Dos versiones de "Amor sin barreras"

Rosario Manzanos*
manzanos.prensa@gmail.com
 

Cartel de película. Diseño: Joe Caroff, 1961. United Artists Corporation.
 

EN 2021 WEST SIDE STORY (Amor sin barreras, versión teatral en 1957 y fílmica en 1961) –basada en la tragedia de Romeo y Julieta– cumplió más de 60 años de haberse estrenado. La historia de los amantes de Verona tiene una dramaturgia tan humana y perfecta que, sin dudarlo, es el clásico que mejor se ha adaptado una y otra vez al teatro, la danza y el cine, entre otras fórmulas de representación dramática. La anécdota universal sobre los enamorados divididos inexorablemente en su tierno amor va y viene a lo largo del tiempo por medio de analogías, adaptaciones y revisiones, dando pie a que múltiples creadores escénicos la aborden a partir de diferentes perspectivas y trasfondos.

Desde su estreno en el cine, el connotado director de la cinta Steven Spielberg (Cincinnati, Ohio, 1946), ganador de un sinnúmero de premios Óscar y autor de filmes inolvidables como Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), E.T (1982), la saga sobre Indiana Jones, Schindler List (1993) y Jurassic Park (1993), aseguró en diversas entrevistas que llevaba años deseando realizar su propia versión del musical, una promesa que se había hecho a sí mismo y particularmente a su padre, fallecido en 2021.

La película, estrenada a finales del año pasado en Estados Unidos y de manera reciente en México, generó muchas expectativas en el público amante de los musicales. El proyecto pasó por más de un año de preproducción y su estreno fue retrasado debido a todas las problemáticas derivadas de la pandemia de 2021.

Como lo ha expresado el propio director en diversas entrevistas realizadas con el fin promover su película, Spielberg vio varias veces la cinta original cuando era un adolescente, y su música ha sido parte de su entorno familiar a lo largo de su vida. De alguna forma, ya habiendo alcanzado el éxito como director, se había prometido a sí mismo que llegado el momento haría su propia versión, no obstante que el hacerlo, como él mismo lo decía, “le daba terror porque jamás había hecho un musical”.

Y aunque el resultado final es muy interesante, no hay manera de no compararlo con el laureado filme dirigido por los legendarios Robert Wise y Jerome Robbins, quienes tuvieron el apoyo de la portentosa música de Leonard Bernstein, el libreto de Arthur Lawrence y las letras del recién fallecido Stephen Sondheim. Precisamente Spielberg sostiene haber partido de la puesta en escena de Broadway, e hizo bien porque competir contra la versión de 1961 hubiera sido muy arriesgado.

Racismo, diferencias culturales que no pueden ignorarse, el falso sueño americano, rechazo hacia los puertorriqueños –y a los latinos en general–, la creación del fabuloso Lincoln Center en el Up West de Nueva York –que rápidamente se convirtió en una de las zonas residenciales más fascinantes para ricos, intelectuales y artistas– son ingredientes fundamentales de la historia que maduraron –paradójicamente– cinco amigos que conocían a fondo el reto de vivir de alguna forma señalados y excluidos por su origen racial y religioso.

Inspirada en la historia de los Capuleto y los Montesco, el musical y, posteriormente, la película West Side Story –traducida como Amor sin barreras en el mundo hispanoparlante– constituye un punto de inflexión en el arte del siglo XX. Un hito que alcanza niveles estéticos paradigmáticos que actualizan y revitalizan la obra original de William Shakespeare.

 

Todos genios

No es de extrañarse el éxito que tuvo desde su inicio West Side Story con el estreno de la obra en Broadway en 1957 y la distribución de la película por United Artists a partir de 1961. Su plena aceptación de debió, entre otras cosas, a que tiene como pilares figuras icónicas del arte que potencializaron sus talentos, al aportar cada una su propia genialidad y en lugar enredarse en una competencia de egos sumaron virtudes. Jerome Robbins, Leonard Bernstein, Stephen Sondheim, Arthur Laurents y Robert Wise son reconocidos hasta el día de hoy por haber logrado que el musical se viera en todas las pantallas del mundo con un éxito sin precedentes. Tan sólo en los premios Oscar el filme ganó en 10 de las 11 categorías en las que había sido nominado, incluidas mejor película y mejor dirección.
 

Trailer oficial de la cinta West Side Story (2021) dirigida por Steven Spielberg.
 

El género del musical ha sido desde hace tiempo un bastión del teatro estadounidense. Sus recursos provienen de la escena teatral e hicieron un tándem con el cine para hacer evidente la contundencia de un género que exige de entrada a sus ejecutantes saber cantar, bailar y actuar.

Y mientras que en otros países se le considera un género difícil e incluso menor, en Estado Unidos, aquellos dedicados a las artes escénicas, tienen claro que hay que contar con niveles de excelencia en cuanto a conocimientos dramáticos, aunado a una formación técnica dancística de gran fuerza, enorme potencial vocal y, por supuesto, el talento interpretativo necesario para actuar y salir airoso en obras que implican dominar múltiples universos dramáticos. El musical no es para cualquiera y quienes se destacan en este género son considerados como los artistas más versátiles en el medio de los espectáculos en Estados Unidos.

Robert Wise (Winchester, Indiana, 1910-Westwood, California 2005) se desarrolló rápidamente en el mundo del cine. A sus 19 años ya trabajaba montando negativos para la industria fílmica. Y fue nada más y nada menos que Orson Wells quien le pidió que montase su película Citizen Kane (1941). Apoyado en su gran talento para la dirección fílmica, su carrera ya estaba consolidada cuando sus amigos lo invitaron a dirigir el musical que había hecho estallar las taquillas en Broadway. Posteriormente realizó The Sound of Music (La novicia rebelde) 1966.

Por lo mismo, cuando Leonard Bernstein (Lawrence, Massachusetts, 1918-Ciudad de Nueva York, Nueva York, 1990) compuso la música para el musical y Stephen Sondheim (Ciudad de Nueva York, Nueva York 1930-Roxbury, Connecticut, 2021) las incomparables letras de las canciones para la puesta en escena del bailarín y coreógrafo Jerome Robbins (Manhattan, Nueva York, 1918-Manhattan, Nueva York, 1998), este equipo –una suerte de dream team– era un grupo de artistas muy jóvenes –Sondheim no había cumplido ni 30 años– que, visionarios, ya iban en camino de convertirse en luminarias del arte mundial.

 

El reto de Spielberg

Con un oficio a prueba de cualquier cuestionamiento, Steven Spielberg es uno de los directores más temerarios del orbe y lo mismo transita por narrativas que incluyen extraterrestres y dinosaurios que se sumerge en las profundidades de dramas terribles sobre los judíos víctimas del Holocausto o la infamia sobre los afroamericanos víctimas del racismo de la nefasta y supuesta “supremacía blanca”.
 

Escena de West Side Story (1961), película dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins.
 

Así que para evitarse problemas por competir con la magistral película de Wise y Robbins, decidió utilizar como inspiración el musical del segundo y hacer así su propia obra. Para ello modificó de manera sustantiva una serie de recursos, con la participación de un guionista a fin de darle mayor peso a la historia personal de los enamorados, que por origen y cultura están condenados a la desgracia de no poder amarse. María –puertorriqueña– y Tony –estadounidense, hijo de migrantes– pertenecen además a pandillas diferentes, los Sharks y los Jets.

Spielberg apostó por un discurso explícito, que enuncia literalmente lo que sucede a los personajes y lo que acontece en el ambiente político y social de Manhattan. Todo en un país como Estados Unidos, que se debe a sus migrantes y que desde su fundación vive en una suerte de burbuja idealista llamada “el sueño americano”, un espejismo si se mira de frente la realidad cotidiana de los miles de personas que no logran alcanzarlo.

Con toda suerte de presiones políticas, sociales y mediáticas, Spielberg optó por sortear las dificultades del momento en ese país y convocó a un elenco inclusivo totalmente de origen hispano para interpretar a los temibles Sharks puertorriqueños, y con ello –error– recurrió a estereotipos muy superados. En la película se habla español en algunos momentos sin subtítulos y la danza y la música permanecen como elementos de acompañamiento más que de importancia dramática.

Es ahí donde Jerome Robbins vuelve a encumbrarse. Porque tanto en su versión teatral como en la cinematográfica el afamado coreógrafo –formado en las filas del ballet– fue capaz de alternar en su trabajo la danza clásica y los musicales de Broadway. Era tal su conocimiento de la manera en que reacciona el cuerpo que llegó a ser director del New York City Ballet, trabajando codo a codo con George Balanchine, padre de la danza neoclásica y epítome de la perfección dancística en cuanto a la línea clásica de sus bailarines y, por supuesto, la precisión en el trazado de sus obras.

En el caso de la película de 1961, al momento de la filmación Robbins tenía un guión coreográfico tan exacto que hasta el gesto más mínimo era resultado de un amplio análisis de las personalidades de los personajes. Al mismo tiempo, Robbins tenía claro que la danza en el cine podía ser más que planos generales, para cambiar así la perspectiva de la cámara y con ello modificar la lectura del espectador y la dramaturgia misma de la historia que se quería contar. Es decir que las coreografías y las secuencias de movimiento fueron diseñadas para que contaran la historia y le impusieran al espectador la labor de desentrañar las acciones físicas que definían estados de ánimo como momentos de gran emotividad, que no necesitaban diálogo alguno. Se cuenta que era tal su rigor que exigía que las escenas se repitieran una y otra vez.

Resulta fundamental apreciar la aportación de Robbins al género del musical en el sentido de que hace avanzar el drama a partir de la danza. Con oficio a prueba de cualquier reto, el artista utilizó recursos inusitados para lograr exactamente lo que quería que se viese en la pantalla. Impidió, por ejemplo, que los bailarines que encarnarían a los puertorriqueños (Sharks) y los estadounidenses marginales (Jets) tuviesen contacto entre sí antes de la filmación. Buscaba de este modo que se pudiese percibir a simple vista cuánto se desconocían unos y otros, y con ello logró establecer claramente diferencias interpretativas –identitarias– en la ejecución de secuencias de baile. A diferencia de Spielberg, que se hizo de un grupo de bailarines y cantantes con un fenotipo similar, y al final del día bailando de forma semejante, Robbins buscó tesituras de tensión dramática entre los cuerpos; con ello acentúo los compases de referencia tropical latina o del jazz estadounidense.

Al mismo tiempo, hizo a un lado la concepción de que los estereotipos físicos determinan siempre las diferencias. Mostró –él era judío– que los desencuentros en Estados Unidos no son únicamente raciales sino también de identidad cultural y, por ende, de exclusión o resistencia. Todos los personajes de West Side Story son marginales, pero lo son desde diferentes abismos.

Es claro que en cuestión de conflictos de tipo racial en Estados Unidos, los mayores problemas han surgido por el trato a los afroamericanos y los migrantes, provengan de donde provengan y que no corresponden al estereotipo fascista del white American.

Jerome Robbins entendía, además, que la Ciudad de Nueva York no es como el resto de Estados Unidos. Esa certeza lo impulsó poderosamente para buscar un elenco variado en cuanto al aspecto físico, más que asociado a un estereotipo particular. Así, poco importa si Natalie Wood es rusa o Chakiris griego; ninguno de los dos es parte del establishment. Y lo más importante: ambos son capaces de interpretar a sus personajes magistralmente. Basta analizar el caso de Chakiris, que en diversas producciones teatrales lo mismo podía hacer el personaje líder de los Sharks que el de los Jets.

Porque al final de cuentas se trata del trabajo profundo de interiorización que un actor, un bailarín y un cantante deben realizar y lograr, a fin de que puedan recurrir a su memoria emocional y física para transformarse durante un acto escénico o cinematográfico.

Emotiva por lo que hace a la historia pero desaprovechada en lo musical y dancístico, la versión de Spielberg no es un acierto más en la carrera del cineasta. Sin embargo, ante la escasez de musicales debido a la crisis sanitaria, se erige en un buen pretexto para escuchar la magistral música de Bernstein y las letras de Sondheim –fallecido días antes del estreno y participante activo en su adaptación al filme–. La pista sonora, con la Filarmónica de Nueva York bajo la batuta de Gustavo Dudamel, resulta magistral. I
 

Leonard Bernstein sentado al piano, haciendo anotaciones en una partitura. Foto: Al. Rávena, New York World-Telegram & Sun Collection, Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

 

*Periodista cultural y crítica de danza.

 

Inserción en Imágenes: 25 de marzo de 2022.

Imagen de portal: escena de la película Amor sin barreras (West Side Story, 2021) dirigida por Steven Spielberg. Tomada del sitio web de Expansión, Unidad Editorial Información Económica, S. L. U., Madrid, España, <expansion.com>.

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