La casa de la Negra Fojaco

Hugo Arciniega Ávila*
huarav@yahoo.com

 

Un día despertaré, tan viejo,
que no querré asomarme ni a la cara.
Le pediré ese día
al genio de las aguas,
me preste su pañuelo
para bordarle lágrimas.
Me negaré salirme de los ojos […]
Me quedaré en la cama.

Francisco Ascanio Zenteno: “Autorretrato” (1993)[1]
 

La casa Fojaco en el puerto de Frontera, Tabasco (izquierda). Al fondo el río Grijalva. Foto: Hugo Arciniega, 2013.
 

FRONTERA ES UN PUERTO que crece contra la margen oriental del gran río Grijalva, poco antes de la línea de costa que baña el Golfo de México. Es el asentamiento con el ecosistema más importante en el pantanal de Centla; está enclavado en un territorio habitado mayoritariamente por aves, peces y reptiles. Desde su fundación ha vivido del intercambio comercial y de ideas, ya que fue puerta de acceso a la ciudad de San Juan Bautista, hoy Villahermosa, Tabasco. Al caminar por sus calles aún hoy se pueden ver construcciones que nos remiten a uno de sus momentos de mayor auge: el originado en la exportación de plátano Roatán hacia Estados Unidos, durante las primeras décadas del siglo XX.

Hace un par de años, ocupado entonces en el estudio del patrón de asentamientos de esa región, tuve oportunidad de conocer y registrar la arquitectura porteña, gracias a la invitación que me hiciera Alfredo Feria Cuevas.[2] Apenas empecé a recorrer el lugar, llamó mi atención una casa del centro de la ciudad, justo la que cierra la plaza principal por el sur y se ubica a pocos metros de la Presidencia Municipal y de la cancha en donde se reúnen los jóvenes a tomar el fresco al anochecer.[3] Destacaba entonces no sólo por su buen estado de conservación, sino también porque era la única construcción que en ese flanco mantenía elementos de la arquitectura tradicional; entre ellos, grandes balcones protegidos con herrería artística y una techumbre de pronunciadas pendientes cubierta con el lastre que traían los barcos procedentes de Europa. La jerarquía que le asigna su emplazamiento fue acentuada mediante la incorporación de pilastras de orden dórico en la fachada. Estas pilastras simulan sostener el armonioso entablamento y la robusta balaustrada. En su forma envolvente, el edificio da cuenta del conocimiento acumulado durante siglos para enfrentar las copiosas lluvias y los feroces vientos provenientes del mar. Además, fue construido en una época en que, a la par de los factores físicos, se extendieron los efectos de un periodo de bonanza económica y un gusto que requería, nuevamente, la gramática compositiva clásica.

Fue Luis Fernando Cabrera, Chico Malo, vecino del puerto, quien finalmente nos presentó con la dueña de la histórica edificación: la señorita María Cristina Fojaco Lugo, mejor conocida como la Negra Fojaco.[4] Recelosa en un principio, sólo permitió el paso a la que también fuera la casa de sus padres, Marcelino Fojaco Morales y María Asunción Lugo Ochoa de Fojaco, gracias a la oportuna y efectiva intermediación de su amigo Luis Fernando. Nos recibió en el corredor cerrado que le servía de estudio y comedor. Escribía entonces Frontera, terruño mío,[5] libro que constituye un resumen de vida, incluida, desde luego, la reconocida actividad de la autora como cronista municipal. Poco a poco se fueron atenuando los límites que impone la falta de trato y, sintiéndose más en confianza, comenzó a compartirnos sus recuerdos de algunos sucesos que iban de lo cotidiano a lo extraordinario.
 

Salón y mobiliario de época en la casa Fojaco, Frontera, Tabasco. Foto: Hugo Arciniega, 2013.
 

Abrimos con la visita que hicieran Francisco I. Madero y José María Pino Suárez al pantanal en 1911. El coahuilense, como buena parte de los viajeros que llegaban al lugar, repuso fuerzas bajo aquellos aleros. Además, en relación con la ciudad, la Negra Fojaco describió, con lujo de detalle, las bancas talladas en cedro rojo que alguna vez estuvieron en el jardín central; señaló al de Braulio como el primer café que se abrió en el asentamiento, y terminó haciendo mención del Señor del Puerto, la perseguida devoción local.

Guiados por sus comentarios, nos movíamos en la línea del tiempo con absoluta libertad: transitábamos del recuerdo personal a la fuente histórica, y el relato se enriquecía con las alusiones constantes a personajes como “Manolo y Elda Pliego, el Viejo Pascual Bellicia y Calixto Morán de la Rosa, [este último] constructor de la iglesia con la que se repuso el templo derribado por órdenes del gobernador Tomás Garrido Canabal.” Esa parte de la entrevista concluyó con la frase: “Entonces no había pavimento, sólo calles de arena.” Así quedó registrado en la libreta que mantengo desde la visita.

Mirando de soslayo las cámaras fotográficas que reposaban a nuestro lado, la Negra formuló la tan esperada pregunta: ¿Quieren conocer la casa? Su invitación nos permitió confirmar que la construcción adopta una planta en forma de u, es decir, tres crujías envuelven un patio central. Todas las dependencias abren puertas y ventanas hacia los corredores perimetrales cuyos pisos fueron enlosados con módulos de barro cocido que por fortuna aún muestran las huellas del uso y el tiempo. Al fondo se ubican los lavaderos, las antiguas letrinas y el gallinero. El huerto prospera en el extremo sur de todo el predio y queda apenas separado del patio mediante una celosía baja.

Confirmé que, más que en el comedor, la genuina hospitalidad se despliega bajo las espesas frondas de árboles sembrados por los ancestros; la charla más desenfadada puede acontecer mientras se saborean los frutos de la tierra y se percibe su fragancia. No es extraño que una conversación así pueda ser interrumpida momentáneamente por el canto de un ave o por el zumbido de un exótico insecto que perdió el rumbo en su regreso a las ciénagas. En el pasado reciente, los huertos de varias viviendas unifamiliares formaban un corazón de manzana verde: saludos, cantos, ramas y guías traspasaban libremente las, más bien simbólicas, divisiones perimetrales. En Tabasco no podía ser de otra forma. Lamentablemente, el de los Fojaco es uno de los últimos vergeles que sobreviven en Frontera, ya que el automóvil ha reclamado para sí el que fuera espacio fundamental del hogar porteño. Por si fuera poco, las grandes planchas de concreto que hoy sirven como estacionamiento reflejan los rayos del sol, situación que eleva aún más la temperatura, incluso durante las noches.
 

Columnas de terracota importadas de Francia. Al fondo el huerto. Casa Fojaco, Frontera, Tabasco. Foto: Hugo Arciniega, 2013.
 

Además de las tejas, entre los materiales constructivos importados se hallaban capiteles, basas y secciones de fuste moldeados en terracota, así lo demuestran los cuatro espléndidos apoyos que todavía sostienen la cubierta del corredor poniente. Como sucedió en el caso de Buenos Aires y La Habana, hasta el litoral tabasqueño llegaron los prestigiados productos de la firma francesa Pierre Sacoman, elaborados en el industrioso puerto de Marsella durante las últimas décadas del siglo XIX. En lo que respecta a la casa que visitábamos, los huracanes habían arrebatado buena parte de sus cubiertas originales. Nuestra anfitriona recordaba en especial a Brenda, ya que no sólo puso en riesgo su morada, sino su propia vida. Este meteoro impactó en el puerto, con toda la fuerza de sus vientos, en agosto de 1973, para dejar tras de sí varios meses de inundaciones y enfermedad. En palabras de nuestra anfitriona: “ese año, el año en que se cerró el cine, comenzó el declive definitivo del puerto”. Los edificios, como los seres humanos, también muestran sus cicatrices de guerra.

Cada una de las habitaciones nos revelaba algo interesante sobre la forma de vida de los habitantes del inmueble en el pasado: la circulación interior, los variados diseños de los pisos, los tragaluces de madera y alguno de los pesados muebles que integraban el menaje antiguo y que a través de los años se fueron combinando con piezas de hechura más reciente como, entre otras, algunas coloridas hamacas. Como es costumbre en el trópico, buena parte de los espacios domésticos permanecen apenas amueblados con el propósito de evitar la formación de guaridas para las alimañas. Con todo, el ala oriente de la construcción se había ido quedado vacía. Las dependencias que utilizaba la Negra Fojaco se hallaban en el extremo opuesto: un par de dormitorios, el baño y la cocina. Incluso los ejemplares más raros de su colección de orquídeas pendían del alero de esa parte de la casa.
 

El corredor norte habilitado como comedor y estudio. Casa Fojaco, Frontera, Tabasco. Foto: Hugo Arciniega, 2013.
 

Durante nuestra estancia en la casa pudimos percatarnos de que la zona pública, es decir, el cubo del zaguán y el salón de recibir, se extiende de forma paralela a la calle, en la galería norte, la más alta y fresca. En tal distribución se advierte otro acto de generosidad para con los visitantes. Muy temprano en la mañana y después de la caída del sol, la brisa marina penetra en la vivienda a través de los vanos que se abren en esa parte de la construcción, por lo que algo de la frescura del aire permanece atrapada durante las calurosas tardes en las matas del patio y en los frutales del huerto.

Si hay un lugar en toda la residencia que muestre cómo era la vida en el puerto en las primeras décadas del siglo XX ése es el salón de recibir. De planta rectangular, se comunica con el vestíbulo, el corredor y una habitación que permaneció cerrada durante todo nuestro recorrido, acaso el comedor original. Dos grandes balcones lo dotan de abundante iluminación natural, ventilación y una vista privilegiada hacia la plaza principal. Éstos constituyen, además, los palcos más adecuados para disfrutar de las serenatas. En el salón también se conserva el pavimento original: el diseño consiste en margaritas contenidas en hexágonos. Las maderas finas de las puertas destacan sobre los altos muros apenas encalados y carentes de guardapolvo. Los dinteles sobresalen por la calidad de su tallado de inspiración neoindígena. No sabemos si se utilizaron los cielos rasos o los acantos modelados en escayola; sólo sobrevivió un candil de cristal adaptado para funcionar con energía eléctrica. La participación de ornamentadores procedentes de Mérida, Yucatán, resulta innegable; debemos recordar que esta capital se convirtió en un centro productor de materiales constructivos durante el auge henequenero.

El centro de la estancia estaba ocupado por un juego de cuatro mecedoras con asiento de bejuco tejido. Balanceándose en una de ella, doña María Cristina nos señaló un retrato que pendía de la pared: se trataba de un caballero de gran mostacho, elegantemente ataviado de acuerdo con un indudable estilo decimonónico. El varón representaba la simiente de los Fojaco en México, en Tabasco, en el puerto, en aquella morada. Otros familiares y seres queridos de la Negra nos observaban, sonriendo, desde imágenes más pequeñas dispuestas con extremo cuidado en las mesas esquineras. En espera de las grandes ocasiones, el resto de los sillones y sillas permanecían, vacías, colocadas contra la pared. En el menaje también sobresalía una espléndida consola con cubierta de mármol blanco. El tiempo y la naturaleza comenzaban a pasar factura de modo inevitable: ya se observaban en los muros los efectos de la elevada humedad del suelo. No obstante, era un espacio amplio, de superficies lustrosas, mantenido con esmero. Los amigos sabían que cuando los balcones permanecían abiertos, la cronista municipal estaba en casa. Desde el exterior, los transeúntes podían asomarse a “los mejores tiempos que tuvo Frontera, Tabasco”.

La visita concluyó, tarde, con la promesa de volver y compartir los avances conseguidos por cada uno.
 

Doña María Cristina Fojaco Lugo, cronista municipal de Frontera, Tabasco, explica los cambios que ha tenido la plaza mayor del puerto. Foto: Hugo Arciniega, 2013.
 

Sobre la base del catálogo que formé durante aquella breve pero productiva estancia en los pantanos de Centla, es posible deducir que la casa Fojaco no fue la más lujosa del lugar ni la única modificada durante la primera mitad del siglo XX, a consecuencia de la “bonanza bananera”. Si embargo, es una de las dos viviendas que nos permiten reconstruir la escala, composición de fachada y distribución espacial de la arquitectura civil privada que se desarrolló en las inmediaciones de la plaza principal de este puerto fluvial. En todos los casos, predios destinados a las familias más antiguas o “principales”.

El cuidado que le prodigó su propietaria permitió que esta casa mantuviera no sólo buena parte de su disposición original sino también de los acabados, además de un conjunto representativo del mobiliario; es decir, constituye una unidad cultural altamente significativa. Los principios esenciales que fueron aplicados para proporcionar sombra y ventilación a los habitantes siguen vigentes; el agua pluvial es conducida por gravedad de una cubierta a otra hasta los depósitos ubicados en el área de servicio; y la técnica constructiva combina materiales locales e importados. La casa es, en suma, producto del conocimiento que los pobladores de la región fueron adquiriendo para sacar el mayor provecho de su medio ambiente, y da cuenta de buena parte de los procesos históricos que tuvieron lugar en Frontera.

Dos años después de nuestra visita, los balcones se quedaron cerrados la mayor parte del otoño: María Cristina la Negra Fojaco había sido hospitalizada. Es seguro que con su energía habitual pactó una tregua con Tánatos el tiempo indispensable para dar a conocer el libro que estaba escribiendo cuando se llevó a cabo nuestra entrevista, un libro al que consideró “su único hijo”. El último grano de su reloj de arena vital se deslizó, en un ambiente de paz, la noche del sábado 31 de octubre de 2015.

No dispongo de la información necesaria para emprender una semblanza sobre la persona y la cronista. Uno de los primeros recuentos biográficos sobre la Negra Fojaco ya fue escrito por Neftalí Ortiz para el periódico Tabasco Hoy. Asimismo, estoy seguro de que el Instituto Estatal de Cultura se ocupará de compilar y difundir sus textos completos. Me preocupa, en cambio, el destino que tendrá la casa que ella me mostró con todo detalle, incluido su mobiliario de época. Considero que esta edificación constituye el espacio más adecuado para registrar, resguardar, conservar y exhibir la memoria histórica del puerto de Frontera y su área de influencia. Someter el edificio a un cuidadoso proceso de restauración sería la mejor manera de dar continuidad a la obra de María Cristina Fojaco Lugo. Pues si bien es cierto que tuvo una particular manera de afrontar la inscripción de su propiedad en el catálogo de monumentos históricos federal, lo es también que defendió esos muros “contra viento y marea”.
 

Teja lomada transportada como lastre en los barcos provenientes de Europa. Casa Fojaco, Frontera, Tabasco. Foto: Hugo Arciniega, 2013.

 

*Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

 

Inserción en Imágenes: 19.04.16.

Imagen de portal: Vista del patio central desde el huerto. Casa Fojaco, Frontera, Tabasco. Foto: Hugo Arciniega, 2013.

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[1] Francisco Ascanio Zenteno. El día que desperté pájaro, México, Compañía Editorial Impresora, 1993, p. 23.

[2] Arqueólogo y maestro en antropología, investigador titular adscrito al Instituto Nacional de Antropología e Historia.

[3] En la calle de Juan Aldama, casi esquina con Benito Juárez, centro del puerto de Frontera, Tabasco, México.

[4] Frontera, Tabasco, México, 1937-2015.

[5] Este libro se presentó en el Instituto Tecnológico Superior de Centla, Tabasco, el 12 de septiembre de 2015.