobispo Juan Pérez de la Serna retiró la imagen del real de minas y la llevó al palacio arzobispal de la Ciudad de México, pero cuando el prelado se disponía a regresar a España, la envió al convento de monjas de San José de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa, donde la colocaron “al lado de la epístola del altar mayor de la iglesia vieja, en una pequeñita capilla, que dentro de la clausura y vivienda interior estaba hecha, y tenía por la parte de afuera del presbiterio una ventana con reja de balaustres de hierro o bronce dorado, donde con toda decencia y veneración estaba colocada en un curioso baldoquín [sic] con dos lámparas de plata de la parte de adentro”. El Cristo permanecía oculto tras una cortina de seda que se abría los viernes, “descubriendo la santa imagen con muchas luces y olorosos perfumes, para que los fieles la adorasen y venerasen”. Dentro de la misma capilla y al pie de la cruz se encontraba “un cofrecito pequeño, curiosamente aforrado en terciopelo carmesí y tachonado”, que contenía las reliquias del cuerpo de Gregorio López, “primer anacoreta de estas Indias”.[3] Estas reliquias fueron trasladadas a la Catedral en el año de 1636. Del nombre del convento derivó que el Santo Cristo fuera conocido también como el Señor de Santa Teresa.
 

Corte transversal de la capilla del Señor de Santa Teresa construida por el arquitecto José Antonio González Velázquez. Tinta aguada sobre papel, octubre de 1805. Archivo de la antigua Academia de San Carlos. Tomada de: Guillermo Tovar de Teresa: Repertorio de artistas en México. Artes plásticas y decorativas, 3 tt, México, Grupo Financiero Bancomer, 1996, t. II, p. 99. Reprografía: Martha Fernández.
 

Empeñado en que el culto a esta imagen se extendiera, el arzobispo Francisco Manso y Zúñiga dispuso que se le construyera “una capilla exterior en el cuerpo de la iglesia vieja, frontero de su puerta principal, de la mejor proporción que su pequeñez y la cortedad del convento lo permitían por entonces”.[4] La capilla se pudo edificar gracias al patronato de Juan de Castillete, quien para este fin dio a las monjas la cantidad de tres mil pesos.[5] La imagen fue colocada en la nueva construcción el 16 de julio de 1634, “con la mayor solemnidad” que pudo mostrar el arzobispo, “pues fuera de haber sido la pompa de altares, adorno de la iglesia y lo demás con todo esmero, cantó víspera y misa pontifical, y predicó en ella el doctor don Francisco de la Peña […] siendo éste uno de los más solemnes y regocijados días que ha tenido esta ciudad”.[6]

La antigua iglesia de las religiosas carmelitas fue reconstruida por el arquitecto Cristóbal de Medina Vargas de 1678 a 1684, gracias a las aportaciones económicas de don Esteban de Molina Mosquera y su esposa, doña Manuela de la Barreda. Entre las condiciones que pusieron los patronos, una estipulaba que ellos serían los poseedores del patronato mientras vivieran y, “después dellos, ha de quedar perpetuamente a la Reina de los Ángeles Nuestra Señora de la Antigua, a quienes desde luego lo dedican, para que, como patrona perpetua el día de su festividad, ocho de septiembre de cada año, se le ponga la vela de patrona”,[7] de ahí que el convento fuera finalmente conocido como de Santa Teresa la Antigua.

Asimismo, en la escritura de fundación del patronato, las monjas dispusieron que la capilla del Santo Cristo, “que pertenece a Juan de Castillete, nuestro bienhechor”, se habría de “fabricar en la misma forma que hoy está”,[8] lo que, desde luego, se hizo. De acuerdo con don Alonso de Velasco, la capilla era muy suntuosa y hermosa. El Cristo se colocó en el nicho principal del retablo mayor, “primorosamente dorado”, que fue realizado bajo el patrocinio del doctor don José Vallejo de Hermosillo, clérigo presbítero del arzobispado de México y médico del convento. La imagen se encontraba “enclaustrada entre vidrieras de finísimos y transparentes cristales”, es decir, en un fanal, acompañada “en representación del Monte Calvario”, por
 

dos imágenes de antigua y hermosa talla; la una de su Dolorosa madre, con un puñal en el pecho, mirando tiernamente a su Hijo crucificado, y la otra del discípulo querido S. Juan virtiendo [sic] copiosas lágrimas, a que sirven de extraordinario realce muchos y grandes relicarios de ceras de Agnus Dei, guarnecidas de abalorios que ha tributado al Señor el ingenioso arte, y gustosa labor de sus queridas esposas, empleando también la piadosa devoción de este su siervo sus mejores láminas y pinturas, hermosos y grandes espejos, candiles, blandones, y una grande y muy singular lámpara, atril, palabras de la consagración, evangelio de san Juan, ramilletes con sus jarras, todo de plata curiosamente labrada, frontales duplicados de todos colores, y uno blanco de lama bordado de oro de realce, que hasta hoy es el único que se ha hecho, y otras muchas alhajas útiles y necesarias para el altar en culto y mayor reverencia de esta sacratísima imagen a que acompañan en todo el ámbito de la capilla muy primorosas pinturas en todos los pasos de la pasión del Señor.[9]
 

José María Marroqui cuenta que, “desde que esta imagen fue traída a México y colocada en iglesia pública, todos los viernes de Cuaresma había pláticas y oraciones adecuadas al tiempo; también se estableció la fundación de las Siete Palabras. El Viernes Santo y en las necesidades públicas, era costumbre hacerle triduos o sacarla en procesión.”[10] Pero, además, al Señor de Santa Teresa “llegaban todos aquellos que en sus males no hallaban humano remedio, aquellos que sufrían, que padecían angustia, que sentían dolor. Allí pedían ‘buenos sucesos en sus partos las mujeres preñadas, paz y quietud los casados discordes, felices viajes los caminantes, para remedio de todos los trabajos se celebraban novenarios de misas muy continuamente por innumerables sacerdotes’.”[11] Por su parte, Velasco menciona varios favores que el Santo Señor de Santa Teresa brindó a la ciudad, entre ellos, haberla resguardado en la gran inundación que padeció de 1629 a 1634 y haberla protegido durante la peste de matlazahuatl que se presentó en 1695-1696,[12] cuando, por cierto, falleció Sor Juana Inés de la Cruz.

 

Capilla del Señor de Santa Teresa después del sismo de 1845. Litografía, siglo XIX. Tomada de: Guillermo Tovar de Teresa: La ciudad de los palacios. Crónica de un patrimonio perdido, 2 tt, México, Fundación Cultural Televisa, Espejo de Obsidiana Ediciones, Vuelta, t. II, p. 142. Reprografía: Martha Fernández.
 

El aumento de la devoción hizo necesaria una capilla de mayor capacidad que contuviera a tantos fieles, así que en el año de 1798 se comenzó a construir bajo el patrocinio del doctor don Manuel Flores, “secretario de la Sagrada Mitra”, en el mismo sitio en que se encontraba la anterior. Para ello, se convocó a los principales arquitectos de la ciudad con el fin de que presentaran proyectos; de acuerdo con el autor anónimo de un apéndice que se agregó a la obra de Alonso Alberto de Velasco en el siglo XIX,
 

presentóse uno, cuyo diseño está hoy en poder del Illmo. Sr. Arzobispo, que si bien no es tan elegante como el que definitivamente se admitió, daba más garantías de seguridad, y tal vez hoy lo viéramos hermoseando el cuadro de edificios de México. Pero atendiendo más a la elegancia y atrevimiento, o por mejor decir, queriendo entrar en la ejecución un tanto de vanidad, se aprobó y resolvió ponerse en obra, como en efecto sucedió, el plan presentado por el arquitecto D. Antonio Velázquez, quien quedó encargado de la dirección de la obra material.[13]
 

Capilla del Señor de Santa Teresa reconstruida por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Litografía de Joseph Decaen, 1857. Foto tomada de: Nación de imágenes. La litografía mexicana del siglo XIX, México, Artes, Museo Nacional de Arte, 1994, p. 95. Reprografía: Martha Fernández.
 

El autor se refería al arquitecto José Antonio González Velázquez, entonces director de Arquitectura de la Real Academia de las Tres Bellas Artes de San Carlos.[14] Él fue, entonces, el creador del proyecto y el director de la obra hasta su muerte ocurrida en el año de 1810. Por otra parte, “para los adornos de alabastro y jaspes y demás de lo interior de la capilla, fue nombrado el célebre Manuel Tolsá, escultor de cámara de S. M. y ministro honorario de la suprema junta de comercio, moneda y minas. El ramo de pinturas se encargó al entonces director general de la academia de San Carlos, D. Rafael Jimeno y Planes.”[15] El 17 de diciembre de 1798 se puso la primera piedra de la nueva capilla y una caja del tiempo que contenía
 

varias monedas de oro y plata de todos valores y cuño de corriente año; medallas de oro, plata y cobre del Santísimo Cristo, varias reliquias de santos, medidas, escapularios, algodones y otras cosas tocadas al Señor, la guía de forasteros de este mismo año, y una lámina de cobre en que se puso la inscripción siguiente: “En 17 de diciembre de 1798, siendo pontífice nuestro Santísimo Padre el Sr. Pío Papa VI; rey de España e Indias la católica magestad [sic] del Sr. D. Carlos IV; virey [sic] de esta Nueva España el Exmo. Sr. D. Miguel José de Azanza; arzobispo de esta metrópoli, el Exmo. Sr. Dr. D. Alonso Nuñez [sic] de Haro y Peralta; presidenta de este convento, la R. M. Ana Josefa de la Purificacion [sic]; síndico de la obra, nombrado por S. E. Illma., D. Gervasio del Corral y Sanz: y maestro de ella, el director de arquitectura de la real academia de San Carlos, D. Antonio Velazquez de Gonzalez [sic]; S. E. Illma. Bendijo solemnemente esta piedra, de cuyo acto fue padrino su secretario el Dr. D. Manuel de Flores.”[16]
 

La capilla tardó quince años en construirse y fue bendecida el 17 de mayo de 1813 por el arzobispo Antonio Bergoza y Jordán. El día 18 del mismo mes, sacaron en procesión al Santo Cristo y el 19 fue colocado en un templete de mármol ubicado en el presbiterio, lo que se celebró durante ocho días con diversos actos religiosos y prédicas. Además, se fundó una congregación de hombres y mujeres “cuyo objeto principal era mantener en todas las horas del día la adoración ante la imagen, de rodillas y con un cirio en la mano”; de media hora en media hora se cambiaban los hermanos veladores. Todos los viernes de Cuaresma se hacían pláticas y oraciones, y el Viernes Santo, “la solemne función de las Siete palabras”.[17]
 

Capilla del Señor de Santa Teresa reconstruida por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Interior de la cúpula. Foto: Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.
 

Esta nueva capilla era neoclásica y seguía los preceptos de la Real Academia de San Carlos. Su planta era de cruz griega con brazos cortos y tenía un presbiterio profundo cubierto por una bóveda. A lo largo de la nave se desplantaban columnas y pilastras estriadas de orden jónico cuyos capiteles estaban ornados con guirnaldas. Israel Katzman explica que, en los ángulos de cada esquina del crucero, González Velázquez cercenó “un cuadro del entablamento”, el cual se apoya en columnas pareadas exentas “y el ángulo entrante del entablamento contrasta con el ángulo normal que forman los muros perpendiculares de las propias esquinas”, solución que, comenta, “en Europa se hizo en templos del siglo XVII”.[18] El presbiterio cerraba con una bóveda en forma de concha. Su cúpula tenía planta circular, con un tambor alto que, al exterior, lucía columnas pareadas de orden corintio, mismas que enmarcaban los ventanales que la iluminaban. La media naranja era peraltada y ciega pero sobre ella se levantaba una falsa linternilla.

El templete en el que estaba colocada la imagen tenía ocho columnas de orden compuesto, “de mármol de colores, cuyos fustes lisos tenían bellas basas y capiteles de metal dorado a fuego”, elementos que sostenían una cúpula sobre la que se levantaba una base dorada que apoyaba una imagen de la Fe. Dentro del templete había tres mesas de altar de mármol y un fanal, a modo de nicho, formado “con cristales romanos” que tenía un respaldo tapizado con “una rica cortina de terciopelo carmesí” donde se encontraba el Santo Cristo.[19]

Por Velasco sabemos que la pintura que se encontraba en la bóveda del presbiterio representaba “los tumultos acaecidos en el Cardonal para retener la Santa Imagen al trasladarla a esta capital poco después de su renovación”.[20] Sabemos, además, que en las pechinas Ximeno y Planes representó a los Cuatro Evangelistas.

Lamentablemente, un temblor ocurrido en la ciudad a las “tres cincuenta minutos de la tarde” del 7 de abril de 1845 derribó la cúpula, parte de la bóveda del presbiterio y el templete. Marroqui comenta que, si la cúpula se arruinó, “no fue, ciertamente, por debilidad suya, sino por la violencia del terremoto […] que hubiera sido capaz de derribar aún el tenido por más fuerte”.[21] Obviamente, se perdieron prácticamente todas las pinturas de Ximeno y Planes, así como los “alabastros y jaspes” de Manuel Tolsá. El Señor de Santa Teresa quedó sepultado entre los escombros, pero afortunadamente lograron rescatar “las partes principales de la imagen” que fue restaurada por Francisco Terrazas, director de Escultura de la Real Academia de San Carlos, “en una celda del mismo convento a la vista de monjas y testigos”.[22] Esa restauración se terminó el 13 de agosto del mismo año, pero el Crucificado tuvo que permanecer en la iglesia principal, mientras se arreglaba su capilla.

En efecto, la capilla fue restaurada y la cúpula reconstruida. La obra arquitectónica se encomendó al maestro Lorenzo de la Hidalga; la de carpintería, a Jaime y Feliciano Martínez; la ornamentación escultórica, a Santiago Evans, aunque los ángeles de madera para los altares laterales los encargaron a Pedro Patiño Ixtolinque. El dorado y estucado de todo el templo fue ejecutado por José Álvarez, y las pinturas por el maestro Juan Cordero. Por su parte, los vidrios de las ventanas fueron colocados por Miguel Terrazas.[23] El baldaquino donde se colocó el Santo Cristo fue una obra muy especial, pues era de mármol; se realizó en Carrara y fue armado bajo la dirección de los hermanos Giuseppe, Atilio y Luigi Tangassi Campani, artistas italianos nacidos en el Gran Ducado de Toscana;[24] los cristales que tenía fueron encargados a París.
 

Capilla del Señor de Santa Teresa reconstruida por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Exterior de la cúpula. Foto: Martha Fernández.
 

Después de trece años de trabajo, la capilla fue nuevamente bendecida el 7 de mayo de 1858 por el arcediano de la Catedral de México y obispo de Tanagra, Grecia, Joaquín Fernández de Madrid, lo que, desde luego, se celebró con una solemne procesión que se llevó a cabo el día 9 de mayo.[25]

De acuerdo con el anónimo autor del apéndice citado, la capilla quedó igual que la que se había dañado con el sismo de 1845, salvo la cúpula, la que, según su opinión, “ha quedado bellísima y en su color natural de cantería por la parte de afuera, descuella erguida y majestuosa sobre los edificios de la ciudad”.[26] En esa cúpula, Lorenzo de la Hidalga levantó un doble tambor circular; el primero, más elevado, tiene pilastras que enmarcan los ventanales, y gracias a la cornisa volada, está rodeado por columnas exentas de orden corintio. El segundo tambor, más pequeño, tiene sólo pilastras para enmarcar los vanos de medio punto. Por el exterior, la cúpula es fajada. Sobre ella se levantaba una falsa linternilla que se vino abajo como consecuencia del sismo del 19 de septiembre de 1985. La pieza fue reconstruida por el arquitecto Sergio Zaldívar Guerra, y es la que se conserva hasta la fecha. Por el interior, la cúpula tiene un anillo ancho ornamentado con figuras geométricas a base de cruces y octágonos, cuyo modelo formal posiblemente fueron las lámina 58 r., del Libro III, y 194 v., del Libro IV del tratado de Sebastián Serlio.[27] En opinión de Guillermo Tovar de Teresa, la construcción de esta cúpula la planteó De la Hidalga como un desafío para sus detractores, “ante los rumores acerca de la inestabilidad de su obra maestra, el Teatro Nacional”, debido a los apoyos “inusitadamente esbeltos” que tenía.[28]

En relación con el baldaquino de mármol que tenía al centro del presbiterio y donde se colocó la imagen del Santo Cristo, el mismo autor del apéndice reprodujo un artículo publicado “en un periódico de esta capital” que lo describió como un templete de planta circular, con un zoclo decorado con festones de flores y una moldura que también tenía varias flores realzadas. En el cuerpo del templete se levantaban seis columnas de orden corintio sobre las que se apoyaba su entablamento; en el friso se destacaba “un bello adorno perfectamente realzado y ejecutado”, a base de flores entrelazadas. La cornisa, por su parte, servía de apoyo a “dos anillos compuestos de treinta piezas” donde descansaba la cúpula de seis gajos, “de dimensión extraordinaria”, donde se encontraban talladas conchas. Asimismo, la clave, “que tiene de diámetro dos varas y cuatro pulgadas”, sostenía un pedestal sobre el que se levantaba una escultura con la representación de la Fe. El baldaquino tenía tres mesas de altar, igualmente del mármol y al centro un sagrario, “obra bellísima de gran mérito, construido de una sola pieza”.[29]
 

Capilla del Señor de Santa Teresa. Fotografía anterior al año de 1930. Tomada de: Guillermo Tovar de Teresa: La ciudad de los palacios. Crónica de un patrimonio perdido, 2 tt, México, Fundación Cultural Televisa, Espejo de Obsidiana Ediciones, Vuelta, t. II, p. 143. Reprografía: Martha Fernández.
 

El autor del artículo publicado en el mismo periódico hizo también una relación de las pinturas que Juan Cordero pintó en la capilla. En la bóveda del presbiterio que respetó la forma de concha que tenía la capilla anterior representó “uno de los episodios de la milagrosa renovación del Señor”; en la cúpula, “el Padre Eterno rodeado de las virtudes; en tres pechinas, pintó a san Juan, san Lucas y san Marcos”, porque el san Mateo de Ximeno y Planes se conservó después del temblor. “En los lados de las ventanas del centro del templo” representó cuatro figuras alegóricas de “la Astronomía, la Historia, la Poesía y la Música”, o sea, Urania, Clío, Erato y Euterpe “cubiertas de laurel, mirto y rosas”.[30] En los intercolumnios del centro, los apóstoles san Pedro, san Pablo, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; en la bóveda del coro, siete cuadros con la Pasión de Cristo; sobre la puerta de la sacristía, la Presentación en el Templo, “y en la pared del frente a la misma altura”, el Nacimiento de la Virgen. “Además, en el centro de los dos principales altares laterales hay dos grandes cuadros al óleo, copias de la Transfiguración del Señor, de Rafael, y de la Asunción, de Ticiano.”[31]

En los años treinta del siglo XX, el templo de Santa Teresa la Antigua fue clausurado por órdenes del gobierno y dedicado a bodega y archivo, por lo que el Señor de Santa Teresa fue trasladado a la Catedral. Por su parte, el baldaquino fue desmontado y se conserva gracias a que quedó en manos de los frailes agustinos, quienes lo colocaron en el presbiterio de su iglesia en Polanco, inaugurada en el año de 1949. Esencialmente se asemeja al descrito en el siglo XIX, salvo que la imagen de la Fe fue sustituida por una cruz que remata la cúpula.

En 1993 los espacios de lo que fue el convento de Santa Teresa la Antigua se convirtieron en sede del Museo Ex Teresa Arte Actual, incluida la capilla donde se veneraba al Santo Cristo, misma que ha tenido que ser restaurada nuevamente debido a los daños que sufrió como consecuencia de otro temblor, esta vez ocurrido el 19 de septiembre del año 2017.

La historia de las capillas que lo albergaron nos muestra también la historia de la devoción al Santo Señor de Santa Teresa, así como el pensamiento de una sociedad que dedicó su arte y sus riquezas a la veneración de Dios. I
 

Iglesia de San Agustín, Polanco, Ciudad de México. Baldaquino. Foto: Martha Fernández.

 

*Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

 

Inserción en Imágenes: 5 de mayo de 2021.

Imagen de portal: Capilla del Señor de Santa Teresa reconstruida por el arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Interior de la cúpula. Foto: Archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

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[1] Pablo Amador Marrero, “La imagen desde su materialidad", video en <https://www.youtube.com/watch?v=_GcQpuID9DI>.

[2] Alonso Alberto de Velasco, Historia de la milagrosa renovación de la soberana imagen de Cristo Señor Nuestro Crucificado, que se venera en la iglesia del convento de Santa Teresa la Antigua, ed. facsimilar, México, Centro de Estudios Históricos, CONDUMEX, 1996.

[3] Ibid., p. 43.

[4] Ibid., p. 47.

[5] Martha Fernández, Cristóbal de Medina Vargas y la arquitectura salomónica de la Nueva España durante el siglo XVII, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2002, p. 249. Apud, AN (Notaría a cargo de José de Anaya, 7 de julio de 1678, f. 210 r.-211 v.).

[6] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., pp. 47-48.

[7] Martha Fernández, op. cit., p. 249. Apud, AN (Notaría a cargo de José de Anaya, 7 de julio de 1678, f. 210 r.-211 v.).

[8] Idem.

[9] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., pp. 50-51.

[10] José María Marroqui, La ciudad de México. Contiene: el origen de los nombres de muchas de sus calles y plazas, del de varios establecimientos públicos y no pocas noticias curiosas y entretenidas, ed. facsimilar, 3 tt, México, Jesús Medina Editor, 1969, t. III, p. 694.

[11] Josefina Muriel, op. cit., p. 410.

[12] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., pp. 85-92 y 114-118.

[13] Ibid., pp. 127-128.

[14] José Antonio González Velázquez había sido director general de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de 1786 a 1794.

[15] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., p. 128.

[16] Ibid., pp. 129-130.

[17] Ibid., pp. 131-133.

[18] Israel Katzman, Introducción a la arquitectura del siglo XIX en México, México, Departamento de Arquitectura, Universidad Iberoamericana, 2016, pp. 239 y 242.

[19] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., pp. 136-137.

[20] Ibid., p. 136.

[21] José María Marroqui, op. cit., p. 693.

[22] Ibid., pp. 694-695.

[23] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., pp. 177-178.

[24] José Mariano Dávila y Arrillaga, “Una romería”, Gabinete de Lectura, Museo Nacional de Antropología e Historia, <https://mna.inah.gob.mx/gabinete_de_lectura_detalle.php?pl=Una_romeria>. Consulta: 15 de marzo de 2021. Los hermanos Tangassi también contrataron un retablo, hoy ya desaparecido, dedicado a la Virgen del Carmen para la iglesia de Santa Teresa la Antigua, en el año de 1854, véase, al respecto, Raquel Pineda Mendoza, “Tangassi Hermanos y la iglesia de Santa Teresa la Antigua. 1854”, en Revista de la Universidad, núm. 544, mayo de 1996, pp. 13-14.

[25] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., p. 184. El autor tomó la descripción de la procesión del periódico La Sociedad del 10 de mayo de 1858, p. 3. Esta descripción fue reproducida por el periódico La Cruz en su publicación del 13 de mayo de 1858.

[26] Ibid., pp. 180-181.

[27] Sebastián Serlio, Todas las obras de arquitectura y perspectiva de Sebastián Serlio de Bolonia, 2 tt, Oviedo, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos de Asturias, 1986.

[28] Guillermo Tovar de Teresa, Repertorio de artistas en México. Artes plásticas y decorativas, 3 tt, México, Grupo Financiero Bancomer, 1996, t. II, p. 174.

[29] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., p. 181-182.

œ[30] Elisa García Barragán, El pintor Juan Cordero. Los días y las obras, 2ª ed., Puebla, Gobierno del Estado de Puebla, Comisión Puebla V Centenario, 1992, p. 91.

[31] Alonso Alberto de Velasco, op. cit., pp. 12-13.